POR J. ESTÉVEZ ARISTY / El olfato fino del escritor de microrrelatos

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

   Un olfato ágil y veloz debe tener el autor de los microrrelatos. El olfato literario rastreará el buen cuento corto dirigiéndose hacia varios sentidos.

   El buen relator de este tipo de bocadillo narrativo debe, en primer lugar, rastrear una buena trama. La trama es, en sí, la sangre del relato corto. Una buena circulación sanguínea, de vasos limpios, garantiza la salud general del microcuento.

   Luego de ello, el buen cuentista de este tipo de narraciones debe rastrear las palabras como el diestro perro rastrea desde la distancia un sabroso pedazo de carne.

    El objetivo del cuento corto es impactar en el lector con su fragancia breve dejando un olor perpetuo en las fosas nasales de su alma.

    El agudo olfato que se emplea en la trama de un cuento corto se debe extender, en lo inmediato, hacia las palabras que la expresarán.

   En medio de tantas patas gramaticales, el cuentista de las compensaciones y resúmenes debe olfatear las palabras más precisas.

    No todas las partituras gramaticales son idóneas para el desarrollo del relato corto. Esas palabras que desarrollarán la trama tienen que ser las justas.

   Las palabras rebuscadas, de vestimentas barrocas, pesadas al olfato y al paladar, deben ser desechadas.

   Todo cuento corto debe de estar dotado de luminosidad y, cuando no, de claridad meridiana.

     Se debe evitar las palabras salitrosas, con moho y hollín, un tanto sombrías y salobres. Hay que olfatear las necesarias y las innecesarias para así colocar aquellas que huelan a precisión aritmética y a nitidez metódica.

     El olfato agudo debe oler las palabras mejores, más luminosas, más comprensibles.

     El espacio del cuento corto es un jardín dentro de un vaso de agua. Allí debe plantarse una semilla que de una vez surgirá como un árbol frondoso lleno de pájaros y vigorosos frutos, sin desbordar los límites del vaso.

    El agudo olfato del escritor de minificciones, debe trasladarse al diálogo, si los hay, y a la acción del personaje o de sus personajes. No se trata de una carrera de cuatrocientos metros ni de cien. Se trata de una carrera de un metro que debe ser ganada, sin rebatiñas, por el escritor.

    El lector tiene que oler, sin ninguna dificultad, la trama, los diálogos, si los hubiese, y las descripciones del autor con la misma facilidad que aspira o transpira un favonio caribeño.

    Cuando un lector olfatea lo mismo que un autor, sin haber escrito el cuento, el relato corto habrá logrado la consumación de lo trascendente y su redactor la presea del buen cuentista.

    La imaginación es la fosa nasal de un gran escriba de aquellas condensaciones gramaticales. La creatividad es el pulmón del cuento corto. Los autores de las micro-historias respiran velozmente el mundo para clasificar y desclasificar olores. Se trata de un buen perfume atrapado en un frasco.

    El relato corto es el resultado de un olfato selectivo, fino y bien orientado.

    Las palabras huelen a enfermedad o a salud, a lodo o agua, a brocales o a valle límpido.

     El escritor de la brevedad siempre busca la fragancia de palabras saludables, de verbos y adverbios de viento limpio, de expresiones boreales de valles impecables.

    El sarro lingüístico no debe existir ni pulular en el relato breve. Su totalidad viene expresada en la reducción. En este tipo de texto narrativo, menos siempre será más y otra vez menos, será mucho más.

    Relatar textos cortos es rastrear en un santiamén todos los olores del mundo para solo percibir y dar a oler al lector, el olor de los manzanos en flor. Ese y no otro será el olor de la eternidad.

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