ESTÉVEZ ARISTY / Los feminicidios en República Dominicana

POR J. ESTEVEZ ARISTY 

La definición de la palabra feminicidio es clara, pero imprecisa. Clara porque se trata del asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer e imprecisa porque enfoca a hechos sangrientos donde se victimiza a la mujer frente a un agresor que la mata no por el hecho de ser mujer sino por otras causas de otro sangrante color.

    De modo que la legislación, enfoques y discursos sobre el tema, parte de una realidad caribeña falsa y engañosa.

    Ninguno de los mal calificados feminicidas, interrumpe la existencia de una mujer por su condición de género, quede esto muy claro y definido para que lo escuche Europa y todo Estados Unidos.

    La agenda internacional de este y otros temas, resulta inadaptable por la condición síquica y social del ser dominicano.

    Esto hace que la sociología y la psicología fracasen en su análisis sobre el tema, ya que la causa de tantos decesos es provocada por razones ajenas a lo que explica el término y los argumentos que articulan los teóricos foráneos del caso.

    Los enceguecidos asesinos de mujeres, cuyas acciones deploramos y no justificamos, en una gran parte de los hechos, aman a sus víctimas con una pasión dañina y enfermiza. La sicología debe de actuar en tales distorsiones amorosas, pero no actúa y se mantiene con las piernas cruzadas.

    En el fondo de la profundidad, esos asesinos son las ranas dentro del pozo y no ven más espacios celestes que el que muestra la boca del envase.

    Sus genes morales y sociales se ven desafiados por la actitud soberana y legítima de la mujer de menospreciarlos, así como así o en compañía de un amor espontáneo público o secreto, después de auspiciar una relación unifuncional traumática que se niegan a reeditar.

    ¿Será verdad que cuando una mujer decide olvidar no hay nada en la Tierra que las haga cambiar?».

    Los hombres dominicanos no entienden eso y apelan a la enmienda poética nerudiana

cuando reza en Veinte poemas de amor y una canción desesperada que «Es tan corto el amor y tan largo el olvido».

    Y si el enfermo de errónea conducta sentimental, después de la separación que siempre percibe abrupta e injustificada, se da cuenta de un cuerno, obnubilado como está por el amor de esa mujer, procede, según una gran parte de los casos, a matar a su expareja y a suicidarse de continuo en el sangriento climax de sus desenfrenados yerros sentimentales.

    Ese tipo con ese deplorable  comportamiento que raya con lo obsesivo, lo irracional y lo diabólico, puede ser un loco/cida, un homicida,  un herbicida, pero jamás un feminicida.

    El género no tiene que ver con nada de esos hechos sangrientos que parten el alma de las familias dominicanas y sacuden el corazón de la sociedad en general sin poder parar esos charcos de sangre.

    Sin justificar los fatales desenlaces, repito, no se asesinan a esas pobres mujeres por el hecho de ser mujeres.

    Los feminicidios crecen y se multiplican no solo por la actitud cegata del hombre, sin facultades para dominar sus oscuros instintos, sino porque los facultativos de la salud mental no han dado en la Diana al tratar de desmenuzar el grave problema y las causas que impulsan los disparos o las cuchilladas burras, burdas y brutas.

    La solución al meollo sangriento parte primero del conocimiento pleno de las causales que llevan a un hombre a dejar  a familiares de su víctima desgarrados, sumando en muchos casos  a niños huérfanos y traumados  a través del aporte de un inevitable velatorio, de un ataúd, de un entierro y de la tumba de un ser que dijo con tofo el derecho: «basta, ni te me acerques porque no te quiero ver ni en pinturas».

    La reorientación del enfoque de tan viles asesinatos es tan vital como las medidas judiciales más drásticas para frenar su consecución tan menuda, años tras años.

    La educación estatal a temprana edad sobre el respeto a la elección sentimental que haga cada mujer en cualquier momento de su vida, es parte de la solución.

   La materia «Relaciones de parejas» debe incluirse en el currículum educativo en  versiones una, dos, tres y cuatro desde el primero del bachillerato hasta cuarto curso, inclusive.

     La sociedad debe parir desde el hospital educativo a un nuevo tipo de adulto, más comprensible y sensitivo y menos salvaje, patriarcal y posesivo.

     Anuncios televisivos y radiales orientadores ante el desamparo sentimental masculino, deben mostrarse sin cobro por parte de las estaciones transmisoras después de cada canción o set de anuncios.

     Hace falta más charlas, cursillos y talleres al respecto con recomendaciones prácticas para evitar los decesos como sería, entre otras cosas, un «uno se cura, yo te juro amigo mío, que uno se cura».

     Artistas nacionales e incluso influencer de la vida moderna, están llamados a unirse a la campaña nacional de respetar la elección de las féminas al compañero que les venga en ganas. Total, nadie muere motón.

   Los poetas y compositores deben hacer sus aportes no escribiendo textos que inciten al amor único, definitivo, eterno, excluyendo los versos “morir por ti», «matar por ti», o «morir juntos».

     Expresiones tales como «un clavo saca a otro clavo», «nada es eterno en la vida», » a rey muerto rey puesto» y «las mujeres no son de nadie», hay que retomarlas y metérselas hasta en los huesos a estos hombres que se asfixian por una mujer, embadurnando su relación con celos y sospechas mortales de vinculación secretas con otra persona que creen les supera. El orgullo masculino que no cede es también parte del engranaje sangriento en muchos casos.

    El cliché religioso que invoca a «un amor eterno» y aquel «hasta que la muerte los separe», hay que fulminarlo, todo así porque no prevé que el odio es vecino del amor, que la relación entre dos es tan frágil que una simple mancha de pintalabios en la camisa de un hombre puede provocar una rotura sentimental rotunda e imperdonable.

   La fidelidad de la mujer hacia el hombre es solemne y en una buena parte de los casos cuando el hombre le es infiel, se le mete un desquite vengativo. El compensado con igual moneda cuernera, debe tolerar como si nada tales cambios sexuales femeninos, porque el infiel no puede exigir ni imponer fidelidad. Y tonto es aquel que se crea que hay vaginas con su nombre escrito a mano y con tinta china indeleble.

   Muchas muertes de mujeres se evitarían cambiándoles su domicilio a otra región, reemplazando el chip de los celulares para cortar comunicación con el pasado, otorgándoles protección policial por cinco años  y vigilando de manera constante al agresor desde su etapa primaria,  limitando incluso su tránsito y poniéndoles grillete electrónico o monitoreo de la posición geográfica donde se encuentra el procesado  para cuando se mueva como león herido por el desprecio, avergonzado ante risueños vecinos y lacerado medio a medio en su orgullo propio de autoproclamado gallito quiquiriquí de calidad.

    En tales descalabros sentimentales, la mujer no puede divulgar impotencias ni eyaculación precoz, ni usar la expresión lacerante: «mi ex es solo espuma en la cama».

   La muerte civil del agresor primario debe ser impuesta por ley, para que los posibles agresores queden persuadidos y no se atrevan ni a tocar con el pétalo de una rosa a una mujer porque esto implicaría una censura laboral, es un ejemplo, pública y privada y hasta la imposibilidad de entrar a determinados lugares y de salir del país.

    Y a los hombres dominicanos hay que enseñarles una y un millón de veces lo que expresó el guerrero Napoleón Bonaparte de fiero uniforme, caballo y espada: «Las batallas se les ganan a las mujeres, huyéndoles».

    Y aplicar todos los hombres dominicanos el estribillo de aquella famosa canción mal tarareada por algunos reguetoneros de hoy : «si tú no me quieres, me quiere la otra». Y punto y aparte, dejen las armas en sus gavetas, porque «más adelante vive gente y hay mejores vecinas».

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