POR J. ESTÉVEZ ARISTY / La sociedad Titanic se hunde

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

  Desafiante, imponente, extravagante, una generación por y para el espectáculo que cree que ni Dios puede con ella.

    Se trata de la generación Titanic integrada por pasajeros cuya brújula es la diversión y cuya carta de ruta es vivir la vida loca.

    Navegamos entre una sociedad de gold filler y del espectáculo, sin percatarnos de los peligros del medio ni de que a un tiro de piedras podemos sucumbir contra el iceberg de nuestra propia ignorancia.

   Todo progreso humano tiene que ser intelectual y moral o de lo contrario nunca podrá ser.

   Los iletrados, comida de la farándula, dominan el escenario con un orgullo analfabeto que mete miedo.

   Héroes absurdos, como atinadamente subrayó Camus.

   Las plataformas digitales propagandísticas hacen ricos y millonarios, de la noche a la mañana, a los reguetoneros y demboleros de lírica disparatada y depravada, desde su plataforma cibernética que evacua ñeca sobre los clásicos pentagramas.

    Solo vemos, con mucha impotencia, el desprecio por la historia, desprecio por las ciencias, desprecio por la cultura, desprecio por el buen arte.

  Nos hemos desmembrado tanto que ya casi desaparecemos.

   Quienes tienen adicción por los libros se les ve como bichos raros metidos en un tanquecito de agua no apto para el consumo del común denominador.

   Los medios de comunicación no recurren al intelectual como una fuente de aprendizaje y reorientación de la sociedad decadente.

    A menudo se evade al ser pensante porque no genera récords de audiencia y no impulsa facturaciones rentables.

    El tipo que no sabe expresarse, es el que conviene a los medios televisivos porque forma parte de la red de un público idiotizado, cautivo y presa del chow insulso que entretiene a la masa.

   Mientras más absurdos y nimios sean los planteamientos de los iletrados, es más rentable el negocio del espectáculo porque genera más like, atención y diversión.

     Las ideas extravagantes y sin sustancias, los pensamientos torpes, hasta la carencia de respuestas satisfacen más a los pasajeros del mar libre.

    El mercado revienta con tanta gente a la que se le ha reducido la materia gris. Sabina diría que asistimos-al Rock ‘n’ Roll de los idiotas.

      Lo inculto brilla por su imponencia mercadológica. A decir verdad, involucionamos hacia el australophitecus y, lo peor de todo, es que esta involución no tiene pausa ni retroceso. El individuo que se comunica con 20 palabras es el prototipo de la incultura

   Estamos asistiendo al funeral del intelecto. Ser burro emociona; ser torpe, engrandece; ser bruto, genera orgullo. «Soy / como quiero ser / sin mandatos ni fronteras».

   Ser inteligente, es una marca desfasada. Muchos ya no valoran las aulas de clase, porque a muchos figurines de las redes los ha hecho rico el delito y no las universidades.

    El tango gardeliano Cambalache, fue profético. Las profecías bíblicas del fin del mundo, pan macado.

    Ya no hay inversión de valores sino cementerios de valores.

    Los letrados están muertos y no lo saben. No es la sociedad de los poetas muertos, sino la de los académicos bien enterrados.

    Las hordas incultas crecen, arropan, dominan y se expanden como verdolaga mala sin sumisión a los confesionarios y sin mea culpa ante Dios. Todo es ilícito, pero todo me es permitido.

    Así las cosas, el culto al intelectual como ente llamado a orientar a la sociedad, es cosa de un pasado donde el no lector no prefiere navegar.

   El ritmo del medio es arrítmico, pero indetenible. Se prevé el colapso, una explosión del caos, la erupción apocalíptica de la ignorancia. El Titanic va atestado de gente distraída.

   La historia se repite porque nadie estudia ni memoriza la historia. Esa tontería donde se analiza el pasado para comprender el presente y prever el futuro, no genera euros ni mucho menos dólares.

   Desfasado, desafinado y descafeinado todo aquel que de la voz de alarma y opine contra la imponente corriente marina.

   Las voces invisibles del desierto cada vez son menos audibles, pero siempre más roncas.

    El tigueraje no tiene oídos para nadie, ni le preocupa la deserción estudiantil para citar un solo ejemplo. Sólo vive el día a día sin cálculo metodológico y sin rigor científico. Cuando no zombi, sonámbulo. Cuando no despistado, cretino.

    El naufragio de la sociedad Titanic es inminente. La embarcación del espectáculo acabará, irremisiblemente, en el fondo del mar como pasó con su predecesora en su primer viaje donde mostraba al mundo su soberbia.

    Solo observemos con detenimientos y como si fuera una advertencia, que los restos del gran barco permanecen encallados entre el frío lecho marino, sin que nadie hasta la fecha pueda salvarlos del salitre y de aquella corrosión sempiterna que se cierne sobre la herrumbre de todo lo que fue aquel infeliz naufragio.

   Para ahí vamos con la proa ya dentro del oleaje libertino.

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