Un libro para la inocencia de los sentidos Trueno robado, de Alexis Gómez Rosa
Por David Cortés Cabán
Noche arriba
el cocuyo, alumbra
su propia muerte
A. G. R.
Todo buen lector de poesía debería recoger de un poema aquellas inquietudes y experiencias que revelen, como en un espejo, lo que la realidad exterior comunica como sustancia de la vida. La lectura debería, entre otras cosas, suscitar una impresión capaz de perdurar como el hallazgo de una profunda emoción, esa chispa que ilumina el camino que habremos de transitar, un camino que sabemos dónde comienza pero no dónde habrá de llevarnos. Lo que ocurra en la travesía deberá proporcionarlo el poema mismo. Es decir, el motivo y las claves que lo justifiquen e impacten nuestra sensibilidad para revelarnos el sentido que se desprende apasionadamente de la lectura. Y aunque comprendemos que podemos mirar un poema de distintas maneras, reconocemos que la óptica más adecuada conllevaría un total desprendimiento de nuestro ser para que la naturaleza del texto nos impregne de un modo excepcional y profundo.
Quienes hayan seguido de cerca la producción poética de Alexis Gómez Rosa conocen la calidad estética y la exigencia creativa que lo proyectan como uno de los autores fundamentales de la poesía dominicana contemporánea. Esto, sin lugar a dudas, lo reconoce la crítica que ha seguido atentamente sus publicaciones destacando la importancia de su obra dentro y fuera de las fronteras de la República Dominicana. En conjunto, su poesía pone en perspectiva un universo de distintas experiencias y tonalidades, un universo que trata los grandes y humildes temas de la vida, y de una poesía que por la fuerza de su intuición creadora es un ejemplo de pulcritud y laboriosa pasión. En el recorrido y presentación de uno de sus libros más recientes (Máquina olandera y otras olas de lava & lanman, 2014) el crítico dominicano Armando Almánzar-Botello ha expresado unas razones difíciles de ignorar: “¿Poesía genuina? Existen múltiples, diversas vías para descubrirla, para disfrutarla. Una de esas vía regias para llegar a la gran poesía la traza Alexis Gómez Rosa con el rigor centelleante de su vigoroso trabajo creador” [[1]]. Nada más expresivo y certero que este comentario.
Vayamos ahora nosotros a detenernos un momento en un discurso poético que exige otros registros, otra construcción verbal, otras contemplaciones. Me refiero al libro de haikus, Trueno robado [[2]]. Libro que tiende una línea espiritual hacia aquella primera experiencia que sorprendía a los lectores y advertía ya el entusiasmo del poeta Alexis Gómez Rosa hacia el mundo del haiku. Sobre este hecho el crítico Aquiles Julián destaca aquí aquella primera producción poética: “Ya en un primer aporte Hight Quality; Ltd., en 1985, Alexis hizo la introducción formal del haikú a nuestra poesía, no como pieza aislada, no como ejercicio ocasional, sino como todo un libro dedicado a medirse contra las exigencias de ese fenómeno poético” [[3]]. En Trueno robado el poeta regresa a la fórmula del haiku. Nos acerca nuevamente a ese breve acto que sustenta nuestra relación con el entorno mediante la contemplación y el azar; el sencillo mundo de una compleja escritura cuyo propósito es captar la impresión del momento, lo que ocurre e invade nuestros sentidos impregnándolos de una profunda emoción. Esto nos los explica uno de los grandes estudiosos del haiku, el escritor español Vicente Haya: “Un haiku es una instantánea de la realidad. El haiku no transforma el mundo; te pone en contacto con él, te lleva a él, te introduce en él. No explica la realidad, ni la embellece; la muestra. Porque parte de la base de que el mundo es perfecto” [[4]]. Ciertamente la naturaleza es perfecta y diseña las impresiones de nuestro caminar por el mundo, impresiones que pueden perdurar en nosotros toda la vida. Pero el haiku no es una búsqueda afanosa de una interpretación de la realidad, ni conlleva el propósito de resolver los problemas que impactan nuestra fe o nuestro sentido de la vida, ni ofrece tampoco soluciones a nuestros conflictos existenciales; es un estímulo que surge instantáneamente y atrapa nuestras sensaciones. Acontece frente a la momentánea expresión de las cosas que nos rodean y trazan las frágiles pisadas de nuestro caminar por el mundo. En este sentido Alexis Gómez Rosa se ha impregnado de la tradición del haiku para captar el hondo palpitar de las cosas que lo impactan, lo que surge inesperadamente y lo conmueve. Sin duda, para dar fe de la grandeza del haiku, y para llevarnos a reflexionar sobre la misión de esta poesía en nuestro ser y las cosas que nos rodean. Por eso, el sugestivo título, Trueno robado, sostiene más de una intensa realidad. Una realidad que no necesita recurrir a explicaciones literarias o inmiscuir el yo del poeta en el reducido mundo del haiku ya que, “Una de las funciones del haiku es transformarnos, abandonar nuestros laberintos mentales y oxigenar nuestro mundo interior…” [[5]].
En el primer haiku de Trueno robado encontramos una visión de la muerte condicionada por lo que el ojo percibe. Es el ojo el que configura la impresión poética que transcribe el texto, y la palabra “delirio” recibe todo el peso de esa contundente realidad que genera la idea de la muerte:
1
Tallado el ojo
en su delirio, una
muerte percibe.
Y luego, la variante de este haiku:
2
Ojo el guardián
en el cedro vencido:
suplicio chino.
Lo que copia y retiene el ojo se plasma en esa condición de la muerte insinuada en el primer haiku como un acontecimiento en la vida del cedro. Ambos haikus se entrelazan simbólicamente en la imagen de este cedro vencido por las inclemencias del ambiente o por la mano enemiga que causó su muerte. Lo que presenta aquí la sobria composición del haiku es lo que el ojo acerca y proyecta sobre la superficie del lenguaje. La impresión crea un puente de correspondencias entre el haiku y la imagen fotográfica, produciendo una atmósfera de relaciones que se expanden en un sinfín de resonancias. Esto lo notamos a través de los motivos de cada haiku y el modo en que el haijin expresa esa momentánea realidad. Nos comunica un mundo ajustado no a las reglas del haiku clásico o al kigo, es decir, a “la palabra estacional” [[6]] de la tradición oriental. Valga aquí esta aclaración, pues las experiencias recogidas en estos haikus nada tienen que ver con el mundo oriental, sino con el trópico, y más exactamente, con la realidad del paisaje, la flora y hasta la gastronomía dominicana y caribeña. Versan sobre las cosas que podemos compartir o evidencian nuestra realidad o responden a nuestro modo de vida y relacionarnos con el entorno. El lenguaje mismo nos provee las claves de este contexto cultural y del paisaje caribeño: membrillo, ciguas, pan, uvas de playa, palma real, casabe, tabaco. Todo lo que acontece en estos haikus, mirados dentro de los contextos culturales, geográficos y lingüísticos, conforman la totalidad de un mundo al que estamos acostumbrados y, a la vez, de una realidad muchas veces ignorada por la mirada.
He aquí otros dos haikus que contienen características similares a los haikus que nombramos anteriormente, pero con variantes de la realidad que describen.
72
Ojo ciclópeo
de agua brava: muerte
anunciada.
73
¡Ojo!, sus ojos
de agua mansa: muerte
que se propaga.
Las imágenes que fluyen en los haikus 72 y 73 se conectan con los haikus 1 y 2 por los vocablos “ojo” y “muerte”. Por ejemplo, lo que el ojo percibe en el haiku 72 marca una realidad manifestada en los cambios y trastornos climáticos. El “ojo ciclópeo” tiene que ver con las condiciones del tiempo cuando se deterioran y se convierten en un poderoso huracán, y asimismo por lo que representa la dimensión de su órbita. La frase, “muerte anunciada”, evoca la angustia de los que han padecido la terrible experiencia de un huracán. En este sentido, por ser la época de huracanes los meses de verano, podríamos pensar en la palabra estacional. Pero, podríamos también asociar el “Ojo ciclópeo” con un “ciclón” y crear un sentido de correspondencias; o quizás remontarnos al Polifemo y la mitología griega; aquel Cíclope cuya desdichada imagen recorre, como es bien sabido, distintos tiempos hasta que lo hallamos otra vez en Góngora: “No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda; / no a Sátiro lascivo, ni a otro feo, / morador de las selvas, cuyas riendas / el sueño aflija, que aflojó el deseo”. Por otro lado, el haiku 73 se centra sobre otra realidad; contiene elementos que establecen un puente con el haiku anterior, me refiero a la “muerte”, al “agua” y a los “ojos”. Son palabras que suenan en nuestra mente, aunque reflejan contextos y sensaciones deferentes:
Los ojos contienen el reflejo de esa agua apacible, de esa realidad de la vida que desemboca siempre en la muerte. El haiku 73 nos llama la atención por el sentimiento que encierra la mirada, por la naturaleza misma de la inocencia que resguarda el gran misterio de la muerte o de un vivir que tampoco garantiza nada. Aunque podríamos reconocer que esa “agua mansa” encierra más de un doble sentido. Nos impresiona porque nos recuerda aquella idea popular de que los ojos son el reflejo del alma, y que más de una muerte física lo que contiene esa agua mansa es un sentido más expresivo de la muerte, el amor y el desgano. Y el entusiasmo vivaz de unos ojos que pueden infundir en quien los mira algo más que el capricho de una escurridiza pasión.
El haiku 9 trata de un cocuyo cuyo resplandor zigzagueante va delineando el mapa de su propia muerte.
Noche arriba
el cocuyo, alumbra
su propia muerte.
Aquí el haiku reproduce las características luminosas de estos coleópteros conocidos también como “cucubanos” o “luciérnagas”. La imagen del cocuyo refleja su muerte en el resplandor que genera su cuerpo. Esta triste revelación cristaliza la esencia total del haiku: el resplandor fugaz de un simple cocuyo que agota su vivir en la estela de la luz que lo consume. A esta concepción de la realidad corresponde la ternura que escapa de su brillo como si guiara el viaje que lo lleva a la muerte. La maravilla reside en la impresión que singulariza su frágil presencia en la oscuridad de la noche. Por eso, la perfección del zigzagueante movimiento cobra más de un sentido en la mirada del haijin. Lo que nos comunica queda plasmado en la espesura de la noche y en la lumbre que envuelve al cocuyo en su pasajero existir.
En los haikus 14 y 15 la “niebla” protagoniza la intensidad que resalta la realidad del paisaje. Todo cae dentro de esa visión traspasada por la niebla. La mirada entra en conformidad con un espacio donde las cosas parecen desrealizarse, reflejar una especie de ilusoria apariencia que envuelve a quienes la contemplan. Todo está en calma, todo incita a la contemplación. Es el momento más oportuno para que la mirada vague por la fina capa de niebla depositada sobre el paisaje:
14
Niebla, la blanca
niebla sombra despierta.
Ilusión plena.
15
Blanca la niebla
frente a la ventana:
paisaje inerte.
Los haikus dialogan entre sí. Colocados uno al lado del otro, se prestan para que nuestras miradas recojan lo que aparentemente sucede en la distancia o fuera de esa ventana. Pero en realidad, lo que sucede queda oculto detrás de la neblina. Por eso, estar allí contemplando la neblina puede reservar más de un secreto en la mirada del haijin: la neblina como un camino difuso que traza nuestras vidas. En este sentido, la blanca niebla y la ventana que da al paisaje configuran el sentimiento que hace posible la construcción del haiku. Estamos contemplando un paisaje traspasado por un color rojizo y transparente. El haiku se abre igual que la ventana para que el espacio exterior nos sumerja lentamente entre las luces y sombras de una ilusoria realidad.
Por otro lado, los haikus 17 y 18 coinciden con el ámbito geográfico que los enmarca, y en la nobleza que impacta nuestro modo de pensar. Porque los haikus no solo captan nuestra mirada como esos astros cuya momentánea luz rasga el firmamento. Nos transportan hacia la esencia de algo mucho más profundo que nos golpea el corazón con una fuerza que exige una entrega total, y nos cubren con el aura espiritual de un paisaje nunca antes visto ni soñado. Y esto no depende de nuestro conocimiento de la poesía, ni de retóricas y técnicas literarias. Nada de esto puede legitimar la esencia de un haiku. Por eso, como señala Vicente Haya: “El aware que sentimos no es solo el permiso que te da el mundo para escribir un haiku sobre eso que presenciaste; también es una responsabilidad. Porque, una vez que lo sientes y conoces que existe una vía de expresión como el haiku para hacerles llegar a otros esa emoción, entonces, al menos en Japón, no tienes excusas si no lo haces”. [7] Y también subraya que, “El haiku es un proceso que debe darse en ti. No es un aprendizaje intelectual…” [8]. En el caso del poeta Alexis Gómez Rosa conocemos que estamos ante un haijin capaz de develar la imagen que implica aceptar humildemente la realidad, sin tratar de modificarla. Inferir el sentido que nos conducirá más allá de la contemplación para crear una impresión que nos situará en el centro mismo de la imagen del haiku:
17
Las casas blancas,
de tejas, en pueblitos:
bellas lomitas.
18
Al cielo subo
un peldaño de voces,
pobres, muy pobres.
Estos haikus retratan las vicisitudes de la vida que se vive en callada soledad, como contrastando esa otra pobreza espiritual de los que viven de espaldas a la realidad, sumergidos en el estridente mundo de la abundancia. Imaginamos la nobleza de estos pueblitos en las alturas, apartados en silencio, como si esos peldaños modificaran esas ilusiones que la dolorosa pobreza representa. Por eso hay en ellos una común añoranza, una sutil delicadeza en la adjetivación y en la nostalgia de esas voces pobres que desconocemos: casas blancas, tejas, lomitas, pueblitos y voces que van enhebrando un diálogo de diversos tonos; casitas que en la soledad de la noche reflejan más de un motivo para compartir la gratitud de esas alturas. Porque después de todo, ¿qué será de la vida del que tiene más o el que tiene poco? El tiempo que mueve el eje fugaz de la existencia, ¿no envolverá con la muerte, a unos y a otros? Además, no es solo la imagen de esos peldaños que se alargan simbólicamente como queriendo alcanzar el cielo, es el sentido mismo que traza la plenitud de ese cielo lo que nos interesa y lo que enriquece y transmite la levedad y belleza del haiku 18. Aquellos lectores que deseen mirar estos haikus, y participar de la emoción que impulsó mi lectura, pueden reclamar en este breve universo de sílabas los caminos que aún no han transitado, para que el alma filtre la depuración de la imagen que liberó el Trueno robado.
Para terminar entraré a los haikus 62 y 63, dejaré que luego otros recojan sus propias impresiones. Mi intención ha sido compartir la visión de los haikus que se posesionaron de mi voluntad, y despojaron de mi vista las apariencias, para ayudarme a intuir el sentido que les da vida. Sintamos una vez más la mayor alegría de los breves signos que proyectan los siguientes textos:
62
Por la ribera
perdido: el caracol
hace camino.
63
Sal y sol: caracol,
un sonido pedestre
que se abulta.
Ambos haikus han elegido un mismo protagonista (un caracol) para permitirnos contemplar un rasgo humilde e impresionante de la naturaleza. No hay ninguna intención de revelarnos la difícil y monótona vida del caracol. Lo que ocurre en la naturaleza del haiku es un hecho sencillo y al parecer sin ninguna trascendencia pero, igual que nosotros, el caracol es también una criatura del universo. Lo que sabemos de los caracoles son datos simples. Sabemos que viven dentro de una concha espiral y se mueven lentamente por medio de contracciones musculares. Hay caracoles marinos y de tierra, y también de agua dulce. Según los estudiosos de estos moluscos, algunos caracoles tienen un lapso de vida de dos años, pero dependiendo de la especie, otros pueden vivir hasta cinco o siete años.
El haiku 62 sugiere la idea de que alguien más está caminando cerca del caracol. Se establece un plano de correspondencias entre el movimiento del caracol y el de ese ser desconocido que sugiere el primer verso: Por la ribera perdido:… Los dos puntos que cortan el verso, introducen simultáneamente la imagen del caracol y establecen así las coordenadas de ese caminar perdido en la ribera. Lo que sobresale y sorprende es lo que sucede en el último verso que cierra el haiku: el caracol / hace camino. Es una simple pincelada, sencilla y evocadora de ese caminar, de ese modo de hacer lo mismo. Y aunque queramos pensar que el mismo haijin pueda ser la persona que camina por la ribera, esto sería solo una suposición. Lo más prudente sería pensar que ese caracol copia los pasos de un ser desconocido que camina. Una persona caminando distraídamente al lado de un indiferente caracol. Eso es todo. Un simple hecho, un suceso al parecer sin ninguna trascendencia, pero en esa impresión pasajera radica maravillosamente toda la esencia del haiku.
Nos detenemos, un último momento, en el haiku 63. Estamos otra vez ante un caracol que se desliza sobre la tierra bajo los candentes rayos del sol. Pero lo que sentimos o nos envuelve al leer el haiku no es la imagen de ese sol centelleante, sino el “sonido pedestre” que emerge del movimiento del caracol. El juego de palabras o la aliteración que resuena armónicamente al principio del verso (“Sal y sol”) evoca un ambiente marino, la limpidez del cielo, los penetrantes rayos de luz. Debemos de pensar, sin embargo, en otro elemento que no se menciona en este escenario, me refiero al oleaje del mar. Luego, la impresión de ese sonido tendríamos que asociarla al adjetivo “pedestre”. Y según la RAE, este adjetivo contiene varios significados: que anda a pie, que se hace a pie, o por ejemplo: llano, bajo, inculto y vulgar. Y aunque aquí “pedestre” podría prestase a un sentido ambiguo de la palabra, pensamos que la expresión simplemente pretende señalar que el caracol hace un sonido extraño al caminar agobiado por la sofocante calor. Quizás podríamos exigirnos otra interpretación, y estamos seguros de que existen otras, pero la que describo aquí responde a mi intuición personal. Pienso que el interés del haijin, o lo que quiso humildemente decir fue, miren, ahí anda un caracol que emite un sonido pedestre y extraño al caminar.
Concluyo esta reseña con el haiku 76. Un haiku cuyo kigo va implícito en la palabra primavera. Fijémonos en las flores del roble y, en el próximo verso, lo que sugiere esa primavera como temporalidad de la vida y como imagen cíclica del tiempo. Se trata de una vivencia en perfecta plenitud con la estación de la primavera, el renacer de los múltiples colores de la flora y del follaje que absorbe el cántico de las aves frente al paisaje que impregna los sentidos. Estamos con el haijin contemplando la primavera, estamos observamos el mundo que nos muestra. Tornamos nuestra mirada hacia el roble y su maravilloso florecer. Es primavera y dejamos que nuestro corazón goce jubiloso de lo que nos ofrece el roble como referencia y transformación de la naturaleza:
76
Flores del roble.
Primavera que habla
de sol a noche.
Pero no se trata solo de la primavera, estamos también ante la vida de un árbol; en particular, un roble cuya fortaleza solemos asociar simbólicamente con la fortaleza física o espiritual de algunas personas. Es este roble el que nos da la bienvenida frente a la primavera, esa “primavera que habla” todo el día mostrándonos la autenticidad de la vida. Porque lo que está ofreciéndonos el haijin es la esencia de ese esplendor de la primavera, de esa plenitud que no se opone a nuestra vida, sino que la traspasa de una profunda armonía. Por eso, no hay nada extraño en esa voz que nos habla para que abandonemos nuestra ceguera espiritual: Primavera que habla / de sol a noche. Sí, se trata de una vivencia, de un modo racional y claro de interpretar la belleza mágica del mundo. Y con esta imagen de la primavera que habla y del roble que la escucha, poder despojarnos de nuestra indiferencia para oír con el haijin la voz de la primavera que nos “habla de sol a noche”.
Nueva York
Primavera, 2019
Notas:
[1] Alexis Gómez Rosa, Máquina olandera y otras olas de lava & lanman, Santo Domingo, Editorial Gente, 2014. El libro obtuvo el Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez. Lleva un prólogo del poeta y crítico dominicano Armando Almánzar-Botello. Pág., 16.
[2] Alexis Gómez Rosa, Trueno robado, Santo Domingo, Editorial Gente, 2013. Edición bilingüe. Los haikus han sido traducidos al japonés por Mayumi Hidaka. El libro es una hermosa edición que invita a la lectura creando una simbiosis entre la palabra, la fotografía y la pintura. Contiene fotografías de Alexis Méndez, Augusto Valdivia, Milton González y trabajos de la pintora Sarah Patricia Castillo. Prólogo de Aquiles Julián.
[3] Trueno robado, p. 16.
[4] Véase, Haiku-Dô, El haiku como camino espiritual, Barcelona, Editorial Kairós, S.A., 2007, p. 10. Selección, traducción y comentarios de Vicente Haya con la colaboración de Akiko Yamada.
[5] Vicente Haya, Aware, Iniciacion al haiku japonés, Barcelona, Editorial Kairós, 2013. Edición Kindle Fire, Primera edición digital, 2013. Posición de página 172.
[6] “Many Japanese haiku poets of the early twentieth century grew weary of the requirement for kigo. Some simply did not bother to learn which plants and animals and household objects “belonged” to which seasons. When these modern haiku poets were criticized by traditionalists they pointed out that the season-word lists were artificial even in those things which are very specific in time. (…) The point of haiku is not the content of experience, but the quality of experience, and of perception. It makes no difference what experience a poet write of, so long as it is an experience that can bring us to a new or deeper perception, and the emotion which arises from it.” Ver, William J. Higginson y Penny Harter, The Haiku Handbook, How to Write, Share, and Teach Haiku, Tokyo, Kodansha International, 1989, p., 91.
[7] Vicente Haya, Aware, Iniciación al haiku japonés, Ibid., p. 96.
[8] Ibid., p. 215.
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