POR J. ESTÉVEZ ARISTY / Crítica a una navidad preocupada solo por comer y beber mucho

J. Estévez Aristy

Casi todo es malo en el período endiablado que empieza el 24 de diciembre y culmina el 25 de diciembre. De ahí al primero de enero la cosa se pone peor.

En primer lugar, la etapa que miente sobre la fecha del nacimiento de Jesús es una marcada por dos gustos piratas que se creían enterrados en los mares del mar Caribe desde el año en que la ambición de Colón contagió al bolsillo europeo: beber y comer como cerdos de tripas locas.

En ese sentido, somos piratas, o cuando no filibusteros o bucaneros cuyo común denominador no es otro que el gusto por la carne asada, el vino y el brillo del oro.

Contrario a ello, Proverbio 23:21 expresa «porque el borracho y el glotón se empobrecerán y la somnolencia se vestirá de harapos». La glotonería y la embriaguez tienen la sanción bíblica. Es más, hay un texto del nuevo testamento que establece que los borrachos no heredarán el reino de los cielos.

En navidad, lo rutinario y colectivo es comer y beber mucho.

La tradición que salvaba dicha glotonería de fin de año, ya se fue al carajo. Compartir alimentos con el vecino y los pobres, se fue a la porra.

A duras penas se le da un plato al indigente que pide en la puerta de la casa, para que se vaya de ahí y no joda a los de abundancias.

En navidad se fuñen los diabéticos y aumentan los problemas estomacales.

Viajar a sus orígenes ya resulta pesado, –el mundo ha cambiado tanto–, en tanto trabajo, negocios y otros enredos financieros se tragan el amor familiar de los emigrantes latinos hacia los que se quedan, quebrando los vínculos con el pasado y rompiendo el cordón umbilical con ese amor nostálgico hacia la patria que los vio nacer.

La navidad se ha corrompido, desnaturalizado y fuñido, aunque su origen no pudo ser sagrado.

El período navideño es aquel donde se explota la pobreza en su máxima desazón.

Recordarse de los pobres un día es una aberración anticristiana. Contradice a Dios, a Jesús y a su palabra.

Los políticos van con fundas de comida precaria a relajar con la necesidad de la gente.

Luego de ello, no vuelven más porque a la desgracia del pobre solo hay que meterle pico por un solo día, pues no se puede solucionar lo que se comprometieron a erradicar en su hipócrita campaña.

Más que en ninguna etapa del año, la gente valora al otro por lo que trae. El que no da, es satanizado, tildado de malo, tacaño y miserable.

Los congresistas de los préstamos y de las medidas impositivas pretenden devolver migajas al pueblo después de achicar el arroz que consume la gente y alterarle la canasta familiar hasta los linderos de una inflación sin precedentes.

Cuando dan lo hacen movidos por interés electoral. Allante navideño por simpatía política, con desprecio al infeliz simulado en el agrado.

Nada de Mateo 6:3 cuando Jesús, la figura principal de estas celebraciones más paganas que cristianas, nos dice que cuando des limosnas a los pobres procura que tu mano derecha no sepa lo que hizo la izquierda.

Es doloroso saber que quien inventó la caridad primero inventó al pobre y luego le dio pan.

No solo hay que burlarse de la miseria de la gente sino divulgar una falsa bondad exponiendo en pública la foto de entrega o difundido el video del platito de comida, la fundida o la cajita que se da con factura electoral soterrada. Esos bocados navideños regalados salen muy caros. Esas manzanas de las canastillas políticas envenenan el ahorro familiar.

En este período etílico, se tocan y suben de volumen las baladas, salsas, plenas, bachatas, ballenato, merengues u otros ritmos para beodos –vamos a hacer un serrucho que se acabó el ron-, incitando a beber hasta gas propano, si fuese necesario. Las canciones cristianas entran en período crítico. En esos días de arbolitos y gomitas azucaradas la gente que habitualmente reza y ora, reduce su participación en los templos.

Los comilones navideños cada vez son más comesolos, insensibles e impiadosos.

En este ciclo de celebración errática de la fecha del nacimiento de Jesús, el derroche pierde el juicio y la racionalidad el cerebro.

Todo se vuelve puto y bullanguero. Todo veloz y alocado. Toda apariencia y derroche.

La natividad aumenta las deudas y los robos de los funcionarios.

La navidad, empero, alimenta a los buitres comerciantes del sistema. Se vende más de la cuenta, se endeuda más de la cuenta para comprar nimiedades y se derrocha más de la cuenta.

El desorden vehicular aumenta en esta fecha y sólo la Semana Santa supera en accidentes y decesos.

Los robos y los atracos protagonizados por los que quieren tener chavos fáciles para beber, comer y darse una chama, después de un pase de droga aumentan en esta época.

El invierno, dentro de cuyo tramo la Navidad se exhibe, trae enfermedades respiratorias que apalastran o matan. El frío saca a flote la artritis. Muchos se tullen.

La navidad estimula la diversión colectiva, fuente de contagio de estas enfermedades, sobretodo de las variables del Covid 19.

Jesús no nació un 25 de diciembre ni el espíritu navideño de paz y amor es tal en estos festejos de bebidas y comilonas del mismísimo diablo.

La navidad es una fiesta pagana del dispendio de comida y de alcohol, que en su desnaturalización ofende a Jesús y a sus no borrachos ni comilones principios.

Siempre he creído que el inventor de la navidad era glotón y bebedor y, de ñapa, un diabólico comerciante.

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