POR J. ESTÉVEZ ARISTY / Señora inflación… enemiga a muerte de la democracia y equilibrio

J. Estévez Aristy*

(A D: con sobrada razón)

Muchos economistas gubernamentales, graduados incluso en universidades de prestigio, hablan de inflación sin conocer el tupé de dicha señora ni los alcances de sus crueles derroteros, ni los bemoles de su lengua mala, ni de los estragos históricos que ha provocado la barbaridad de su horripilante facha.

Del latín inflatio proviene el vocablo que alude a dicha señora y sus componentes son: el prefijo in (hacia dentro), fiate (soplar), más el sufijo -ción (acción y efectos).

En la parte que nos interesa, el diccionario Larousse define a la susodicha señora como «el desequilibrio económico caracterizado por la subida general de precios proveniente del aumento general del papel moneda».

Sin embargo, la señora inflación puede combinar causas externas e internas para justificar su existencia y la prole de su inhumano origen.

Pero a ella solo le importa reducir el consumo de las personas hasta los linderos de la precariedad, provocar el caos colectivo como si nada, irritar a la madre de los tomates, enfogonar a los hijos de Machepa, desarbolar a Juan Pérez y a Juan de los Palotes, azararle la vida a Crucita, la cuernera, desencajar a Compadre Pedro Juan y a Concho Primo, sembrar desalientos en las masas desposeídas, incitar la delincuencia y el irrespeto a lo ajeno, y matar el corazón animoso del joven, del adulto y del viejo, así como asesinar la fe del vago y del trabajador, del enano y del manganzón.

La inflación es una señora puta que entra en todos los hogares para destruir las ganas de echar hacia delante, irritar hasta al perro de la casa, confrontar parejas y además a padres e hijos, asustar y arrepentir a los novios por casarse, estimular a la soledad y a la incertidumbre, destruir hogares y calibrar divorcios y reyertas, placerse en los rostros irritables, sacar lo peor de los vómitos sociales y soltar sus dolorosos estragos en plena boca de los vacíos estómagos.

En inflación hay más delitos y enfermedades sociológicas. La gente se vuelve medio irresponsable, aumenta el consumo etílico y de drogas, se llenan las libretas del colmadero de fiaos riesgosos, morir es un dolor de cabeza y sobrevivir una hazaña de tigres.

La señora inflación es sádica, prohíja la impotencia, el desaliento, la ira. El votante se siente defraudado y también al que nunca le ha importado la política ni los políticos.

La gente, bajo los rigores de la inflación, ya no quiere a políticos que resuelvan, si no que no le jodan la vida.
La inflación en un gobierno pasivo, le echa sal a las heridas, o cuando no, acetileno y pringamoza.

Esta señora encopetada, insensible y endiablada, hace que el devoto maldiga, que el no devoto maldiga y que hasta el mudo maldiga con gestos y sonidos airados.

El patriotismo baja al piso si es inflacionario el país y el amor en la patria disminuye y casi todos piensan abandonar su lar para irse a otro país donde la canasta familiar no se instale en las nubes y donde el salami, los huevos y las sardinas no sustituyan, tan de frecuentes, a las carnes habituales.

En inflación galopante, la velocidad de los hierros febriles se apaga o disminuye, aumenta el desempleo, se remenea el área de la construcción, se compra y se vende menos, no se puede producir mucho por el alto costo de siembra y cosecha, y se jode, a fin de cuentas, la fisgoneada paciencia del pueblo.

La señora inflación prohíja el abuso comercial sobre los precios de la canasta familiar, estimula a la ambición comercial desproporcionada y fría, desorganiza el orden, excede el ritmo de los aumentos, y disloca toda la estabilidad lograda.

La inflación hace que el peso se achique y que el ahorro bancario decrezca en bóvedas, y hace que mucho de lo que sube no baje y que la prima se encarame en la alta copa del diablo.

La señora inflación resta popularidad a los gobiernos, genera huelgas y pobladas, es pirómana, ladrona, atracadora y secuestradora, le encanta el encendido de neumáticos, de fincas cañeras, de autos inoportunos, intiga las pedreas contra los poli, las turbas, el saqueo a colmados, colmadones y supermercados, justo en la etapa en que hace perder la razón y pare pobladas que pueden tumbar gobiernos, reivindicar a dictadores o, cuando no, a pichones de dictadores.

La señora inflación casi le da un paro cardíaco cuando los Estados se abastecen de energía solar o a eólica limpia y propia, ahorran combustibles, enfrentan a los chinos que desdolarizan las economías, así como a los inescrupulosos del patio, cuando se aumentan las exportaciones, se expanden el turismo y se inflan todas las fuentes de empleos para descogotarla y partirle sus toscos brazos.

La señora inflación es una chupacabras. Puede motivar un cambio de rumbo político, tanto de forma violenta como de forma electoral, puede girar un país de la derecha a la izquierda y viceversa y puede alterar el ritmo normal de la historia y poner a una isla bocabajo, de lado, de espaldas o patas arriba, pero jamás en su estado normal.

A la señora inflación les gustan los gobiernos que la justifican y no hacen nada para revertirlas; se ofende ante quien la enfrenta y ante quien toma medidas en su contra, tales como vender productos directos ante el pueblo, duplicar las ayudas sociales, desarticular a las ARS y a los peajes privados, disminuir el cobro de impuestos, abrazar la austeridad, reducir los sueldos altos, alentar préstamos blandos para todos, aumentar los sueldos públicos y privados, entregar solares, apartamentos y casas, implementar los mercados de productores para estirar el dinero, tan mal reducido por culpa de sus voracidades repentinas.

A la inflación le disgusta si de manera puntual el gobierno va a todos los barrios con productos frescos y baratos, vende a precio de vaca muerta arroz, habichuelas y carnes, casi regala el aceite e introduce plátanos, verduras y vegetales a precios irresistibles en las puertas del pobre, del muy pobre y del profesional casi pobre.

A la señora inflación no le gusta que en el tiempo de su apogeo el gobierno aumente el subsidio a la harina y a los productos de consumo básicos, que renuncie a una gran parte de sus beneficios por la venta de hidrocarburos, que recoja fuera de horario los vehículos oficiales y reduzca en cada cartera los gastos que se consideren excesivos, irracionales y superfluos.

A la inflación no le gusta que en sus mejores tiempos el Estado compita con el comercio nacional e internacional, controle el accionar de los intermediarios e instale boticas y colmados populares en cada barrio del país para mantener alegre y sana al estómago y al cuerpo de la gente.

La inflación es una mujer sin educación que pisa la paz y se hace pipí en el orden sin importarle para nada levantarse las faldas a plena luz del sol y ante el ojo de cualquier transeúnte.

No permitamos que esa señora de mala estirpe salga a las calles de la República Dominicana a prostituir el equilibrio social, a fornicar con el caos y a llevarse de las altas esferas a todo el que se cruce de brazos y no haga nada para afrontar los altos precios de los artículos básicos inalcanzables.

Ella es enemiga a muerte de la democracia y del equilibrio. Duro con la inflación, señor presidente. No se deje arrinconar.

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* J. Estévez Aristy, dominicano, abogado y escritor.

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