J. ESTÉVEZ ARISTY / La madre de las maldiciones es: ¡Que entre policías te veas!

 

POR J. ESTÉVEZ ARISTY /Abogado y poeta

Es un señor mal formado que no sabe de derechos ni deberes, y si lo sabe, finge no saber nada. Es uno que para él la Constitución de la República es un pedazo de papel cuyo uso nauseabundo destina al zafacón del baño.

Es la reedición constante de los métodos trujillistas donde erráticamente se dice que el civil tiene que estar subordinado al poder militar y punto, sí, o se arma la de Sanquintín.

Es más, del diablo que de Metresilí, más de Barrabás que de Judas, más de Mussolini que de Nerón, más de Hitler que de Somoza.

Tiene, desde su formación americana, el hábito de no orar ni arrepentirse de sus pecados ni de expresar la palabra piedad.

Es frío y descarnado, bestial y deformado, irracional y tozudo, prepotente y tosco.

Es uno que uniformado o no actúa como chivo sin ley, sin mediar las consecuencias y sin pensar en vinculaciones sanguíneas, ni si su agredido tiene mujer e hijos, o una madrecita enferma que depende únicamente de quien agrede.

No entiende razones ajenas ni la admite.

Es alguien a quien en altas horas de la noche no le importa si el motoconcho va a llevar medicinas a un hospital para salvar una vida, o si tiene a su mujer de parto o si va a comprar un picapollo para matarle el hambre a su mujer e hijos. Preso y cállese, con todo y motor, para dar paso al chantaje.

Es un indolente sin madre, un rufián de rango castrista y un Idi Amin Dada, por pensamiento, visión y consumación de sus brutales hechos.

El policía que se separa del montón es una falacia, conoce de las fechorías de sus hermanos del diablo, y no los denuncia ni los enfrenta. ¿Y, entonces?

Es el uniformado, alguien a quien la palabra democracia le sabe a moho y hollín, a nada y nada de nada, capaz de orinar y evacuar sobre sus leyes y reglamentos como Pedro por su casa y sin rubores morales.

Es uno que justifica sus picadas de loro constante por el bajo sueldo que recibe, cuando debería renunciar a la institución que mal le paga si tiene la vergüenza en alto y los cajones bien puestos.

Es uno que pretende ignorar el costo de la libertad de expresión, las conquistas de los derechos humanos y el tramo civilizado del siglo donde el uniformado debe ser otra cosa y no cosa y asco.

El policía nacional, casi en la generalidad de los casos, está dentro de la delincuencia, subsiste con ella y se enllava con ladrones y ladronzuelos, asaltantes y estafadores, embaucadores y anarquistas, traficantes de órganos e invasores de tierra, para sacar su tajada.

El policía nacional es brutal, desmedido y mal educado. No conoce las palabras «tenga la amabilidad, tenga la gentileza y por favor haga esto o aquello».

Este sujeto es prepotente, rabioso, altisonantes, en su casa, en su barrio y en las calles de su municipio, provincia, región o país. Es el macho tradicional uniformado, una especie de tigre gallo con un arma ofensiva al cinto.

Es alguien que al momento de actuar no evalúa adolescencia ni juventud, rangos académicos, aportes al país, sexo, religión ni vejez.

Es un gatillo alegre que le da un balazo a cualquiera, cachazoos en la frente y la cabeza hasta a un pastor evangélico, y que entiende que su respeto tiene por base el rugido y la prepotencia de king kong o el grito salvaje de Tarzán de la selva.

Es una cuyos padres de la patria no son Duarte, Sánchez y Mella, sino Trucutú, Supermán en las escenas antagonistas frente a Batman y el Hombre de Piedra de los cuatro fantásticos en su estado primitivo.

El policía nacional, con dinero de sus constantes picadas, sobre todo en las del narcotráfico, no puede justificar su progreso, ni su casa ni su finquita, ni sus tres queridas ni su vehículo de lujo.

El policía nacional está podrido de arriba abajo, desde antes de ponerle uniforme, darle un arma y una macana de ñapa porque proviene de hogares cuyos padres son padrotes, y es cotidiano el cállate o te rompo la boca.

El policía nacional con sus brutales y oscuras prácticas, debe provocar un cierre total de sus cuarteles, su desarme general y el corte de su uniforme con una tijera afilada. Debe de retirarse en calzoncillos a su casa para que le de vergüenza y no vuelva nunca más.

El policía nacional protege al otro policía, miente por él e, incluso, golpea, apresa y mata en defensa de su incorrecto compañero.

El General de su tropa sabe de sus tropelías y se hace el inocente. El policía extorsiona y pide para el teniente, el teniente para el coronel y los tres para el general.

Las palabras que más les encantan son «tráncalo, usted está preso, y súbase sin protestar en la cola de La caminona».

El policía nacional enfrenta todo a tiros y si le matan un miembro juran y perjuran darle pa’ bajo a quien osó pasarse de la raya y tocar el uniforme sagrado, bendecido por el mismo diablo.

El policía nacional ejecuta a delincuentes, sin someterlos a la justicia ni permitirle replicar las acusaciones en su contra.

El policía nacional no genera confianza, su presencia aterroriza, provoca al miedo y la gente no quiere ni verle cerquita de él. Sus camionetas de luces giratorias, son vistas como tanques de guerras en las trincheras de los campos de Ucrania. Un peligro público e individual.

El policía nacional es tildado por la población como animal y macutero, abusador y matón, desproporcionado y brutal, más de Judas que de Pilatos, más rufián que descortés.

El policía nacional negocia casos en las calles y en el cuartel sin pensarse en Fiscalías.

El policía que se enlaza con fiscales corruptos, se hace rico en lo que aletea un colibrí.

El policía nacional desprotege. Sabe dónde están los narcos, traficantes, vendedores comunes de polvo y cigarros marihuaneros, malhechores asociados, ladrones vulgares y cultos, organizadores de viajes ilegales, falsificadores, violadores de tarjetas, hasta el refugio y paradero de cuerneros y maricones, pero sólo actúa cuando lo presionan las circunstancias y se hace un gran ruido en la prensa visual, radial o escrita.

El policía nacional cree que el preso es un perro y no le importa que los demás presos preventivos le quiten todo al nuevo preso, le golpeen y hasta le violen la virginidad anal varias veces en una misma noche.

Ese policía negocia con prisioneros y por paga vende o deja pasar drogas hasta el interior de los barrotes. Desastre nacional el poli y los polis.

El policía nacional, en fin, es un hijo de la gran p…, y en su defecto le parió un monstruo en un estado prehistórico de brutalidad y resentimientos.

La maldición gitana consistía en que «Entre abogados te vea». Aquí, en República Dominicana, la madre de las maldiciones es: «Que entre policías te veas». ¡Valgame, Dios!

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