J. ESTÉVEZ ARISTY / Borges, el Nobel y la verdadera razón de su rechazo
ESTÉVEZ ARISTY
Mucho se ha especulado sobre la negativa de entregar el premio Nobel a un escritor de la talla de Jorge Luis Borges.
Abundantes críticos consideran que fue un acto de injusticia, pero no, no sólo eso.
La injusticia es una fría estatua, tallada de otros elementos corrosivos de fatal incidencia.
Cabe acotar que el injusto demonio humano, contrario a la justicia sublime, sin vendas, ni balanzas, ni espadas, es movido muchas veces por bajas pasiones provenientes de almas miserables atiborradas de mediocridad y de componentes virulentos.
¿Quién fue primero, el huevo o la gallina?
Entre tanto buscamos las precisiones, otros atribuyen la negativa de dicho galardón al autor del poema El suicida y de tantos aciertos poéticos y narrativos, al uso de su libertad política un tanto conservadora, colindante, a veces, con la ultraderecha irrazonable, expresada en las abominables dictaduras de Augusto Pinochet en Chile y de la Junta militar en Argentina.
La retractación de Borges contra sus erróneas posturas políticas, valieron poco para limpiar su imagen, pese a que el juicio revolucionario juzga a los actores por el final y no por el principio.
En apariencias, las lisonjas borgianas y su acercamiento al mando patriarcal de polainas y fustes, le cerraron el paso para obtener el celebrado premio. Pero no, no y no.
Este argumento sale mal parado cuando se comprueba que algunos de los galardonados con esta presea literaria suprema, comulgaban con la izquierda aguerrida o con la derecha recalcitrante, asumiendo posturas políticas más cuestionables y deplorables que el genio argentino, autor del relato Borges y yo.
¿Fue la superioridad de las obras escritas por Borges, o su dificultad para ser asimiladas por un lector común lo que impidió la gran distinción literaria desde que continuó aplicándose el testamento del inventor de la dinamita, Alfred Nobel?
El académico Anders Osterling, presidente del Comité de esta premiación, consideró cierta vez como elitista la obra del bardo universal. Calificó a Borges y a la vez a sus libros, como exclusivos y artificiales.
Sin embargo, este argumento escondía el prejuicio real y vano y la fuente originaria que gestó la soberbia ignominia que constituyó el rechazo.
Por ello, tenemos que ver ¿qué sombra esconde la mancha ponzoñosa, ese alacrán venenoso oculto debajo de la podrida yagua, raída, a su vez, por los tentáculo de la venganza?
En definitiva, no, no y no.
Al comprobarse que en el año 1964, invitado a una comida en Estocolmo, Jorge Luis Borges se burló de un poema de Artur Lundkvist, leído en ausencia de éste y en voz alta, toda percepción errónea debe cambiar de rumbo.
Este poeta, experto en literatura latinoamericana, era miembro de la Academia sueca, con un enorme poder de incidencia en el Comité del Nóbel. Enterado casi al acto de la burla borgiana, la venganza contaminó todo y transfirió su resentido veneno a los restantes miembros del jurado, incluso a su presidente.
La irónica referencia borgianas sobre un poema de Lundkvist, generó una barrera injusta que contaminó a los jueces, impulsándolos a buscar argumentos baladíes para justificar su prehistórico y poco
académico rechazo a alguien que debe juzgarse, incluso, por lo que escribió y no por lo que dijo e hizo.
Algún día se modificarán las bases de dicho galardón y se darán dos Nobeles, uno para un vivo y otro para un muerto, para barnizar las injusticias literarias gestadas por muchos años de inapelable descuartización intelectual.
Borges sería el primero en merecer la reivindicación literaria post mortem, cercenada en vida por una sed vengativa y contaminante.
De lo contrario, se armará un Borges para los méritos científicos y literarios del presente y del pasado.
Y entonces se le dará a Alfred Nobel, liberados de esa venganza ponzoñosa y maledicente, un póstumo Jorge Luis Borges.
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