POR J. ESTÉVEZ ARISTY / Regalos al niño Dios en esta navidad
J. ESTEVEZ ARISTY
La navidad no solo es el festejo en una fecha equivocada del nacimiento de quien, ya adulto, dijo que era el camino, la verdad y la vida, y que nadie podría ir al padre de no ser por él.
El párroco francés Julián Perrotín, ante una iglesia yumera atestada de creyentes, me dio la mejor respuesta sobre el festejo extemporáneo de quien aparentemente nació, según los teólogos de Los Testigos de Jehová, en el mes de abril y no en diciembre: «celebrar el cumpleaños de alguien fuera de fecha, no le cae mal al festejado».
Así las cosas, ese recordatorio espiritual de la humanidad enfocado en el nacimiento del niño Dios, Jesús de Nazaret y también del mundo, en un humilde pesebre de Belén, marca una tradicción de gratitud hacia el ser que cambió la historia y el resentido ojo por ojo y diente por diente de la teología mosaica, a cambio del amor humilde hacia los semejantes, incluyendo a los más encarnizados adversarios de nuestra existencia.
No sólo evangelistas y profetas atestiguan la genética sagrada del protagonista del Gólgota, vencedor de la muerte y con esperanzada resurrección incluida.
En dos ocasiones, el propio Dios testimonió de la grandeza divina del piadoso de la adúltera apedreada, cuando soltó su voz desde los cielos diciendo que «este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia. Escuchadlo a él».
De modo que no hay términos medios, sino definitivos. La humanidad solo posee una opción: escuchar a Jesús y punto.
En el centro gravitacional crítico, se derrumban todos los santos católicos, la devoción mariana, y los senderos equivocados de tantas religiones extraviadas que coexisten en los paralelos de la tierra con fines mercantil.
La grandeza del multiplicador de panes, levitación sobre el agua y resurrección de Lázaro, la hayamos y celebramos en dos condiciones inherentes a su naturaleza celestial y terrenal, respectivamente: el ser el gran mensajero de Dios y el hecho de constituirse «en el gran poeta del amor en la historia del propio universo».
Esto último, porque Jesús hablaba en parábolas, utilizaba a borbotones imágenes comparativas, diciendo, por demás, de «ríos de agua viva», de «vientre de la tierra», de «yo soy la sal del mundo», de «aparta de mí este cáluz», de «en tus manos encomendó mi espíritu» y otras estructuras literarias que evidencian el especial vuelo poético de quien llamaba la atención por el tono declamatorio y dulce de su voz y por sus múltiples milagros.
No era por su belleza, porque según el profeta Isaías, no había buen parentesco en él para que nadie se fijara.
La navidad nos da la mejor lección del mundo en la trascendencia de un ser humano inversamente proporcional al sitio de su nacimiento.
El niño del pesebre y quien no tenía sitio aún adulto, dónde recostar su cabeza, divide la historia de la humanidad en un antes y después de su parto, mueve hoy en día la fe de millones de creyentes y es el nombre más pronunciado y escrito en el mundo, semana a semana, mes a mes y años tras años.
Pero Jesús y su natividad encarnan una etapa de solidaridad que debe iniciarse, en algunos casos, y que debe reforzarse, en muchos otros.
En lo particular, es un momento para que vosotros y nosotros compartamos amor a granel, pero acompañado de un gesto material de solidaridad que alegre a un necesitado de comidas, medicinas, vestimentas, calzados, techo u otras necesidades en este tramo difícil del universo donde el ser solidario escasea tanto como muelas de gallinas y gallos.
Todos los gobiernos del mundo, a unanimidad, deben tomar esta época de acción y reflexión para donar raciones de alimentos, ropas, condonaciones de deudas y de condenas penales, reducción de impuestos, e, incluso, entregar viviendas a misérrimos ciudadanos del mundo.
Todos a una, debemos pensar en el continente africano, en los barrios marginales de América y en los cinturones de miseria del caribeño Haití.
La reducción del armamentismo agradaría como regalo navideño al niño Dios y mucho más la inversión de las potencias mundiales en mejorar la calidad de vida de los pobres de todo sitio.
Otro regalo que agradaría al carpintero de Nazaret, colaborador de su padre José en estos menesteres, sería implementar políticas para reforestar el planeta, reducir los envases plásticos, respetar el ambiente, defender la fauna y la flora, y minimizar los tóxicos arrojados a los espacios del mundo, incluyendo también los arrojados a la capa de ozono por las fábricas de humos tóxicos, de azarosa laboriosidad.
Jesús sonreiría de emoción si los funcionarios públicos fueran honestos, y respetaran el mandamiento bíblico que predica el No robarás.
Jesús sería feliz con la prisión de los corruptos y la repartición de sus bienes muebles e inmuebles mal
habidos entre tantos necesitados defraudados por aquella tradicional y mañosa estirpe.
Y, por último, Jesús fuera feliz en este festejo extemporáneo del 2021, si en el 2022 sus hijos terráqueos cambiaran el puño por una mano abierta, la palabra odio por la palabra amor, la crítica hiriente por el consuelo, el ruido por el silencio, la velocidad automovilística atropellante por la deceleración del pedal, la maldad por la bondad, la acumulación por la repartición, el arma blanca o de fuego por un ramo de olivo, el robo por el respeto a lo ajeno, el secuestro por la liberación, la intolerancia por la comprensión, la medicina de cobro descarnado por el servicio hipocrático, la indiferencia por la filantropía, el pleito por el sosiego, el consumo de drogas por el consumo de frutas y verduras, el analfabetismo por la lectura de libros, la guerra por la palabra paz, la intransigencia por el consenso y, por último, el celular encendido por su apagado para generar esa conversación extensa con amigos y familiares, en un memorable y memorioso reencuentro furtivo entre los seres distanciados por una tecnología que ha mecanizado el alma y helado el corazón del espíritu colectivo.
Dejemos que el amor y la ternura de aquel nacimiento de veinte siglos atrás, nos toque la sangre, hemoglobinas y glóbulos divinamente coloreados del color blanco de la paz y del tinte rojo pasional de los antiguos 14 de febrero.
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