POR J. ESTEVEZ ARISTY / El verdadero hijo de Juan Bosch

POR J. ESTEVEZ ARISTY

Juan Bosch fue un moralista a carta cabal. Murió sin fortuna, pero con una mina de honorabilidad explotada a su favor desde los lingotes de oro de su trayectoria impoluta.

Los hijos políticos de Bosch son aquellos que predican con su ejemplo de pulcritud un estilo de vida, en lo público y en lo privado, similar al que portaba en su ADN el maestro, así como sus ideales y su praxis cotidiana enemiga de los manejos financieros turbulentos.

Ni Leonel Fernández ni Danilo Medina, desde su ejercicio gubernamental, pueden considerarse como hijos de Juan Bosch, llamados a aplicar el legado del maestro truncado en pleno ejercicio de su gobierno, en septiembre de 1963.

Los gobiernos leonelistas y danilistas, recrearon un progreso socioeconómico, ejercido sobre la lápida donde se enterró la moral, desde el primario momento de la adquisición de yipetas de lujo, las que con tino y valentía enfrentó el escritor Miguel Solano, como un clarividente temprano y olfateador agudo del desastre gubernativo que se acercaba.

Con Leonel Fernández y Danilo Medina en el poder, los intermedios se convirtieron en un consorcio de ricos y sus reuniones casuales en una feria de vehículos de primera y segunda categoría.

Los boschianos de chancleta, se convirtieron, cuando llegaron al poder, en negadores de los pulcros ideales de Bosch, dotados de calzados italianos y montados en vehículos de marcas de calidad.

Esos gobiernos del PLD de innegables realizaciones en el área de la construcción e infraestructuras viales, le echaron un jabón al sancocho de sus logros, hecho con la mala cuaba de la corrupción administrativa descontrolada y abusiva, perversa y general.

Al salir del gobierno morado, se destaparon los escándalos. A decir de la Procuradora General de la República Dominicana, doña Mirian Germán, hay 400 expedientes de corrupción morada pendientes de enjuiciamientos. Detrás de estos, hay fortunas sucias, torres, edificios, apartamentos y casas sucias, potreros y predios agrícolas sucios y secretas cuentas bancarias en nombre de terceros, también sucias.

Con el dinero que han hurtado las manos moradas durante la gestión de Leonel y Danilo, se podrían construir no dos, sino cinco República Dominicana.

El robo es evidente, incluso, en provincias y regiones, ante la vida impune de dirigentes morados, campantes, sonrientes y rejuvenecidos, actitudes que expresan el grado de deterioro territorial del Partido negador, en su ayer, de las honorables visiones de Bosch.

Leonel y Danilo, así como muchos de los suyos, se orinaron y evacuaron sobre las palabras moralizantes del autor de La mañosa y rociaron gasolinas sobre sus papeles usados de baño para que de los teoremas de Bosch no quedara ni el título.

Desde el poder, Leonel Fernández y Danilo Merina actuaron como hijos legítimos de Joaquín Balaguer.

Aplicaron las malas mañas corruptas de Don Elito, tan lánguidas, tan largas y tan punibles, mandando a su líder Bosch para la porra.

Entre Danilo y Leonel, no se sabe cuál se parece más a su padre político Balaguer. Tienen el mismo ADN de este, las mismas tácticas, los mismos métodos, las mismas simulaciones. Son gemelos nacidos en un mismo hospital y criados por aquel padre cortesano de Trujillo, sin conciencia moral de sus crianzas.

Y resulta que de golpe y porrazo entra al ruedo político del patio, el hijo del honorable José Rafael Abinader, alcanzando la presidencia de la República en el año 2020, como catalizador de un anhelo de cambio incubado en la población dominicana, similar al que predicaba Juan Bosch.

La práctica diaria en el ejercicio de sus funciones del primer mandatario del paÍs, Don Luis Abinader Corona, reedita el estilo sietemesino del gobierno de Bosch y los principios morales plasmados por este en el 1973, cuando abandona el PRD y forma el Partido de la Liberación Dominicana.

Sin formar parte de la dirección política del PLD, Luis Abinader encarna el pulcro pensamiento bochista y se convierte, por pruebas irrefutables de su ejercicio, en el hijo político de Bosch, heredero de su dignidad y decoro administrativo.

Juan Bosch no era un pendejo. Sabía que si el PLD llegaba al poder él no iba a controlar a sus mañosos.

Por eso en el año 1990 gana las elecciones y Balaguer, según el abogado y político Tomás Castro, manda a Pepín Corripio para entregarle el poder, post formación de la Comisión de transmisión de mando. Bosch se niega rotundamente, expresando que solo Balaguer, desde el poder, puede lidiar con esos dominicanos corruptos que convivían también en su partido de forma simulada.

Bosch prefirió mantenerse impoluto en oposición y no con una retahíla de ladrones vinculados a él, desde el poder.
Leonel Fernández y Danilo Medina asumieron el reto, cogieron las pruebas y se achicharraron. El pensamiento bochista sucumbió.

Luis Abinader, empero, acepta el reto, gana unas elecciones limpias y asume el mando con determinación, sin desconocer que desde su gobierno lidiará con muchos mañosos y mañosa.

En esa tesitura y buscando filiación legítima con los principios del autor de Judas Iscariotes, el calumniado, dona su sueldo presidencial, censura a sus funcionarios vinculados a un presente y pasado corruptos, salvo una extraña excepción, y exige pulcritud a los manejadores del erario de todos.

Hasta ahora, es el político que desde el poder respira sin manchas el aire limpio emanado de los pulmones morales de Juan Bosch.
Tamaña paradoja es que el hijo político de Bosch, sea un perremeista y no un peledeista.

Cabe acotar que el hijo político de Bosch, Luis Abinader, ha sido evaluado hasta el día de hoy de forma positiva.

Pero el pueblo intuye que un gobierno se evalúa al momento de su salida del poder, ya que de ahí salen a flote sus defectos simulados y desbarajustes financieros tapados.

A Luis Abinader lo volveremos a evaluar en el 2024, si prende el proyecto reeleccionista que ya enervan, bajo bajo, muchos de sus seguidores o en el 2028, si la suerte le acompaña.

De Luis Abinader no pasar la prueba en uno o dos períodos de gobierno, el pobre Juan Bosch se quedaría, al parecer, sin hijos legítimos o naturales que represente su ADN diáfano en el ejercicio del poder, minado por tantos viciosos funcionarios tan amigos de lo ajeno.

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