Llegaron las navidades y he vuelto a Yuma: ¡qué alegría y qué pena!

Los poetas son como los criminales. Dicen que los asesinos vuelven al lugar del crimen. Los poetas vuelven al lugar de la nostalgia. Los primeros disfrutan viendo la reacción de la gente frente al cadáver. Los poetas ven en los lugares de la nostalgia lo que la gente comúnmente no ve.

Volví a San Rafael del Yuma a cargar las pilas con nostalgias. Cada vez son menos los amigos y amigas. Unos, porque han muerto, otros porque han emigrado y los que quedan, solo nos une el saludo furtivo, porque los vínculos quedaron en el camino de la vida y los intereses ya no son comunes. Los años y las sendas escogidas guían en direcciones diferentes, “alejantes”.

Siempre vuelvo y saludo a los viejos que sobreviven a la Era Digital,  quienes casi no oyen por ese ruido bullangero, 24 / 7, que parece la marca país Yuma, a las noches del bulevar perpetuo, encendido, a los motores  que saltan en las esquinas como  caimanes sobre los caminantes, a las yipetas y modernos vehículos que ocupan todos los espacios públicos y a las bebidas y a las “olidas” que se disfrutan en plena avenida.

Vuelvo en navidad a ese Yuma, y es obvio que no es el de la infancia, ni adolescencia, es el de la nostalgia.

El Bar Granada, frente al parque, (fue el último nombre que le recuerdo, originalmente de Carlito Ozuna) lo han convertido en una tienda de “agáchate”, donde venden ropas de pacas. Allí quedaron tantos sueños, las primeras novias, los mejores merengues, boleros y baladas y los viajes los lunes de madrugada, primero a la Escuela Nacional de Artes y Oficios, donde estudié electrónica, y luego a la UASD, en el carro José Aristy Núñez, manejado por su hijo, Gaspar Aristy.

El Siempre Viva, fue construido originalmente por doña Carmela y Ulises Montás, presidente del Partido Dominicano. Sin embargo, fue Vivita Espinal, la madre de Luisa, Lin y Henry, quien hizo famoso aquel bonito y acoger centro de diversión en la calle Eustaquio Rondón, frente a la entonces carnicería, en la calle de los billeteros y billares.

Hoy, el Siempre Viva, es un solar triste y abandonado, donde los amores y los sueños se rompieron cuando desmantelaron aquel caserón de la alegría yumera en las décadas de mayores apogeos: 70 y 80.

Las pascuas navideñas, en el mundo cristiano, son fiestas espirituales de conmemoración del nacimiento de Jesucristo en Belén, se celebra el 25 de diciembre en la Iglesia Católica, en la Iglesia Anglicana, en otras comunidades protestantes y en la mayoría de las Iglesias Ortodoxas.  

Sin embargo, nuestros “templos” fueron aquellos dos bares. El 25 y en Año Nuevo las sillas no alcanzaban y había que llevarlas de nuestros hogares y al otro día se recogían en las puertas de los centros.

Los cabarés y los cueros de Félix  y Tito Vilorio y las casas de sitas de Cándido Vilorio y Marximinia Calazán  son otras historias, no estoy autorizado a contarlas.

Julio Castillo, siendo síndico distrital, tuvo un cine en 16 milímetros que lo mudó a varios lugares del pueblo, estuvo al lado del “Fumigador”, donde hoy vive Alba, la viuda de Chichí Castillo, hijo de Julio y María Valdez. También lo recuerdo frente al parque, en la antigua casa donde hoy están las oficinas locales del Ministerio de Educación. Se pagaba 20 centavos. José Anita, hermano de Álvaro Esteves, y panadero, padre de Jengue y Güicho, era tuerto y una noche borracho quizo entrar a ver una película y pagó con 10 centavos, alegando que solo tenía un ojo.

La Nochebuena era una fiesta de la familia donde los platos y los guisos se intercambiaban de una familia a otra. Eso me encantaba.

Se hacían vinos caseros, recuerdo, con especial deleite, el de arraiján con el que se fermentaba el Guavaberry. En un montecito que tenía mi abuelo, José Agustín Mota Telemín, en el paso de El Aguacate, había muchos de estos árboles, que para octubre tenían las frutas maduras.

Los bombillitos, con su colorido, decoraban los arbolitos de charamicos en los hogares, cuando no existía la delimitación de ricos y pobres de hoy, siempre hubo unos más pudientes y otros menos, pero veníamos de una tiranía trujillista que “nos mantenía conforme” y los escaparates de la vida y de alegría eran tan sencillos, y se organizan aguinaldos, que estallan en villancicos y cantos navideños populares.

Condenados a morir como ricos platos alimenticios estaban los puerquitos, pavos y pollos asados, empanadas y ensaladas, pasteles en hoja y los postres se unían a la bebidas espirituosas y dulces: rones, vinos, ponches y licores caseros se ponían al alcance de quienes solo toman unos tragos en las navidades.

Dulces y frutas de pascuas, secas y dulces, solo se veían en navidad y se disfrutan en casi todos los hogares, aunque sin el derroche de estos tiempos más abundantes, pero eran las pascuas, al fin y al cabo.

Los empleados calculaban el doble sueldo para las compras navideñas, no de electrodomésticos y muebles, sino de ropas para estrenar el 25 y el día primero, los muchachos ahorrábamos para mandar a confeccionar ese pantalón largo de una tela llamada  “charquin” de color azul marino, hábitos que perviven a la Era Digital. 

Los Reyes Magos cargados de regalos, con un exceso de esplendidez para los niños de los empleados y una “mezquindad” que frustraba las expectativas de los hijos de los agricultores y obreros y la Vieja Belén, que de nadie saber cuándo llegaba, perdió toda credibilidad, en razón de que con los años se volvió decrépita y proclive a los incumplimientos, perdió el encanto de adorable abuela de los Reyes Malos. Inocencia desencantada. También Reyes, al fin y al cabo.

Siempre me dejaban cuaderno y lápiz. Además unos bolones rayados: blancos, azules y rojos (La bandera, les decían «Los bolones de Osiris»),

Definitivamente, los criminales vuelven al lugar del crimen y los poetas volvemos al lugar de la nostalgia.

He vuelto, en estas navidades, a mi Yuma querido, a donde muchos aún me quieren y donde muy pocos no me quieren, porque así es la vida en sociedad, el fin era cargar las pilas, buscar lo que ya no es y no volverá. ¡Como las oscuras golondrinas! del poeta Gustavo Adolfo Bécquer.

Solo retorné con dos lágrimas y estos recuerdos.

Irremediablemente me he vuelto viejo.

 

Nota: Lo ilustro con un dibujo de una foto de los años universitarios.

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