Jennifer Lopez y Shakira hacen una exhibición de poder latino ante 100 millones de estadounidenses
Los críticos se rinden al espectáculo de la neoyorquina y la colombiana en el descanso de la Super Bowl, convertido en un hito cultural de primer orden en la era Trump
El espectáculo estaba producido por Roc Nation, la compañía del magnate del rap Jay-Z. La liga NFL acudió a Jay-Z después de las críticas por contratar a Maroon 5, un grupo de puro pop blanco, para la Super Bowl del año pasado en Atlanta, donde bulle un nuevo hip hop. El encargo era que la empresa de Jay-Z ayudara a la NFL a estar más en sintonía con la realidad estadounidense. Básicamente, a darse cuenta de cosas como que el hip hop es la música mainstream de Estados Unidos hace años. En una entrevista con The New York Times, el ejecutivo de Roc Nation Juan Perez decía: “Alguien tiene que dar una patada a la puerta y recibir el primer tiro. Nosotros somos esa empresa”.
Si para un show en Atlanta habría sido conveniente llevar estrellas del hip hop, para el de Miami (70% de población de herencia hispana), Jay-Z buscó a dos superestrellas latinas. Jay Z le había pedido personalmente a Gloria Estefan que saliera también en la actuación, según reveló ella misma en una entrevista con ET. La cantante, verdadero símbolo de la élite latina de Miami además de mentora de Shakira, rechazó la oferta porque supone mucho estrés y meses de preparación. “Lo he hecho dos veces. Creo que las dos mujeres que lo van a hacer son perfectas para representar a Miami”. Estefan fue la primera latina en actuar en la Super Bowl, en 1992 y 1999.
El primer choque de la música popular estadounidense hecha por latinos con la cultura anglosajona en televisión se puede datar en octubre de 1968. Un joven portorriqueño ciego con una voz descomunal llamado José Feliciano fue invitado a cantar el himno nacional en el quinto partido de las Series Mundiales de béisbol en Detroit. Feliciano con su guitarra interpretó la que se considera la primera versión libre del himno, sin el aire marcial que se le daba normalmente, cantada delante del gran público.
“Había veteranos tirando zapatos contra la televisión, me querían deportar”, contaba Feliciano en el documental The Latin Explosion: A New America (HBO, 2015). Después de aquello, asegura Feliciano, fue vetado en las radios y su carrera se puso cuesta arriba. Detroit invitó de nuevo a Feliciano a tocar el himno en 2010, y le pidió que lo hiciera exactamente igual, en su estilo latin-folk, en recuerdo de aquel hito televisivo. El país era otro completamente distinto.
Aquel documental trataba de reflejar cómo la cultura latina, principalmente a través de la música, había pasado de tener destellos en la cultura general norteamericana de vez en cuando (la versión de La bamba de Los Lobos en los ochenta, Conga de Miami Sound Machine en los noventa, Macarena de Los del Río, La Vida Loca de Ricky Martin), a convertirse en una parte central de esa cultura, con artistas que compiten en las listas y en las radiofórmulas con sus propios ritmos, sin imitar al pop estadounidense, y cantando en español.
El fenómeno ha explotado en los últimos cinco años con la música urbana de Puerto Rico y Colombia, que se ha fundido con el hip hop y hoy es la música mainstream bailable de Estados Unidos. Junto con López y Shakira aparecieron en el escenario de la Super Bowl los dos principales representantes de ese género en este momento: el portorriqueño Bad Bunny y el colombiano J Balvin. Lo que se vio en el escenario no era una curiosidad latina, eran cuatro de los artistas más conocidos en los institutos de Estados Unidos. Los exóticos no eran ellos. Los raros son los norteamericanos a los que aún les parezca que el del domingo era un espectáculo de minorías.
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