La política exterior de RD nadando a ciegas sobre la ola internacional

La política internacional de un país no se puede manejar a conveniencias momentáneas, ni de segundo países, como si fuera un surfista sobre su tabla, montado sobre la ola, lidiando con el vaivén del mar, en soledad, entre él y las aguas embravecidas, lejos de todo soporte y toda brújula convencional.

La política internacional requiere una de visión global y un enfoque doctrinal basado en el multilateralismo, dada la complejidad de intereses nacionales contradictorios que se envuelven en esa madeja de hilo con la que los países interactúan y se relacionan. Por eso no se debe improvisar y manejarse sin una orientación basada en principios y normas, como apuntan los especialistas de las relaciones internacionales.

En los últimos tiempos, particularmente en el gobierno de Danilo Medina, el manejo de las relaciones internacionales ha distado mucho de una política acotada a principios y a conveniencias propias que tracen las pautas a seguir en cada momento.

Se puede decir que la apertura de relaciones diplomáticas y comerciales con China fue un acierto de mucho bagaje y valentía en un momento en que ese país se enfrenta en una guerra comercial con Estados Unidos, conectando su economía con ese enorme mercado, superior a los mil 300 millones de personas; pero también, ese acto político estuvo matizado por la improvisación, aunque se aduce que ese acercamiento se venía laboriosamente trabajando desde hacía tiempo, que no fue un hecho ocurrido de la noche a la mañana, en eso estamos de acuerdo, de que hubo un trabajo bilateral de acercamiento previo, pero no suficiente –agrego yo- para obtener ventajas claras y precisas para la sociedad dominicana, mas allá de los convencionalismos diplomáticos y las declaraciones de prensa de que República Dominicana se beneficiaría con cuantiosos prestamos e inversiones, vendiendo rubros de su agricultura, (por cierto muy pocos productos agrícolas de RD se pueden vender en China, dada la similitud de clima en una parte de su extenso territorio) y las buenas intenciones de que podía guisar donde hay, como por ejemplo, atar cables más precisos para que el gobierno chino se comprometiera a enviar como destino a vacacionar a trabajadores para completar los 10 millones de turistas que el presidente tiene como meta desde la campaña electoral del 2012, dado el papel tutelar que tiene el Estado chino en la economía general y de la clase trabajadora de su país.

A pesar de que se puede apuntar como un logro de que República Dominicana pasara a formar parte del club exclusivo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y de que lo está presidiendo en estos momentos, tras negociar apoyo con China y Estados Unidos, todavía el jefe de la diplomacia dominicana no ha sido felizmente eficiente para decir qué objetivos se buscan los dominicanos en ese organismo, si sello gomígrafo de la principal potencia del mundo para apuntalar sus estrategias de políticas de dominación, o para enganchar mejor con el mundo global en búsqueda de reconocimiento y a partir de este enganche insertar al país en el mundo global y plural. Todo lo contrario.

Lo que muestra la falta de criterios y enfoque de República Dominicana en su política internacional y de que ha estado jugando al surf es su posición cambiante sobre Venezuela, Cuba y Palestina, donde en los últimos años, antes de Danilo, el país estuvo cerrando fila a favor de la causa palestina frente a la ocupación de Israel sobre su territorio, del fin al bloqueo por parte de Estados unidos a la Mayor de las Antillas y asumiendo una posición de moderación de cara al gobierno de Nicolás Maduro, incluso sirviendo de sede en varias rondas de negociaciones con la oposición y el gobierno de aquel país.

El 10 de enero del cursante año Nicolás Maduro tomó posesión por un segundo mandato consecutivo que terminaría en 2024. Los países del llamado Grupo de Lima, integrado por Perú, Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Canadá, Honduras, Guatemala y Costa Rica dijeron que lo desconocerían y se negaron a mandar delegaciones oficiales de sus gobiernos a los actos de juramentación, a excepción de México, quien dijo que los problemas de Venezuela deberían resolverlo los venezolanos.

El gobierno de República Dominicana no forma parte de ese Grupo, pero como no el quiere la cosa, decidió enviar subrepticiamente un delegado desteñido y de poca monta, a sentarse en la silla a donde no lo podían ver, para presenciar la juramentación de Maduro, dándole así tímidamente aquiescencia a su próximo gobierno.

Al día siguiente, 11 de enero, se reunió la Asamblea Extraordinaria de la OEA convocada en su sede de Washington por su Secretario General, Luis Almagro, para desconocer al gobierno de Maduro; en esa reunión el embajador dominicano votó a favor de la moción de Almagro, del vicepresidente y el representante de Estados Unidos ante ese organismo y en contra de Venezuela, con lo que al parecer quería contribuir a quitarle reconocimiento y legitimación a ese gobierno.

Esa ambivalencia no solo es muestra de la ausencia de un enfoque de política en materia de relaciones internacionales. Podría decirse también que el voto en la OEA contra Venezuela y las declaraciones en palacio del presidente Danilo Medina el viernes último, de que República Dominicana fijó su posición en torno al gobierno de Nicolás Maduro en el seno de la OEA, reflejan sin discusión alguna que el gobierno dominicano se subordina completamente a los dictámenes de Washington, dando un vuelco de trescientos sesenta grados a lo que originalmente fueron las políticas de otros gobiernos de su propio partido y al legado internacionalista de independencia y autodeterminación proclamados por Juan Bosch.

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