POR J. ESTÉVEZ ARISTY / ¿Es Nashla Bogaert la mujer más hermosa de la República Dominicana?

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

    Los poetas tertuliaban con poemas y con temas faranduleros, entre tragos de cervezas no tan frías, vinos de raras marcas y Brugal extraviejo, hasta que surgió el tema.

    –La mujer más hermosa de la República Dominicana es Nashla Bogaert –gritó el más viejo de todos, con una voz estropajosa, hedionda a cerveza manía y propia de una decadencia resistente a la jubilación festiva.

   Ahí mismo se armó el reperpero y se dividió casi en dos el grupo de 7 poetas y una portalira.

   Como era de esperarse, la portalira dijo que no, que eso no era así, que «en el país, coño, hay mujeres más bellas que la tipa esa, lo que pasa, carijo, es que no tienen la suerte ni la promoción de la muy estúpida».

   –Tú lo que eres es una maldita envidiosa! –le gritó el poeta valetudinario, dándose un largo trago de espuma y líquido amarillo.

    — ¡Y tú, ni más ni menos, impotente y miope! –le devolvió la poeta, poniéndose de pie.

    Todos reímos, cogiéndonos las tripas y chillando como locos.

     Corté la prolongada risotada y sometí, autoritariamente, el asunto a votación.

    «Será levantando la mano», precisé.

   No voté y fue un pecado. Pero de 7 votos borrachos legitimados por el alcohol, Nashla Bogaert agarró cuatro.

  La poeta y su pretendiente, por supuesto, error fuera, votaron en contra.

    Hubo una abstención. Se trataba la de un poeta dudoso, de hablar aflautado y que doblaba la muñeca cuando gesticulaba un breve o largo discurso.

    Pese a todo, el poeta valetudinario, impotente según la portalira, me puso en aprietos.

    –¿Y usted que opina, ilustre poeta? –preguntó.

    La portalira y su pretendiente me clavaron sus cuatro ojos en ojeada desafiante, como los ojos de dos demonios pasados de alcohol y dispuestos a echarme un mal de ojos.

    Titubeé un poco, pero salí del paso.

    –El próximo sábado y a través de Diariogente –expresé–, fijaré mi posición.

    –¡Cobarde viejo! me gritó la portalira.

    –Muy cobarde–, anexó el pretendiente, pretendiendo, valga la redundancia, ganar puntos y clausurar la noche sobre la desnudez de la portalira en un motel de la ciudad.

   –¡Con honor fui y soy cobarde! –grité, recordando un viejo poema–. Nunca me he salpicado con la sangre del prójimo.

    A partir del debate, se rompió la taza, y cada uno para su casa. Por suerte, el pretendiente no logró su cometido y todos nos despedimos con una sonrisa burlona ocultada bajo los labios, inspirada por el fracaso de aquel ninfómano de tantas noches certeras o frustradas.

    Justo hoy sábado en la madrugada me puse a meditar en la respuesta comprometida.

    Evidentemente, y no me cabe la menor duda, la diva del debate es la perla más hermosa y codiciada dentro de la patria de Duarte y otras palmas patrióticas secundarias.

   Simplemente bella y complicadamente hermosa. Una flor colgada día a día en los labios azules del Caribe y del Atlántico.

    Se trata de un tallo de azucenas con dos piernas de albahacas. En ropa interior se tomó una foto y la publicó en su portal de Facebook y sacó a beatos y a evangelistas de sus respectivas iglesias. Esa actriz no se le puede presentar ni al Papa, ni a los pastores Molina, ni tampoco a los monjes budistas porque mueve a la codicia.

   Esa mujer es un pecado dulce, extremadamente bello, singularmente tierno y rotundamente tentador. Como un ángel de luz predicando la perdición o como un demonio mundano otorgando la salvación.

    Quien la tiene y la posee no es tan solo el hombre más envidiado de todos los municipios y distritos municipales, sino el más odiado en parajes y provincias.

    Creo que tener y salir con una mujer así es un problema cazao por su irresistible encanto y por su imán tan señorial que activa hasta lo muerto. Sería una cura para la impotencia de muchos viejos.

   Nadie puede ni podrá ver pasar por su lado a esa efigie de perfil perfecto,  de cintura perfecta y de cuerpo labrado por un ángel ciego, sin decirle algo, aunque su compañero afortunado se muerda la lengua, tenga que fruncir el entrecejo y reviente sin poder soltar sus instintos más agresivos.

   A tanto adorno poético de esta modelo natural, que apaga la sed del agua y llena de flama al fuego, se suma su desgranada simpatía bosquejado en la sonrisa que ofrece.

    Nunca esta virgen sin virginidad sería capaz de arrojar el celular de un seguidor que desee fotografiar su aura de ninfa sencilla, como lo hizo Bad Bunni con el móvil de una fanática.

     Hasta Juan Hernández, poeta muy selectivo, quedó hechizado por la belleza de Bogaert y se tomó una foto con ella con todos los dientes pelados. Trigo de Oro de La Romana fue el lugar memorable.

    Creo que enmarcó esta foto, la cacareó por doquier y piensa usarla de contraportada de un libro.

    La chica de ojos deslumbrantes conjuga una hermosura que ha aprendido a conducirse, que ya no comete errores, que es fina y delicada en el actuar, en el pensar e, incluso, en su austero decir.

    Muchas bellezas apáticas que se han ganado el desprecio del pueblo por presumidas, herméticas e indiferentes, tienen que aprender de esta mujer rica en buenos modales y en irrigación popular  de los olores de sus encantos.

    Cada vez que hace una publicación en Facebook la comento y ella, tan inteligente como atenta, le da un «Me gusta». 

   Ella, orgullo dominicano envuelta en su propia fragilidad y sencillez, exhibe su belleza y la muestra con mucha honradez y con una delicadeza asequible y admirable.

    Creo, sin temor a equivocarme, que Nashla Bogaert sería una excelente funcionaria dentro de cualquier tren gubernamental dirigiendo políticas sociales, henchida como está de filantropía sobrada y de humanismo acrisolado, más puro que natural.

    Lo malo es que es la mujer más codiciada del país y nadie puede clonar su autenticidad, ni su dulzura ni su gracia ni su humildad en los espacios privados de cada dominicano.

   Nashla Bogaert es, en definitiva, reina, virreina y princesa a la vez, porque no tiene sustitutas ni un séquito que iguale al suyo, inspirado en la inteligente elegancia.

    Emitidos estos juicios, pido perdón a las demás féminas del país y a las casadas y, por qué no, a las del resto del mundo.

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