El preludio de una guerra comercial: Estados Unidos contra China y Unión Europea

 

Con la llegada de Donald Trump  a  la Casa Blanca el año pasado, se ha empezado a desatar  lo que algunos economistas  y politólogos llaman una guerra comercial, que consiste en la adopción de una serie de tasas  o barreras arancelarias al comercio, en este caso,  entre Estados Unidos y China, para impedir la  libre entrada y  circulación de sus mercancías en igualdad de condiciones en sus respectivos  mercados.

En la historia económica, muchas de las guerras comerciales se han convertido en otro tipo de  guerras que han creado situaciones políticas, económicas y sociales tirantes  diferentes a las existentes antes de iniciado el conflicto, como la guerra militar, las invasiones, la destrucción de naciones y  los golpes de estado,  por ejemplo.

La finalidad de esta guerra, a quien el presidente  Trump no le teme, como dijo alguna vez,  es equilibrar la balanza comercial de Estados Unidos con China, deficitaria  en más de 360 mil millones de dólares al año.

Al entrar el 2018, la guerra pasó de las palabras de campaña electoral del candidato Donald Trump a los hechos, con la subida de un 25 por ciento a los aranceles al cobre y a la plata procedentes de China, México, Alemania y Canadá, cuyo objetivo es  cortar la diferencia comercial entre Estados Unidos y China  en más de 60 mil millones de dólares a favor de Estados Unidos.  De inmediato China  ripostó  subiendo los aranceles en la misma  proporción económica   a productos procedentes de Estados Unidos, tales  como whisky, vinos, frutas, verduras, carnes, etc.

A los pocos días de escribir  este artículo, el presidente Trump,  después de su reciente periplo por Europa,  dejó entrever la posibilidad de volver a colocar nuevos  aranceles a productos importados desde China por valor de 500 mil millones de dólares, a las cuales  las autoridades China respondieron  que también adoptarían medidas proporcionalmente  similares.

Lo mismo  está pasando con la Unión Europea, Canadá  y México, donde ya la administración Trump ha comunicado también  la adopción de igual tipo  de medidas.

El actual orden del comercio internacional basado en  la libre competitividad entre naciones, que se construyó inmediatamente  después  de la desaparición de la Unión Soviética, el socialismo real del Este europeo y la adopción de China de un socialismo  de Estado y un capitalismo económico de libre concurrencia, fue auspiciado por Estados Unidos y sus socios europeos  y con el  cual Estados Unidos logró colocarse a la cabeza de la economía mundial como centro hegemónico del capitalismo; hoy, sin embargo, contradictoriamente, ese mismo orden amenaza su supremacía económica y política con la emergencia de  China como la segunda economía del planeta y otras naciones que también se han favorecido, beneficiándose de un sistema económico internacional cimentado en los principios doctrinarios del liberalismo económico    clásico,  laissez faire, laissez sspaer, es decir, dejar hacer y dejar pasar, en otras palabras, con pocos gravámenes y reglas particulares, solo las dictadas por la Organización Mundial del Comercio para evitar las controversias y  facilitar el flujo del intercambio comercial,  que décadas atrás posesionó a China como destino privilegiado para atraer inversión, gracias a la existencia de mano de obra barata, disciplinada por el Estado, la tradición cultural  y el imperativo categórico  del partido único, políticas estatales con cierto grado de estabilidad macroeconómica, flexibilidad y sostenibilidad  en el tiempo, una alta explosión demográfica de aproximadamente 1,300 millones de personas que expandieron el propio mercado interior chino como destino  y una moneda devaluada que reduce costos y maximiza ganancias a las empresas  localizadas dentro de su territorio, dándole así  ventajas comparativas frente a las demás naciones competidoras.

En torno  a ese panorama,  las medidas dirigidas  por la administración Trump  parece que pretenden obligar a las naciones competidoras a la suya, especialmente a China,   a negociar en prima face  un protocolo para que esta nación  se abra o se doblegue   a la economía estadounidense y revierta el intercambio desigual, o en su defecto, en medio del caos generado por la guerra comercial, con las ruinas de lo que podría quedarle eventualmente a la economía China, según sus cálculos estratégicos  de empresario privado, tumbarle el pulso para obligarla a sentarse a la mesa y negociar un nuevo orden económico internacional basado en el  retorno al proteccionismo unilateral; mientras tanto, los trabajadores y los consumidores chinos, europeos, canadienses y norteamericanos serían los grandes perjudicados de esa vorágine  con paros de las empresas,  niveles de desempleo y precios altos.

Finalmente, esta guerra comercial que recién se inicia, presagia altos niveles de incertidumbre para la economía mundial, específicamente para Estados Unidos, China y Europa, porque en toda guerra, como escribía Karl Von Clauswitz en su tratado De la Guerra, ésta se sabe cómo se inicia, pero no se sabe cómo termina, ya que  los factores imponderables  irán modificando los presupuestos teóricos  iníciales de los contendientes, desencadenando otros acontecimientos, hasta que finalmente la realidad se vuelva compleja y termine  imponiéndose.

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