J. ESTÉVEZ ARISTY / La honestidad debe ser premiada

Por J. Estévez Aristy

Conozco de una chica que rechazó la oferta de una yippeta de un dudoso origen a cambio de ceder el embrujo dorado de su joven cuerpo. Conozco de un abogado que echó de su oficina jurídica a un narcotraficante cuando le propuso dinero sucio para préstamos inmobiliarios, y conozco a un oriental que se negó a que un político corrupto del equipo de Leonel Fernández le pagara el almuerzo en un restaurant de Bávaro.

Son actos morales que la gente desconoce y que, en el mejor de los casos, a los protagonistas ni les interesa que se propaguen ni que se premien.

Sin embargo, el Estado Dominicano no puede permanecer indiferente cuando la honestidad popular pone de manifiesto su corazón más transparente.

Legiones de maestros y maestras existen en el país que imparten docencia hasta la jubilación sin morder un solo centavo de los bolsillos del estudiantado ni del propio Estado.

Incontables empleados públicos circunscriben sus necesidades a los limites de un salario y agonizan sin saber cómo, quiénes, ni dónde los van a enterrar a la hora de su muerte.

No solo en la Administración pública abundan los ejemplos de honestidad acrisolada, barnizada por la filantropía y ese deber individual de servirle a la patria con la pureza del pelaje de un arminio de piel blanca.

Y resulta que no puede el Estado ser indiferente ante quien, dentro y fuera del gobierno, llega a la vejez sin tocar un centavo ajeno.

En el país hay que censar a las mujeres puras que rechazan las ofertas de las letras de cambio oscuras pretendiendo abrir sus piernas y buscando poder derrotar su integridad personal. Estas mujeres meritorias saben que solo lo barato se compra con el dinero.

No existen pocos casos de empleadas que han rechazado un ascenso administrativo a cambio de un desnudo a desembocar en un desenlace inmoral con choques de conciencia futuro acarreado por la comisión de una acción impura.

Si a los narcos, lavadores, amigos de lo ajeno y delincuentes son admirados por doquier, incluso reconocidos en actos públicos, los honestos deben recibir una mayor distinción del gobierno, en una cobertura nacional abierta.

Ese reconocimiento al mérito no sólo debe limitarse a la entrega de placas, pergaminos y aplausos.

Cada año, un ejercito de honestos de esta patria del ejemplar Duarte, deben ser premiados para que sirva de ejemplo ante una sociedad que se pregunta: ¿y vale la pena ser serio?

En un país que ha hecho millonarias a las ARS y a muchos corruptos, unos millones de pesos para premiar a gente de alma y bolsillos limpios, es paja de coco.

De esa forma, los malhechores situados en elevados pedestales sociales y premiados hasta con candidaturas y puestos gubernamentales, sentirán el peso del rechazo de los honorables bien reconocidos y del propio pueblo espectador.
Y los jóvenes empezarán a medir sus pasos morales y aspirarán mejor a ser reconocidos que tachados.

Los comprados reconocimientos, se verán como impuros ejercicios del lambonismo social influenciado por la cartera ancha, prostituta y prostituyente.

Esas distinciones falsas se verán como parches infelices ante la misma casta integradora de ratas económicas, tarántulas financieras y gusanos empresariales.

Así la sociedad se verá atraída por un nuevo tipo de ciudadano, más serio que permeable, más abundante que escaso y más vital que el aire.

Imitar a estos ciudadanos honestos será común si el Estado reacciona distinguiéndoles, abriéndoles las puertas de sus ministerios y direcciones, en tanto les compensa con dinero, techos y predios agrícolas, por su probada honestidad de principios victoriosos.

Así las cosas, la sociedad dominicana no será el punto geográfico de la decadencia y la vergüenza, el accidente en medio de dos mares dominado por el delincuente, y no será un sitio de inversión de valores donde perros sexuales pedófilos dan misas sin ningún rubor, donde gatos de uñas largas se apiñan de las ubres del Estado y donde sanguijuelas podridas se infiltran en micro, medianas y grandes empresas, dominando a la débil belleza de nuestras berdades tropicales con el aguaje de sus letras de cambio. Las mujeres no pueden ser vistas como objetos mercantiles, comprables y desechables.

De no reconocerse a la honestidad personal como loable, ejemplar, norma y regla, la inversión de valores seguirá en sus buenas y muchas doncellas de los barrios, antes de cumplidos los 18 años, seguirán cayendo desnudas en el mercado político o empresarial.

El capital de una sociedad metalizada, compra mujeres pero no esposas; casas pero no hogares; pieles, pero no corazón; sexo, más nunca un amor fiel y verdadero.

Los muchachos honestos de las iglesias, honorables por demás, van en desventaja financiera en un mercado que se manda corriendo hacia donde está el mejor postor. Villas como las de Casa de Campo, autos modernos, tarjetas repletas de dólares les roban la pureza familiar a ciertas chicas, dejando a sus pretendientes criollos como pericos en la estaca, reducidos a poca cosa por el desprecio que genera la ambición.

Actualmente la Isla no está al revés, sino bocabajo. El capital oscuro vence sentimientos, impone sus remiendos inmorales, siembra sus frialdades y corrosiona todo.

Estamos en medio de una sociedad decadente, tejida con la fragilidad de un hilo moral frágil, presagiando el gran derrumbe de todo principio moral el lunes de la próxima semana.

Todo ello, porque se premia al detentador de las grandes fortunas sin reflexionar en la fuente de procedencia del secreto botín.
Ascos y vergüenza ajenas siente lo poco que resta de moral y de aquel caldito de dignidad que trata de separarse de la enferma polilla en este sancocho de carnes podridas y de yucas muy jojotas. Satanás viene aquí mostrando un puñado de euros y es condecorado como si fuera el propio Dios.

En un país donde se nombra en un puesto público a un tigre y no a un honesto, donde un lambón político sustituye a un profesional, Macondo resurge en la estafas de Malaquías, el gitano que explotaba la inocencia de aquel huevo primitivo colombiano con una sonrisa hueca que luego llena de dientes de oro procedentes de sus engaños hábiles y de la ingeniosa falsedad de sus manipulados inventos.

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