J. ESTÉVEZ ARISTY / ¿La isla al revés o el revés de la isla?

La Isla al revés es el título principal de dos de las obras simuladamente xenofóbicas del expresidente Joaquín Balaguer Ricardo, publicada en República Dominicana en el año 1983.

   En ella, su autor se erige como un patriota a carta cabal, condiscípulo de Duarte y un abanderado de nuestra soberanía y del respeto a cada pulgada del territorio de nuestros héroes nacionales.

    Sin embargo, del dicho al hecho siempre hay mucho trecho y la realidad desmiente la ficción.

    Esto así, porque resulta que mientras se escribía, se publicaba y se difundía esta obra sociopolítica embadurnada de biografías y episodios históricos, los haitianos penetraban al país como Pedro por su casa, la frontera no era más que una línea de papel vulnerable y la intromisión occidental para incorporarse a labores agrícolas,  principalmente al corte de la caña, era algo tan natural y permisible como observar a alguien beberse un vaso de agua a plena luz de abril.

   En lugares como San Rafael del Yuma, en cuyas mangas geográficas existen bateyes o, lo que es lo mismo, concentraciones de haitianos ligados directamente a la colecta cañera, los dirigentes reformistas cedulaban a los nacionales haitianos para que votaran a favor de la reelección balaguerista.

   ¿Ajeno estaba Joaquín Balaguer a este embrollo étnico y electoral dado en el territorio donde gobernaba con trampas de actas alteradas y urnas robadas, mañas y excesiva represión juvenil?

     Evidentemente que no. Balaguer era para el entonces el más informado de los dominicanos. La pluma balaguerista en su Isla al revés, decía una cosa y en la práctica la tolerancia gubernamental ligada y legada a los consorcios cañeros, hacía otra.

    Económicamente, los Vicini y el Central Romana, ayer Golf and Western, fueron los grandes beneficiarios de la mano de obra barata traída desde Haití.

  Políticamente, Balaguer, su partido Reformista y un grupo de ediles, síndicos y legisladores rojos, dispuestos a ganar a las malas, fueron los favorecidos por la cedulación bateyera a cambio de rayar la boleta bañada de sangre juvenil por la denominada Banda Colorá.

    Pero ni el triunvirato, ni Balaguer, ni Leonel, ni Danilo han querido resolver este problema de manera eficiente porque carecieron todos de visión aguda y horizontal, de creatividad concisa y precisa y de imaginación puntual y rotunda.

   La solución al problema de la migración haitiana no es constitucional, ni de leyes especializadas en la materia, ni asunto de patriotismo militar, ni de ingeniería civil expresada en un muro de arena y cemento que en un salto de garrocha africana traspasarán los haitianos tan fáciles como danzar su gagá en su desinhibida semana santa.

   Craso error la continuidad de una política migratoria fracasada, obsoleta e inaplicable que no ha resuelto el problema y lo mantendrá activo en la cacofónica agenda nacional iniciada aquí desde que Cuca bailaba la Maricutana y compadre Pedro Juan también bailaba el jaleo.

    El costo de la estadía de un haitiano en territorio patrio solo debe ser vista, tal como opinó de los productos de consumo el economista Adam Smith a finales del siglo XVIII, como algo sujeto a la oferta y a la demanda.

    Mientras más barata es la estadía por un año de un haitiano en nuestro país, más consumo de visas y permisos migratorios veremos entre los vecinos haitianos. Y el país será el receptáculo de familias y barrios enteros de Puerto Príncipe y Leogán.

   Sin embargo, si determinamos aumentar esta tarifa de estadía anual a 100 mil pesos por cabeza, y 200 mil por cada visa o permiso, incluyendo también en dicho pago a los haitianos ilegales, el país se vaciaría y los vecinos preferirían mejor emigrar desde Haití hasta a Cuba o a la estrecha Martinica.

   Con buen presupuesto y con policías y guardias especializados en la ubicación de aquellos barrios dominicanos donde viven muchos y pocos occidentales, los haitianos legales o ilegales que deben pagar de estadía 100 mil pesos por cada año y 200 mil por visa o permiso migratorios, se solucionaría el problema en el 95 por ciento de los casos. Se irían en masas o en filas indias, haitianos y haitianas, sin nuestros uniformados tirar un solo tiro ni meter en la «camiona» a nadie.

   «Dominicana es muy cara» , regarían los haitianos como verdolaga en campos silvestres y ya muy poco sufriríamos el revés migratorio de la isla que Duarte quiso que fuera libre y que muchos gobernantes vendieron al imperio del Norte y abrieron a los occidentales intrusos sin premeditación ni asechanzas.

   La salida a la superpoblación haitiana en suelo del emblema tricolor no es ni filosófica, ni constitucional, ni judicial, ni arquitectónica y ni siquiera militar. Es, simplemente, económica: aumentar de un chin a mucho el respirar por un año el aire más sagrado de América Latina.

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