J. Estévez Aris  /  El flaco del cantero yumero

 

I. Por J. Estévez Aristy

Como el personaje central de la novela La guerra del fin del mundo, escrita por el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, el personaje yumero es tan alto y flaco que siempre parece de perfil.

   Y visto de perfil, diría mi compadre Isael Pérez, también yumero, desaparece.

     Guayando la yuca y rompiendo corotos se hizo profesional, incursionó en el mundo empresarial y se internó en la ciudad de los pocos victoriosos y de los muchos derrotados, donde una claque te estimula al estudio y cuando te gradúas hasta con honores te cierran casi todas las puertas, ventanas y persianas.

   Este gran ejemplo de superación personal utilizó su inspiración por el derecho y la justicia, la atracción por los libros y el conocimiento, la pasión por el mundo empresarial y por la comunicación e hizo un nombre alcanzando prestigio al más digno nivel.

    En buen castellano, logró inscribirse en el restringido club capitalino de los triunfadores a las buenas, imponiendo la calidad de su ejercicio y la constancia de su diario sacrificio.

   De refilón escribió un libro sobre uno de sus apellidos y unos apuntes breves sobre la historia de su natal San Rafael del Yuma.

   Labora en la emisora Zol 106.5 fm, en un horario matutino difícil, fungiendo como analista de temas políticos locales e internacionales, asuntos puntuales de la farándula y uno que otro tema profético y espiritual.

    Es yumero de pura cepa y nunca, que yo sepa, ha rehuido a sus orígenes defendiendo, incluso y cuando es necesario, a su gente y al pueblo que lo vio nacer tan largo como un alambre dulce para el asombro de Papatín y Mercedes, sus responsables progenitores.

   Subjetivamente es cordial, bonachón, medio bohemio, furtivo cazador de diversiones, amigo de los amigos y hasta de sus enemigos, amante del buen vino, lector emperrado, observador enjundioso de la vida, alegre y recto cuando lo impone la circunstancia

    Alguien dijo sobre un ser humano, antes de romper fuente el muchacho de la calle Altagracia, todo lo que debió de decir de él. Cito: «Es aquel que se siente hombre, vive a plenitud la dignidad humana, sin orgullo, pero con humildad.  Hombre con fe en sí mismo y en la obra que realiza. De carácter flexible y sin embargo, inquebrantable como el acero; que nació para saber, supo para valer, valió para servir y sirvió para merecer vivir feliz. Es pues quien tiene razón en su fe y fe en su razón».

   Y de tantos análisis que ha hecho, tiene una nota comunicacional de 99, pues solo ha fallado en uno de ellos, ya que sus interpretaciones radiales son puntuales, bien ensilladas, coherentes, luminosas y de ñapa, convincentes.

     Solo le vi errar en el pronóstico electoral del 2020, donde no tomó en cuenta que el Partido de la Liberación Dominicana llevó como gallo manilo de pelea al más errático de sus militantes y al más absurdo de sus dirigentes.

    En materia analítica, ese admirado muchacho desgarbado de las calles yumeras del ayer, puede tratar de tú a tú a los mejores analistas del micrófono abierto, en el campo sociopolítico y económico del traspatio duartiano y del gran patio bolivariano, evocando el croquis histórico de aquel gran libertador de América que a caballo, según García Márquez, recorrió cinco veces la distancia del planeta.

    El personaje en cuestión es merecedor del reconocimiento de parajes, secciones, municipios, provincias y regiones. El Estado debe de otorgarle la orden de Duarte en la categoría de ciudadano meritorio en lo que aletean las alas de un esquivo colibrí.

    Tal vez lo más extraordinario de su grandeza es que el hombre público paladea el aire de la sencillez y los elogios y homenajes les importan un bledo porque les parecen como ropas adquiridas en «Abájate Boutique» del viejo mercado de las pulgas capitalinas.

   Juan Humberto Paniagua es su nombre y ahí no concluye la cosa.

Comments are closed here.