Por J. Estévez Aristy / Dominic, El larimar y una voz fuera de serie

Un fenómeno musical como lo fue Nicolás Casimiro, Johnny Ventura, Anthony Ríos y los actuales Fernando Villalona, Ramón Leonardo, el Torito y Juan Luis Guerra, surge un día en cada veinticinco años.

Ante mis ojos han desfilado un regimiento de artistas cuya arma inofensiva es la voz y los matices de sus encantos vocales.

Pero un artista es eso y más que eso. Un fenómeno musical innovador, con peculiaridades interpretativas sui géneris, con donaire, sensualidad y ternura, buen manejo de los versos, que no desafina y que se mueve en el escenario con el dinamismo de Chayanne, Mac Anthony o Michael Jackson, no es fácil de encontrar con lupa y lámpara del filósofo griego Diógenes.

Dominic, El larimar, reúne estas condiciones de manera, diría, casi natural. Lo de Larimar me gusta como sobrenombre porque es una piedra azul made in Dominican  Republic que nos caracteriza ante el mundo,  ya que solo se forma en la patria de Casandra Damirón, Guandulito y el Cieguito de Nagua.

Ese carisma de Fernando Villalona, querido y admirado por todos, el cual resalta por encima de todo y de todos, lo tiene Dominic como si le cayera del cielo y Dios lo hubiese dotado del mejor Don para el canto melodramático, sin estridencia, pero con refinamiento; templado, pero sin un gallo; de tono bien moderado, pero mágico.

A decir verdad, el joven romanense canta y encanta y su voz de matices bien regulados emociona y conquista desde que suelta un chorro y pía entre las estrofas.

Nunca en mi vida me había topetado con un cantautor de su estirpe y con tanta humildad en su manera de ser y conducirse.

En el distrito de Boca de Yuma, extremo oriental de la isla de Santo Domingo, se presentó el día de las madres y eso fue de fuma, chupa y déjame el cabo.

Las jóvenes deliraban ante su voz, forma de bailar y movimientos sensuales, perfectos y precisos, de rumba y tambora, de güira y de saxos, de tumbadoras y cencerros.

Su voz encanta porque es de heno y hierbabuena. Es fresca y juvenil, tierna y bien afinada, de luna y de terciopelo, de arroyo y de arrullo, de lirio y de delirio.

Pianista y percusionista, este joven cantante domina todo el repertorio de Luis Miguel, el astro de México, de Prince Roy, de Alejandro Sanz, de Romeo y hasta del grupo Niche.

Sin embargo, tiene su propio estilo, su manera peculiar de desglosar el pentagrama, las notas, los versos y los poemas, su propio talento, su propia cédula de identidad interpretativa, su legítimo magnetismo y la grandeza de pegarle a varios géneros musicales como si fueran un sabroso pan comío con mucha hambre.

Después de escucharlo cantar en Divino restaurant y piano Bar en la ciudad de La Romana, me puse de pie, le aplaudí y le felicité. Claro, le aconsejé con mi alma noble y justa. «Crea un híbrido», le dije, «de modernidad con el pasado trascendente. Ve también a la fuente de Serrat, Silvio, Milanés, Sabina, Piero, Ramón Leonardo, Juan Luis Guerra y, por supuesto, del Mayimbe, Fernando Villalona. Son grandes maestros, escuelas musicales, genios, la guía acústica para cantar como Dios en sus variaciones musicales sublimes».

Le dije, además:  «estúdialos a profundidad, pero saca tus propias conclusiones vocales. Trata, en todo instante, de ser tú, reconociendo la grandeza de los íconos, pero labrando un individual sendero que te lleve en las alas de un Ícaro».

Y lo definí como la voz más acoplada del Reino de los cielos.

Y eso ha hecho. En un abrir y cerrar de ojos me ha presentado la bachata «Prepárenme la noche», la que acaba de grabar, y me pareció que con ella se sitúa desde ya en el portal musical de Juan Luis Guerra. Su primera producción discográfica llamada Sufro de amnesia, será una mezcla de bachatas para la eternidad y de bachatas para los pies.

Solo pido al país apoyo para el talento Dominic, El Larimar, y para que todos juntos, con amor y unidad, abramos puertas, ventanas, persianas y corazones a quien dentro de poco pondrá el nombre musical de la República Dominicana en el pico de una estrella brillante y encumbrada, si no es poco decir, escribir y certificar.

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