POR CHRISTIAN PANIAGUA / La bendita tierra prometida

POR CHRISTIAN PANIAGUA*

Jehová o Yahvé – como usted se digne a llamarlo- debió saberlo. Su promesa causaría graves y constantes problemas. Ese ser poderoso y omnipotente, que todo lo ve y todo lo anticipa, debió conocer de las consecuencias de sus santos designios.

La promesa vino antecedida por el alegado  cautiverio en Egipto, aunque no lo registra la historia. En aquel enorme pedazo de tierra entre África y Asia, entre el Mediterráneo y los mares de Oriente, habitaban numerosas tribus. Allí estaban los cananeos y una enorme variedad de sus descendientes. Allí estaban los filisteos. Allí estaban los moabitas. Allí estaban los fenicios. Allí estaban los sirios. Allí estaban las Hipitas. O sea, allí vivía la cuarta parte del mundo conocido.

Entonces, me pregunto, cómo se le ocurrió a Yahvé o Jehová – o como usted se digne a llamarlo- prometer a los hebreos una tierra que ya había sido tomado por antiguas poblaciones. Esa promesa, no solo provocó sangrientas guerras en aquellos tiempos, sino que aún causa dolorosos y terribles genocidios.

Es decir, el dios de los judíos prometió a su pueblo lo que ya tenía dueño. O sea, regaló lo ajeno.

Aquella tierra de leche y miel se transformó en un campo de batalla ensangrentado. Lea la Biblia. Lea sus primeros cinco libros y verá que sus páginas vierten sangre. Por eso, a Jehová lo conocían como el dios de los ejércitos. Por eso Jehová exigía a sus seguidores que tomaran los pueblos a filo de espadas. Según sus divinos mandatos, había que exterminar a todos los enemigos de Israel.

Hoy día la guerra entre el estado de Israel y Palestina parece ser la continuación de aquellas antiguas guerras bíblicas. Escuche usted al primer ministro de Israel, Netanyahu, con la vehemencia que llama al exterminio del pueblo palestino.

No me atrevo a pensar que Dios se equivocó. No me atrevo a pensar que Dios es un ser de guerra y desolación, sino de paz y justicia. Tengo la firme convicción de que eso de una supuesta “tierra prometida” es un invento conveniente para robar heredades.

La solución NO es la guerra, aunque sea promovida por alegadas palabras de Dios. La solución es la unión, el respeto y la paz entre los pueblos. Cualquiera, que en nombre de Dios promueva la guerra, simplemente miente.

El estado de Israel se fabricó, violentamente, en suelo ajeno. Pero la solución no es borrarlo del mapa. La solución de la guerra entre Israel y Palestina es crear el Estado de Palestina, con sus fronteras reales. O, un solo estado democrático, sin fronteras étnicas o religiosas. Un nuevo país. Pero la mentira lo impide. La única tierra prometida es la paz.

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 CHRISTIAN PANIAGUA* escritor dominicano.

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