POR JOEL JULIO GARCÍA / Geografía de la memoria de Eugenio Cedeño Areche

Por Joel Julio García

Eugenio Cedeño Areche, político y escritor dominicano, en su obra De África y Canarias a Anamuya por amor y otros relatos, nos ofrece, en clave realista y emocional, textos que tejen su identidad. Mediante ellos el lector navega, guiado por la pluma de Cedeño, por la geografía de la memoria del autor, quien revela experiencias familiares que le han permitido construirse a sí mismo.

En este mismo orden, afirmamos que escribimos porque la nostalgia o el amor se hacen pájaros que van al jardín del corazón y, en lugar de darnos flores, nos dan palabras para decirle al ser amado: «Yo aún conservo un objeto o prenda tuya, un pañuelo, una foto o un sombrero», como el sombrero que Cedeño realza en el primer relato. Es que las palabras se sienten como pequeñas alas en los dedos para decirle a aquellos que se fueron más allá de las estrellas: no te olvido nunca.

Como decía el célebre escritor argentino Jorge Luis Borges, «somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros». Esta idea borgiana nos ayuda a comprender la conexión que existe entre el negro Francisco y Cedeño, o más precisamente, entre el personaje y el sujeto-creador. La obra es un espejo que los muestra a ambos en búsqueda de libertad. El creador amplía los espacios de su libertad creativa, mientras que el personaje busca las montañas del sur para ser libre. Permítanme recordar, en este escenario, el bello pensamiento que le regala Virginia Wolf a los escritores: «No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponerle a la libertad de mi mente». 

Retomo una vez más a Borges porque no se equivoca cuando manifiesta que somos los otros, es decir, que somos seres en comunidad. O como lo decía el gran poeta mexicano Octavio Paz: «El otro tiene la mitad de la humanidad que a mí me hace falta». Queridos amigos, el otro nos construye o nos da su vuelo; incluso los personajes de este libro forman parte de nuestra hermosa y finita construcción. Ellos se ven atravesados por los temblores del amor, el sufrimiento y la búsqueda de un destino más próspero.

Estos relatos reflejan distintas facetas y circunstancias de la condición humana. Según Aristóteles, la felicidad es el supremo bien y fin último del hombre. Es así como Mauricia, Manuel, Pata blanca y Pancho, somos todos nosotros queriendo alcanzar esta máxima aspiración. En este sentido, Cedeño nos regala su obra como una ventana que se abre para que la luz de sus personajes nos llene los ojos de amor y de recuerdos.

Expresaba García Márquez que debemos vivir para contarlo, y Neruda afirmaba «confieso que he vivido». La vida es una narración de nuestras caídas y elevaciones. Cedeño, como creador, sabe que no somos simplemente partículas; somos los relatos que nos dan sentido, y nuestra principal capacidad simbólica es la lengua, aquella que nos permite ejercer con dignidad la política y crear desde nuestra interioridad otros mundos posibles.

La obra está enriquecida con eventos significativos de la historia venezolana y de la región latinoamericana. Inicia con la campaña de liberación llevada a cabo por Simón Bolívar y destaca la figura de Manuel Cedeño y su contribución estratégica en la Guerra por la Independencia. Además, aborda la anexión de la República Dominicana a España en 1861. Es importante destacar que los eventos históricos de aquella época posibilitan comprender el pensamiento y accionar de cada uno de los personajes del libro. Ciertamente, esta obra nos deja ver, con sus relatos nutridos de historia, que la literatura juega un papel importante en la forma en que la sociedad percibe el mundo en el que vive

Por otro lado, el autor nos presenta el viaje de Viviana y Vicente a Santo Domingo, dejando atrás una Venezuela afectada por la guerra. Al leer la historia de estos personajes, se recuerda al filósofo Albert Camus, quien hablaba de la responsabilidad de darle sentido a la vida. En efecto, ya sabemos cómo la guerra despoja a los individuos de su espacio vital y los lleva a expandir las raíces de su existencia en otra geografía más amable. Además, Cedeño elabora su árbol genealógico, el árbol de la profunda sinfonía familiar.

En esta configuración narrativa, el dolor, como uno de los sentimientos universales, brota desde el espacio más hondo de la existencia de Eugenio Cedeño Reyes, quien enfrenta tormentos internos por una crisis matrimonial. Este personaje, tumbado a la orilla del río, canta: «Camino del puente me iré, a tirar tu cariño al río, y mirar cómo cae al vacío y se lo lleva la corriente. / Un hoyo profundo abriré, en una montaña lejana, para enterrar las noches y las mañanas…». La poesía, como el vuelo más audaz de la palabra, también enriquece esta obra.

En definitiva, Eugenio Cedeño Areche nos ofrece una obra que explora las complejidades de las relaciones familiares y nos invita a navegar por el mundo en el que los personajes vivieron, no solo para conocerlo, sino también para encontrarnos nosotros mismos.

 

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