POR J. ESTÉVEZ ARISTY / Habla el recién nacido 2023

 

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

      Mi parto se hizo a las 12 de la noche del año 2022 en cada hospital del mundo. Un segundo después rompí fuente y salí, con la inocencia llena de preocupaciones y con una flor blanca ensartada en mi hermoso pelo.

     Lamento abrir los ojos y encontrarme con una situación  atroz: la Guerra entre Rusia y Ucrania.

     Esa guerra ha sido cruel, descarnadamente brutal, con muertos en ciudades y campos, montones de heridos y mutilados  por la obefiencia de soldados armados que veo desarmados, brutales e inhumanos.

     Por eso mi primer deseo ante las manecillas de mi incipiente reloj es desear que esa guerra termine lo más rápido posible.

     La piel de mi tiempo es de paz, mi horaria de jazmines en flor y mi reloj de concordias efervescentes.

     No quiero ver más muertos entre millares de muertos. Se ha derramado mucha sangre, mis pañales blancos no pueden estar salpicados por el luto y la barbarie. Merezco empezar mis días y mis primeras semanas de enero, febrero y marzo sin la impiedad de los fusiles, sin la ferocidad de los tanques de guerra, sin la ceguera de los drones turcos o gringos y sin los tercos aviones de combate que disparan misiles en donde sueñan las familias.

    La guerra es la imbecilidad del orgullo y la brutalidad del intelecto.

     Es el patíbulo del diálogo y la quema de los principios democráticos y puros.

    La guerra es la negación de la civilización y el orden.

    Decir guerra es nombrar una palabra primitiva, salvaje, absurda y toscamente embarrada de ira y de delirio.

    La guerra posee un alfabeto de piedra, una gramática glacial y unas oraciones de helio.

    Disparar contra el prójimo, cegar la vida de ancianos, adultos, jóvenes y niños es contrariar el propósito de paz en el mundo de los hijos del bien, de las madres de luz y de los padres del ensueño.

     Toda guerra antes de gestarse debería ser sometida a votación mundial. Entonces triunfaría la racionalidad sobre la ceguera y no se haría porque los buenos  cristianos, musulmanes, taoístas y budistas son más y aman el equilibro, la concordia, el diálogo, el respeto y la libertad de criterios.

     En una guerra, que quede sentado para siempre, el que invade pierde la razón porque no la tiene ni la tendrá. Todo aquel que traspasa sus límites fronterizos es un anarquista, atrevido, violador y azaroso.

       Todo progreso tiene que ser juicioso, sereno, armonioso, justo, sensitivo, equitativo, , humano o de lo contrario nunca será.

       En todos los paralelos del mundo quiero paz, racionalidad, temor a Dios y respeto al mandamiento No matarás.

      Pido otras cosas: cerrar diferencias y brechas entre ricos y pobres, un planeta de defensa y expansión ecológica formidable, un globo estudioso, de profesionales filántropos y de avance de la ciencia al servicio del bienestar; nada de feminicidios ni pedofilia, nada de asesinatos ni sicariatos, nada de drogas ni su tráfico mortal, menos accidentes de todo;  maestros, maestras, sacerdotes y pastores de acrisolado respeto a sus feligreses; líderes políticos confiables y no embusteros.

      También, nada de dictaduras militares ni de imperios de locuras; nada de discriminaciones entre seres humanos; el retorno sagrado de la solidaridad; que se viaje a todos los lugares del mundo sin visas ni restricciones, que solo exista una guerra armada y que esta sea contra la miseria, que nadie muera de hambre en el mundo, y que surja la cura, por fin, contra el cáncer, la medicina contra la fratricida guerra y contra  el burdo  oprobio de los dirigentes políticos mundiales.

    Vivimos en un planeta hermoso con capacidad para que a nadie le falte pan, abrigo, educación, techo y bienestar.

    África y Haití no deben ser lugares para la pobreza ni la subsistencia. Estados Unidos, China, Rusia y Europa pueden revertir la mala y dramática suerte de estos corredores de miseria en el correr de mis días. La ONU debe imponerlo en su agenda casi inoperante.

    Frenando el armamentismo pasaríamos de un planeta trágico a un mundo de sonrisas y verbenas. África y Haití resaltarían sus campos de granos, sus bosques, dé frutos y sus casas de jardines colgantes.

     Solo así retrasaríamos el Armagedón y el  apocalipsis, la segunda venida de Cristo con poder justiciero y la aniquilación de los malos que en vez de maternidades alegres han llenado al mundo de cementerios luctuosos.

    Soy el 2023 y nadie, en lo absoluto, tiene derecho para pensar desde escritorios repletos de planes criminales por una humanidad que ama la paz, prohija el amor y disemina la concordia entre sus habitantes, donde casi somos todos, olivos de buena voluntad.

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