POR J. ESTÉVEZ ARISTY / La señora enfermedad

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

La señora enfermedad siempre vive en acecho para entrar al cuerpo humano y fuñirle todos los días de su restante existir.

   A ella le gustan los Estados como el nuestro, que nada invierten en medicinas preventivas y que no tienen ni siquiera un anuncio en los medios de comunicación donde adviertan que el humano es el producto de lo que come y que por tanto estamos en el deber de comer sano desde muy temprana edad.

   A la señora enfermedad les encanta los Ministerios de Salud que invierten poco dinero tratando de curar la enfermedad que se pudo evitar con muy poca cosa, antes de empezar su irremisible embestida.

   La inexistencia del médico familiar para lograr milagros medicinales en las salas de las familias, tiene de júbilo a la señora enfermedad.

    Ésta, la gran sádica, baila merengue, salsa y bachata cuando se entera de que en un país no hay control en la fabricación de medicinas, las que en ciertos casos son falsificadas vendiendo, es un ejemplo, como pastillas calificadas para controlar la presión arterial, aspirinas que solo sirven para un dolor de cabeza y afinar la sangre, pero patrocinando en sus efectos secundarios tantas úlceras estomacales sangrantes.

    A la señora enfermedad, amiga de la muerte y del descalabro económico de la gente, le encanta cuando es terminal porque ahí hace de las suyas y acaba con la pobreza acabando con los pobres ante un estado de salud precario o muy precario.

   En este ciclo conclusivo, la enfermedad terminal observa sin rubor que los seguros de salud no sirven para nada, que las ARS han estafado al pueblo llevándose más de 145 mil millones de pesos en los bolsillos, en un robo legalizado por el Partido de la Liberación Dominicana y mantenido por el Cambio.

    Grandes teóricos del capitalismo no nacidos del vientre de madre alguna, sostienen que hay que detener los nacimientos y eliminar a los viejos, porque son una carga de salud, supuestamente alta, para su Estado inhumano, protector de los ricos y decepcionador de todos los ciudadanos de manos vacías.

   Y está de mil amores la señora enfermedad terminal cuando a un «arrancao», hijo, nieto o bisnieto de Machepa, le llega un azaroso cáncer o un problema grave los riñones, sin un centavo para llevar un tratamiento, como en el primer caso, que requiere en un mes de más de 300 mil pesos para prolongar la vida hasta los límites de su incidencia.

   La que goza con el dolor ajeno, esa señora de piel insensible y de hierro entremezclado con plomo, le encanta que las instituciones que luchan contra el cáncer en el país estén abarrotadas de enfermos desesperados, que no dan abastos ante el abandono del Estato, que no reciben ayuda de nadie, que les ponen cita cada seis meses a gente comunes, pudriéndose y con dolor, quedándole a estos desamparados pacientes y como único remedio, la reparación de su alma mediante una conversión, para llevar su espíritu hacia el más allá, colgando los tenis y sin apoyo económico de nadie, en el más acá.

   «Me gusta el país», dice la enfermedad terminal, «donde cuando aparezco la gente gaste todos sus ahorros, hipoteque o venda sus casas o apartamentos familiares, y a fin de cuentas se queden sin un clavao, teniendo que pasar por la vergüenza de pedir no sólo para medicinas, sino para poder comer masitas con refrescos o coconetes con mabíes seibanos».

   Los enfermos que se dializan tres veces por semana por problemas renales, los cánceres que hacen metástasis y pudren la gente por dentro, dañando células buenas y multiplicando las malas, los enfermos de diabetes que requieren insulina, aquí de números muy elevados, están con el grito al cielo, sobre todo al comprobar que la Asociación Médica Dominicana sólo lucha por aumento de salarios, que sólo en Higüey y dos lugares más el Sindicato de enfermeras dominicanas ha paralizado hospitales cuando ya no aguantan los muchos internamientos y los incontables decesos por falta hasta de jeringuillas.

   Las enfermedades terminales, cuyo objetivo es matar a los infelices, van en coche en un país que no tiene tradición de protestar por una de las tres necesidades básicas de un ser humano: la salud.

    Yo creo que la depresión ante el desamparo propugnado por el gobierno, en materia de salud, la impotencia ante las dificultades burocráticas de los centros de salud, el drama de ver a galenos, enfermeras, personal de hospitales públicos, ministros y gobernantes insensibles, hace que los pacientes mueran más rápido de la cuenta con un sabor amargo de decepción por haber nacido en un país sin alma y cuyo credo es la indiferencia total ante el drama de los enfermos.

   La depresión baja las defensas del cuerpo de los pacientes, solo para que, entre la muerte, prima de las enfermedades terminales, más rápido que de carreras, más mortal que en su primera etapa y más despreocupado que un borracho sinvergüenza ante el cadáver de un compañero de parrandas cotidianas.

   A la señora enfermedad le encanta el término colapso del sistema de salud en situaciones gravosas, aman a los comunicadores faranduleros y de bonito vestir y cabellos al último estilo de la moda, que no dicen nada de esta catástrofe familiar y nacional, de estos dramas humanos desgarradores, los que, para colmo de males, les pueden tocar vivir el día menos previsto.

   A la señora enfermedad terminal les encanta los mandatarios de seguros exclusivos de salud universal y en dólares, de sonrisas en fotos de revistas y periódicos, de discursos ilusionistas y de propuestas utópicas, mientras un niño de apenas cinco años muere hoy sin medicamentos, con la cabeza rapada y con un ineficaz cintillo en su muñeca izquierda de un desteñido rosado que gesta una campaña de figurines de pantallas chicas que no mamarán del santo seno de Dios.

   ¡Anda pal carajo! ¡Qué país de fundas de papel de colmado, Juan Sonso y Pedro Animal!

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