POR J. ESTÉVEZ ARISTY / En defensa de las chapiadoras  

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

  De la misma forma que no existe un corrupto sin alguien que le corrompa, no puede existir una chapiadora sin alguien que se deje chapear.

   En el primer caso, todo es deplorable. Ponerle la mano al erario que debe invertirse para beneficio del pueblo y desviar su destino, merece la pena de muerte para el receptor y el promotor.

   En el segundo caso, no, desde luego. La satanizada «chapeadora», más por la boca de los de corazón dolido y decepcionado, merecen ser condecoradas por el Papa y los líderes religiosos cristianos. Es la paga del pecado de tener queridas o abandonar un hogar por encadenarse a jóvenes encantos. Es un lujo que se paga caro, sin querer reconocer que la mujer puede frenar una relación cuando le venga en ganas.

   El término «chapiadora» es de baja realea y su uso constante en la sociedad dominicana apuntala a una mujer que le pela los bolsillos a un hombre quien finge confundir los cálculos matemáticos de su ninfómana con sentimientos angelicales y pendejos.

    El oficio de las mal denominadas chapiadoras es tan vieja como el viejo mundo. Ya los abuelos de San Rafael del Yuma decían desde el siglo pasado que » el amor y el interés/ se fueron al campo un día/ y más pudo el interés/ que el amor que me tenía». Y les sobraba razón.

   Ese amor puro, utópico, desinteresado cien por ciento, solo ha existido en la cabeza de los ilusos.

    Anteriormente, dos se unían para formar familia y la mujer se dedicaba al servicio del hogar y al cuidado casi absoluto de los hijos. Eran lavanderas, barrenderas, trapeadoras, cocineras, peinadoras, enfermeras, costureras y fichas de uso sexual nocturno casi constante.

   Pese al modelo de esa sociedad evidentemente patriarcal, la gente reconocía derechos inmobiliarios y mobiliarios sobre la mujer.

    Frases grupales como «los trastes son de la mujer y a ella le corresponde el cincuenta por ciento de todo si era casada, se levantaban aquí, allá y acullá».

    Vistas con justicia las cosas, esas mujeres no eran «chapiadoras» ni se les denigraba como ahora, sino sacrificados angelitos familiares que ganaban compensación presente y futura por su valor de uso como trabajadoras domésticas de piernas nocturnas abiertas de par en par.

   La mayor injusticia venía dada con las féminas de las uniones libres. A la hora de repartir, solo se quedaban con los tratecitos y punto.

   Los bienes creados dentro de su unión informal, se los abrogaba el machismo ancestral a la hora de la separación.

   Pero quiso establecer el legislador dominicano, con muy pocos méritos legislativos, justo en el artículo 55 de la Carta Suprema en lo referente al derecho de familia que “Toda persona tiene derecho a construir una familia, en cuya formación y desarrollo el hombre y la mujer gozan de iguales derechos y deberes (…).

    Esa igualdad de derechos, por supuesto, apuntala también a los bienes muebles e inmuebles creados en el desarrollo de lo que los hermanos Mauzeaud establecían como Contrato civil entre un hombre o una mujer, aunque lo hacían refiriéndose al excluyente matrimonio civil.

    En definitiva, el matrimonio es una empresa familiar y en el momento de la subdivisión de bienes creados dentro de esta unión, sea matrimonial o no, a la mujer le corresponde su cuota igualitaria

    Pero no hace poco vino la Suprema Corte de Justicia y dio en el clavo estableciendo como jurisprudencia, mediante la sentencia 32/2020 que en los concubinatos la mujer tuene derecho a su tajada.

    De igual forma el Tribunal Constitucional  de la República Dominicana reconoció a través del trato del expediente número Tc-05-2019-0065 que las relaciones de hecho generan derechos. En esas dos sentencias y en el artículo constitucional de marras, se hizo justicia

    De modo que ¿cuál es la alharaca sobre el tema generador de la expresión denigrante «chapeadora», si todo está legalizado y lo que la ley no prohíbe nadie tiene derecho a prohibirlo?

   La indefensión mujeril ante un Estado descuidado y «aguajero» en sus políticas a favor de la mujer, el desempleo y la falta de oportunidades laborales, empujan a muchas mujeres a vivir de sus encantos. Montar el sexo como empresa es un negocio rentable siempre y cuando aparezcan los inquilinos. Y siempre aparecen. La prosperidad económica del macho caribeño casi siempre incluye una mujer adicional solo para uso íntimo.

    No podemos censurar la situación que muchos hombres crean sin una pistola en la cabeza. ¿Hemos perdido el juicio?

    En España, muchos como el poeta y cantante Joaquín Sabina dicen «porque pago al contado siempre tengo los besos».

  Y de ñapa, hay que reconocer que las transacciones sexuales de las meretrices, mucho antes de hoy, envolvíam un chapeo momentáneo: descargas masculinas por pago transado al instante».

   En esos lugares, ya no de mala vida sino de buena, se erige la figura del «chulo», la de un vividor, la del mantenido por la mujer libre, la de un vive bien «por su famosa varita».

    Una relacion muy rara porque la prostituta puede acostarse con quien le venga en ganas, incluso delante de los ojos del «chulo», pero éste, el mantenido, tiene serios roblemas si se acuesta con otra mujer distinta a su cuero «paganine».

    Pero en este caso se trata de «chulo» y no un chapeador, término que tiene como sinónimo un «hombre astuto». Craso error discriminatorio si lo vemos por el lado inverso.

   La «chula»social no es otra que la mal llamada «chapiadora»: es una mujer que vive de sus encantos como pieza exclusiva de un hombre vanidoso, que la viste, calza y les alimenta a cambio de obtener leves y largos suspiros.  Estos proveedores por contrato verbis se han hecho responsables de solventarle sus gastos sin sentencias ni decretos legales, amparados por la buena fe.

   Algunas beneficiadas, no todas, tienen suerte y obtienen una buena yipeta y un buen apartamento. Es el sacrificio de soportar pedos y eructos varoniles de gases y espumas. Piel por piel diría el Satanás del libro de Job. Y «bien pagá», diría yo, su defensor gratuito.

   El tacaño nada consigue en el banco sexual de las mujeres

 Otra cosa, el precio de una joven vivir con un hombre achacoso y entrado en edad, siempre será mal pago, aunque abunde la fortuna.

   El problema viene, después de la rotura. El decepcionado, a veces «cuerniado», empieza a denigrar a quien cree antagonista de su película sentimental, siendo el primero en llamarle «chapeadora» y divulgar la especie con malicia vengativa.

   A este coro se unen hombres chapeados y hombres por chapear, mujeres inconformes con esa unión porque afectó sus intereses, familiares del dolido, compadres, amigos y hasta lambones de irremediable estirpe.

    El término chapeadora, pues, es injusto, denigrante, patriarcal y vengativo.

   En zonas turísticas como Puerto Plata, Bávaro, Bayahibe, La Romana y zonas específicas de la ciudad capital, es común ver a Santipamquis ofertando servicios sexuales por paga de dinero y algo más.

   Como notario he notariado compras por esos «chulos turísticos», de terrenos, autos, apartamentos, casas y hasta pasolas de lujo.

   A esos la sociedad le llama “tigres» y no chapiadoras siendo similar el caso y con iguales roles.

   O todos son chapiadores o chapiadoras o todos son «chulos o chulas modernos».

   Ah, otra cosa: el ejército de chapeados resentidos es tan largo como el ejército del chino Xi Jinping. «Un gustazo, un trancazo», diría mi difunto abuelo José Aristy Núñez.

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