POR J. ESTÉVEZ ARISTY / El Colegio Dominicano de Escritores
De izquierda a derecha, el poeta Tomás Castro, la narradora Ángela Hernández y narrador Luis R. Santos.
Por J. Estévez Aristy
Nada puede impedir que los escritores dominicanos estén representados por un organismo legal que los agrupe y los defienda.
Un proyecto de ley debe emanar del Poder Ejecutivo impulsando esa iniciativa o de la mente brillante y solidaria de cualquier legislador dominicano.
No pueden los escritores del patio ver agotar su vida sin una institución que se ocupe de su respaldo en aquellos momentos aciagos de la sobrevida.
Muchos escritores en nuestro país se están muriendo de hambre y nadie acude en su auxilio. De los programas de asistencia del gobierno han sido excluidos y el seguro Senasa no los contiene.
Cierto que hay creadores lingüísticos muy privilegiados, pegados como sanguijuelas a los brazos de un selectivo político o del cinturón del sector privado, pero la inmensa mayoría de los escritores de libros se los está llevando el mismísimo diablo.
Esa ley tendrá, irremisiblemente, que proteger al hombre y a la mujer de letras en caso de enfermedad, vejez, accidente u otros asuntos que le dan duro a la subsistencia por estos lados de la inversión de valores.
La Unión de Escritores Dominicanos está llamada a impulsar la iniciativa sin titubeos y de manera diligente.
Basta ya de que el escritor dominicano sea tratado como un peón político en el ajedrez de los partidos mayoritarios o de cualquier iletrado enganchado a la política.
Basta ya de que el escritor dominicano se arrodille ante el poder como un sin vergüenza para poder conseguir un empleo sencillo, una pensión mediocre y hasta la impresión de una sola de sus obras inéditas.
La mayor parte de los escritores del país viven en casas o apartamentos alquilados, muchos de ellos en sitios marginales donde el propio diablo echó las tres voces y los tigres se comieron un burro con pelambres.
«El escritor dominicano es un genio, ya que lee libros y escribe con todas las dificultades que implica sobrevivir en este medio«.
Se mueren sin atenciones gubernamentales y casi siempre hay que recolectar para comprarles un ataúd de quinta categoría. Es inevitable su entierro de prisa solo porque el cuerpo revienta a los tres días infectando hasta el aire.
Y los hijos de esos escritores reciben solo como herencia libros impresos que a nadie les interesa comprar.
Conozco de varios escritores a quienes les ha frustrado la sociedad y han tenido que recurrir al uso de las drogas. Hubo uno de ellos que mal alimentado, leyendo obras y escribiendo hasta altas horas de la noche, perdió la memoria.
Conozco de otro que perdió su casa ante la ejecución de una sentencia leonina granjeada por un fiscal coge pesos a un financista desalmado.
En muchos de los barrios dominicanos esos escritores son desconsiderados por prestamistas, rentistas, abogados de corazón de piedra, usureros del 10 por ciento semanal, esposas frustradas y hasta por agentes de la AMET, quienes les cargan multas sin tomar en cuenta el desierto casi permanente de sus bolsillos de poliéster o tela de harina de trigo.
La ilusión de ser muy importante sólo existe en la cabeza de muchos escribas. La gente los ve como seres distantes, no dignos de imitar porque viven cenando con un filete de aire y desayunando con una jarra de utopías.
De modo que hay que dignificar el oficio de los come hojas con una ley congresual que establezca un impuesto en las transferencias inmobiliarias para que la Unión de Escritores Dominicanos tenga recursos para auxiliar a los padres del lenguaje, auxiliar también a sus familias en caso de enfermedad o fallecimiento del culto, así como para poder comprar una gran impresora destinada a sacar de las gavetas los libros inéditos de éstos abandonados que derrama sobre una hoja en blanco tinta e imaginación.
Con esos recursos se podrían abrir varias Casa club en la ciudad capital y todas las regiones del país.
Necesita recursos la UED para hacer ferias de libros independientes de la oficial, concursos literarios en todas las provincias, y hasta para crear una Cooperativa de Servicios Múltiples para prestarle dinero a los escritores a fin de que puedan tener su casita, auto modesto y una mini finca para escribir y leer mejor bajo un árbol frondoso.
El escritor no puede ser para los políticos el palo del borracho mear en todos los procesos electorales. Su autonomía política, social y económica es cosa de vida o muerte.
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