POR MIGUEL ÁNGEL CID / En el Seibo, El Gagá salió a las calles a celebrar su ritual y no hubo autoridad capaz de detenerlo

Por Miguel Ángel Cid Cid 

¿Cómo explicar que un país promotor del turismo como la principal fuente de los ingresos al PIB se dé el lujo de impedir una de las festividades propias de la cultura dominicana? 

Difícil de justificar un veto de esa naturaleza, a menos que nos estemos volviendo tontos. Consecuentemente resulta insólito que las autoridades de El Seibo prohibieran, durante la Semana Santa, la celebración del Gagá.

El pretexto es que, según alegan, el Gagá es ajeno a la cultura del pueblo dominicano. Que es una festividad diabólica basada en el vudú, esa terrible religión haitiana.

Por ello el ayuntamiento municipal y la gobernación provincial se pusieron a una, cual cruzados, para reprimir esa práctica mágico-religiosa, pasándole por encima a los derechos fundamentales de las personas.

Pastor De Moya, viceministro de Identidad Cultural y Ciudadanía del Ministerio de Cultura, dijo que los aludidos funcionarios carecen de autoridad para prohibir el Gagá. Celebrar las tradiciones identitarias es un derecho constitucional. 

El Ministerio de Turismo, por su lado, parece que no percibe la festividad cultural como un atractivo turístico. El silencio habla por sí mismo.

El Gagá dominicano 

Durante décadas y décadas el gobierno dominicano, tanto en la tiranía como en la democracia, trajo a los braceros haitianos para cortar caña. Los alojaron en barracones, es decir, lo instalaron en almacenes como viviendas durante todo el tiempo de la zafra. Pero una parte se quedó a vivir en el país y sus descendientes terminaron siendo dominicanos. Era común verlos practicando sus expresiones culturales incluyendo los ritos religiosos. 

El Gagá es uno de los rituales mágico-religiosos más practicado por los haitianos y por esta razón resultó fácil que el Gagá se instalara en los bateyes dominicanos. Las características principales del rito consisten en la liturgia del vudú, el ritmo rará de origen africano y la representación de las divinidades —luases y metresas.

El santoral católico tiene un equivalente para cada deidad vudú. Por tanto, era cuestión de tiempo que la cultura del gagá se fusionara orgánicamente con la cultura de acogida, dando origen a otra variante del gagá con sello propio dominicano. Aquí, en República Dominicana, el ritual se cimenta en las prácticas católicas. 

Con todo, las autoridades de la provincia El Seibo insisten en impedir la celebración durante el asueto de la Semana Mayor. Argumentan que en la población dominicana nadie conoce ese ritual mágico-religioso, que el Gagá celebrado en este país se reduce a una mera recreación artística por grupos de chercheros.

No hay olvido que valga 

Las autoridades locales olvidan que la prohibición de una costumbre se convierte por lo regular en un ingrediente que alimenta la práctica que pretende evitarse. O sea, la cultura popular se retroalimenta y contraataca.

Lo sucedido en Nicaragua durante la Semana Santa recién pasada es un ejemplo aleccionador. El gobierno de Daniel Ortega prohibió la celebración de los Viacrucis por la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo en las calles. No queremos santos caminando por las calles, que se queden encerrados entre los muros del templo, ordenó Ortega.

¿Qué pasó? Lo que tenía que pasar. Al principio todo se hizo según el mandato prohibitivo. Pero al llegar el Viernes Santo los feligreses, encabezados por el Cardenal Leopoldo Brenes, abarrotaron las calles de Nicaragua. El Viacrucis se convirtió en el más multitudinario y entusiasta en lo que va siglo en Nicaragua.   

En el Seibo sucedió lo propio. El Gagá salió a las calles a celebrar su ritual y no hubo autoridad capaz de detenerlo.

La lección es repetitiva, cuando los ciudadanos de un país se apropian de una cultura, las autoridades, sin importar el poder que tengan, le será imposible detener su desarrollo. La historia de la humanidad presenta ejemplos en todas las épocas y todas las civilizaciones.

La otra enseñanza consiste en que las autoridades deberían desarrollar capacidades para explotar las celebraciones culturales de sus demarcaciones en beneficio de la población y del gobierno mismo.

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