La poblada haitiana y los límites de tolerancia del gobierno de Juvenel Moise
POR FERNANDO FERNÁNDEZ DUVAL
Nuevamente, después del terremoto de 2010, Haití vuelve a ser noticia en el mundo. Hace poco, la población se alzó para protestar contra la subida de precio de los tipos de combustibles entre 30%, 40% y 50%, principalmente el kerosene, que es el que más consume la población para el alumbrado de sus hogares.
Tan pronto el gobierno de Jovenel Moise emitió la orden para incrementar los precios de los carburantes, la población decidió tomar desordenadamente las calles, quemar neumáticos, disparar al aire, incendiar comercios y oficinas públicas, vehículos y gasolineras, atacar y tomar los barrios de clase alta y media, convirtiendo en 72 horas a Puerto Príncipe, arropado por la negra humareda, en un territorio ingobernable en medio del infierno, con lo cual se afectó el aparato recaudatorio, las cien principales empresas industriales y comerciales reducidas prácticamente a cenizas. En suma, los efectos en la economía fueron peores que las del embargo 1990-2004 contra Jean Bertrand Aristy, impuesto por el gobierno de Bush y la destrucción provocada por el terremoto de 2010.
El brote social que emerge de esa medida es solo una mecha que solivianta los ánimos de la población haitiana, de por si afectada estructuralmente por las precarias condiciones económicas y sociales, pues Haití, indudablemente es el país más pobre del hemisferio occidental, cuyas condiciones materiales de existencia se han ido desmejorando progresivamente a raíz de las políticas neoliberales, que en la década de los noventa destruyó su agricultura, especialmente la producción de granos, de la que era autosuficiente.
Los sucesivos gobiernos que ha tenido Haití, después de la salida de los Duvalier, fueron en su momento un paréntesis de esperanza para relanzar al país a mejor suerte, que se fueron borrando hasta terminar en fracasos, inclusive con la llegada de Juvenel Moise en 2017, que por su impronta como empresario, que antes fue pobre como la mayoría de los muchachos de la barriada de City Soleil, donde residía en su época de mozalbete, y que luego subió como espuma, con un reducido capital de inversión en Puerto Príncipe, también con una pequeña plantación de plátanos de 10 hectáreas en el departamento del Nordeste, una parte de la población llegó a creer que este bienaventurado podía aprovechar su experiencia de empresario exitoso que empezó con poca monta para hacer magia y sacar con esa misma fórmula a los haitianos de la pobreza extrema en la que viven hace siglos, pero a un año de gobierno, esa esperanza se ha ido truncando, desesperando a la gente, que ha tenido como válvula de escape el exilio.
Desde el punto de vista político, la situación que se plantea con estas protestas es muy delicada, debido a que marca un punto de inflexión que decidirá el futuro democrático del gobierno de Juvenel ante la falta medios económicos para satisfacer las aspiraciones de la población.
El periódico Le Monde señala que con las manifestaciones y la toma violenta de los barrios de clase media-alta y el centro de Puerto Príncipe, y con las posibilidades de extenderse a otras ciudades y departamentos, el gobierno de Juvenel Moise, si se salva en los próximos días de esta poblada, se va a ver imposibilitado de tomar medidas sin el uso de la fuerza en medio de un proceso de reajuste de su política fiscal, acompañado por el recetario del FMI, ya que ha quedado muy debilitado ante la pérdida de la precaria legitimidad con la que llegó al gobierno con una participación de apenas un 20% de la población en edad de ejercer el derecho al voto.
Hay estudios que señalan que después de protestas con esa raigambre social, si los gobiernos no disponen de recursos de compensación para establecer zonas de equilibrio, el uso de la fuerza se convierte entonces en el medio idóneo para mantener la gobernabilidad en los límites de la tolerancia y es este el umbral que le espera a Juvenel Moise.
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