Los errores capitales de los gobiernos progresistas en América Latina

POR FERNANDO FERNANDEZ DUVAL

El fracaso de los programas neoliberales en América Latina, algunos de los cuales fueron desarrollados por dictaduras militares, como fue el caso de Augusto Pinochet, en Chile; otros por gobiernos civiles tradicionales que ganaron elecciones, como en Argentina con Carlos Menem y comparte, en Venezuela con Carlos Andrés Pérez y los partidos Acción Democrática y Social Cristiano, dieron aperturas a regañadientes y debilitados, por la vía electoral, a nuevas formas de gobiernos,  denominados progresistas, socialistas del siglo veintiuno, izquierdistas o populistas.

Estos nuevos gobiernos inmediatamente tomaron el poder ajustaron las economías y las pusieron a funcionar adecuadamente, redujeron la deuda pública con los acreedores internacionales, y que había sido abultada con altos endeudamientos para beneficiar al capital privado  y consecuentemente producir un sostenido empobrecimiento de sus capas medias y populares.

Independiente del debate conceptual en la ciencia política que han suscitado esas  denominaciones en el ámbito académico  para definir esos gobiernos, estas nuevas formas de gobiernos representaron una real esperanza para importantes grupos poblacionales de clase media baja, históricamente  vinculados precariamente a la economía capitalista.

Los nuevos gobiernos desarrollaron programas sociales inclusivos a través de subsidios directos e indirectos dirigidos a mejorar la vivienda, la alimentación,  el empleo y el ingreso, la salud, la educación, la comunicación, la defensa del medio ambiente contra las acciones extractivas de empresas multinacionales y a fomentar la economía solidaria y el emprendimiento privado.

Esos programas fueron creando todos los años una masa de consumidores que en algunos casos  se relacionaron por primera vez  con la economía de mercado, demandando  bienes y servicios a los cuales estaban vedados en las periferias de las zonas urbanas y rurales donde residían, tal como hizo el Partido de los Trabajadores en Brasil, bajo el liderazgo tutelar  de Inacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff.

Además, en su conciencia social, los beneficiarios de dichos programas fueron forjando una especie de espejismo aspiracional impulsivo y exponencial, que el propio sistema no estaba en capacidad de responder adecuadamente, lo cual terminó en algunos casos  impugnando a los líderes de esos mismos gobiernos que actuaban como sus redentores, pues parece que los gobiernos progresistas habían agotado ya su ciclo de expansión y la población propendió  a buscar otras opciones que las llevara al paraíso terrenal deseado.

Mientras los gobiernos progresistas de AL contribuían a sacar a mucha gente de la pobreza y a entonar una retórica anticapitalista, el nervio del capital internacional anclado en los Estados Unidos, la Unión Europea y algunos países vecinos como satélites, las propias burguesías locales tradicionales, las empresas multinacionales y sus adláteres: iglesias, militares y los políticos de los viejos partidos, se alarmaban y veían subversión por doquier, iniciando un largo proceso de conspiraciones y zancadillas de todo tipo, como la traición que le tendieron a Rafael Correa con la traición del presidente actual Lenin Moreno, a quien Correa apoyó electoralmente para que ganara las elecciones en el Ecuador.

Unido  con espíritu de cuerpo, el sistema comenzó a operar en su contra, primero con una campaña de comunicación adversa a través de las principales cadenas de televisión, redes sociales, prensa y radio, luego  restringiéndoles el crédito internacional y bajando la cotización de sus inversiones en los mercados bursátiles para deteriorar rápidamente  sus economías, afectar sus exportaciones, desestabilizar el equilibrio macroenómico interno, afectar su Talón de Aquiles: los programas sociales y provocar  el éxodo masivo de capitales y el descontento entre los beneficiarios y las clases medias que se insubordinaron, como sucedió en Venezuela con las guarimbas callejeras y ocurre hoy en Nicaragua con el apoyo de la iglesia Católica y el sector empresarial.

En ese contexto, los  errores que se les puede atribuir a los llamados gobiernos progresistas, fue que intentaron reformas del sistema o dirigir revoluciones, dejando intactas las estructuras y las relaciones del poder político, económico, social y militar.

También, en lugar de educar políticamente a la población para convertirla en ciudadana, para que actúe como sujeto de su propia historia –como decía Frai Betto, en un artículo publicado este año por el periódico Hoy– prepararon consumidores, con lo que esto implica en términos de la conciencia y el imaginario social, bombardeada permanentemente por el aparato ideológico y propagandístico del sistema.

 

 

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