J. Estévez Aristy

El fin de año nos trajo tres partos literarios, que deben mover los aplausos, los festejos y una copita de vino blanco o tinto, californiano o chileno, en galería o sala.

Con una diferencia de días, la pista literaria se calentó en la República Dominicana con la puesta en escena de tres obras literarias.

Se trata del libro titulado Cuentos Caribeños, del criminalista Alexis Joaquín Castillo, de los
relatos cobijados bajo el titulo de El nieto postizo, de Juan Hernández Inirio y de la reedición del ensayo intitulada Derecho administrativo, legislación, doctrina y jurisprudencia, del jurista, economista y escritor experimentado, Don Ángel Lockward.

A decir verdad, ninguno de los tres títulos atraen mucho a los lectores comunes, pero sus contenidos son harto interesantes, pues en Hernández Inirio y Castillo, nos encontramos con dos cuentistas de gran vitalidad cuyos ejes narrativos son lo urbano, mientras que en Lockward nos sumergimos en los enfoques jurídicos innovadores y precisos, según la crítica, de un analista agudo de muy sólida fortificación jurídica y que no escribe intrascendencias.

La diferencia narrativa entre los cuentistas Hernández y Castillo, es notoria. El cuento urbano cobra vida en ambos narradores, situándose, en el caso del primero, en la cotidianidad descarnada monda y lironda, y, en el caso del segundo, en el accionar de un barrio capitalino, pero con marcada concentración en el tiempo de las represiones políticas, de la República convulsa y de las secuelas de aquella guerra fría.

Los cuentos contenidos en El nieto postizo, tienen que ver mucho con la sociedad de hoy, el crimen y la corrupción barnizados a veces con el amor y la infidelidad, las decepciones sentimentales y la voz inconfundible de la derrota de todas las utopías y esperanzas en la pluma de un joven que pugna por los vuelos altos.

En el título Cuentos Caribeños, acertado solo para una antología narrativa antillana, hurgamos en la destreza de un escueto y sustancioso cuentista de la vida política y social del barrio Villa Juana de la ciudad capital, visto por el ojo agudo de un narrador que saca de los entramados históricos la descripción de escenas que llevaron a impactar al colectivo nacional de forma devastadora.

Juan Hernández y Alexis Joaquín Castillo se presentan como dos narradores del ambiente social, diferenciados por el sabor a cotidianidad corrupta sobre un tablero de decepciones y desenfrenos sexuales de Juan Hernández, a contrapelo de las historias políticas sangrientas y de denuncias del criminalista Alexis Joaquín Castillo.

De Lockward, solo intuyo un ensayo bien dominado y conducido, partiendo del buen tino de sus libros anteriores, hijos literarios de un ensayista que ejercita de la mejor manera desde este género de pocos cultores del patio con el tinte de sobresalientes.

Agradezco a Juan Hernández y a Alexis Joaquín Castillo por el hecho de poner entre mis manos sus obras narrativas.

Pendiente de lectura está la obra reeditada de Lockward, la cual adquiriré.

Concluyo diciendo que Alexis Castillo, con la publicación de sus doce relatos, se introduce en los tejidos y tejados del cuento urbano dominicano, ese que tiene como mejor explorador al extinto Don Marcio Veloz Maggiolo y su estela de narraciones y personajes extraídos del mismo rollo y meollo del lugar de las barras, cueros, chulos, mampiolos, moros y cristianos, tramposos, estafadores, embaucadores y lleva vidas.

En Juan Hernández, empero, tenemos a un cuentista de la urbanidad actual, los tratados narrativos que revelan a una sociedad decadente, donde la desilusión social y sentimental se pasea obligada por las indiferentes calles de la frustración, presentando la crudeza de un entorno social de picada, azaroso, deshonesto y traicionero.

Tres obras literarias puestas en circulación en un tiempo récord de seis días, en medio del breve respiro permitido por una mortal pandemia, hablan bien de dos géneros literarios (cuento y ensayo). 

¡Enhorabuena!