POR J. ESTÉVEZ ARISTY / Deforestación: el gran enemigo haitiano y dominicano

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

   Según el historiador Juan Bosch, el dictador Rafael Leónidas Trujillo inoculó en la conciencia dominicana el peligro invasivo haitiano como una estrategia militar para armar un ejército y perpetuarse en el poder.

   Historiadores al servicio del régimen se dieron a la tarea de magnificar estas supuestas intenciones invasivas del vecino de al lado, resaltándola como amenaza a la soberanía de la República Dominicana y aterrándonos con el prehistórico slogan proveniente de los del lado inhóspito del Masacre: «La isla es una e indivisible»

    La invasión de Boyer (1822-1844) fue satanizada. Los invasores haitianos, según los historiadores trujillistas, coartaron libertades, impusieron idioma y costumbres, cerraron la educación y fuñeron al país.

   Jamás resaltaron que Boyer abolió la esclavitud, que fue el primero en aplicar aquí una Reforma agraria justa y que durante su mandato se daba clase a domicilio, ya que la educación pasó por un punto crítico solo porque España dejó de mandar El situado, un dinero que, entre otras cosas, se usaba para promover la enseñanza universitaria.

    Un trinitario escribió que nunca se le coartó la libertad de reunión.

   Durante la era del monarca Trujillo Molina, el peligro haitiano fue sobredimensionado y a través de programas educativos se le metió hasta en el tuétano de los huesos.

   Las guerras independentistas pusieron a rayas a los haitianos, más no a España ni a los Estados Unidos. 

   Cabe argumentar al respecto que la guerra de la Restauración fue contra España y no contra Haití y que la guerra de los mal llamados gavilleros, del 1916 al 1924, así como la revolución del 1965 fue contra malos dominicanos y contra los Estados Unidos.

   En esta última contienda bélica, muchos haitianos pelearon al lado del bando nacionalista.

  Política y militarmente, Haití va para casi 2 siglos que, pese a los temores inculcados y propagados, no osa meterse en nuestro territorio con fines de control geográfico, mucho menos accionando a un ejército salvaje y bien armado. Notad que ni siquiera dos soldados, uno de aquí y otro de allá, se han enfrentado a tiros.

  La invasión pacífica haitiana, es tan cierta como la existencia de las dunas de Baní. Pero la fiebre no está en la sábana.

   El enemigo de nuestro país no es el haitiano en sí ni sus parturientas, sino la deforestación que les impulsa a abandonar la aridez y coger hacia la fertilidad que relativamente exhibimos en medio de nuestros linderos.

En abril pasado las autoridades haitianas iniciaron la construcción de un canal de desvío del río Masacre para el aprovechamiento exclusivo de las aguas en territorio haitiano.

   El reinado de lo salvaje en lo estéril, sin frutos ni árboles de cualquier naturaleza, está obligado a emigrar y subsistir. Es por ello que el Masacre se pasa a pie y siempre la frontera será un ripio de guano mal tejido y totalmente vulnerable.

   Por eso, patriotas dominicanos de nuevo y viejo cuño, Haití es por ahora sólo una amenaza ecológica y no política. Suponer el mañana, es una cosa especulativa y que cae dentro del terreno de la subjetividad aérea.

    Las imágenes satelitales y actuales de Haití son muy aterradoras. El 90 por ciento del territorio haitiano es tierra reseca, con sed, inútil para la reproducción de la vida vegetal, es decir, que es improductiva.

    Haití sufre sed y hambre, mientras el suelo nuestro produce el 83 por ciento de lo que consume la familia dominicana. Pero nuestros bosques empiezan a caer.

    Barrios completos de Haití se han trasladado a Benerito, de San Rafael del Yuma y a Bávaro de la provincia Altagracia, y estos haitianos y haitianas no se han levantado contra la República, por ahora. Conviven con los dominicanos y dominicanas sin conflictos ni étnicos, ni religiosos, ni políticos. ¿Y entonces?

   El páramo marrón sin árboles debe ser nuestra preocupación vital. La tala de árboles en Haití ha arrasado con la fauna y la flora y esto debe preocuparnos.

    El conuquismo primario, los potreros y la tala de árboles para extraer carbón para cocinar, ha exterminado del otro lado del espanto, hasta las raíces de árboles centenarios.

  Un ejército haitiano de manos peladas y estómagos hambrientos, armado por la aridez, es el que nos está invadiendo, traspasando los límites de nuestra tolerancia.

    Ayudar a Haití a reforestarse es la mejor arma patriótica a emplear contra esa invasión estimulada por la aridez de un lugar donde el suelo se ve arder y el sol achicharra hasta al pensamiento racional, con temperaturas insoportables, que rondan hasta los 44 grados Celsius.

    El gobierno de Luis Rafael Abinader Corona tiene que ejecutar políticas urgentes de reforestación consensuada en la parte occidental de la isla o se hunde en el lecho de un mar sin vida y común.

    En estos momentos, muchos árboles dominicanos se queman como si nada en los fogones y anafes haitianos.

      Ignorar las causales del mal por parte del lado dominicano, seguirá trasladando hacia el país aquel árido ambiente haitiano, donde una llamada al infierno cuesta solo un centavo de dólar por ser una llamada local y no internacional.

    Ayudar a reforestar a la vecina República de Haití y enseñarle a usar estufas, es algo de vida o muerte.

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