A 57 AÑOS DE AJUSTICIAMIENTO: La noche en que decapitaron la sangrienta tiranía de Trujillo

Treinta y un años después de asentarse en el poder, el tirano Rafael Leónidas Trujillo cayó abatido la noche del 30 de mayo de 1961, a manos de un grupo de hombres que había formado parte de su círculo, pero que se había hastiado de sus crímenes y excesos.

La concreción del tiranicidio fue el resultado una ardua y riesgosa planificación de una caterva que encontró apoyo y circunstancias favorables.

Aquella noche aparentemente tranquila, la Ciudad Trujillo (hoy Santo Domingo de Guzmán) se preparaba para dormir cuando estallaron las descargas que variaron el derrotero de la historia del país, hasta entonces sometido a la férrea voluntad del perínclito de San Cristóbal.

“El dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina no era de esos sicópatas de cárceles de poca monta, estúpidos y sin propósito, sino todo lo contrario”.

Así lo describe el psiquiatra José Miguel Gómez en su obra “Trujillo visto por un Psiquiatra”, un trabajo de investigación que abarcó tres años de entrevistas con familiares, amigos y amantes del sátrapa dominicano.

“Trujillo Molina era un tipo de antisocial diferente, pues en su personalidad llevaba consigo otros rasgos importantes como son el narcisista, histriónico, el obsesivo, paranoide, con un aprendizaje social y de influencias políticas”, sostiene el también escritor.

Además, señala que muchas de las conductas del tirano tenían el propósito de estar detrás del poder de las fuerzas y el dominio, por lo que se valía de cualquier medio para conseguirlo y mantenerlo, sin importar los escrúpulos.

“Trujillo era inteligente, tenía agilidad y habilidad mental, era astuto, tenía proyectos de vida, sabía lo que quería y como conseguirlo”, manifestó el especialista de la conducta. `

La bibliografía sobre la dictadura trujillista es abundante. Entre los libros resalta el escrito por el historiador Juan Daniel Balcácer, quien reconstruyó la cronología de esos días capitales en su obra “Trujillo el tiranicidio de 1961”, en donde señala que el hecho político “no fue fruto del azar ni de la improvisación”.

“Se trató, más bien, de una conspiración cuidadosamente organizada e integrada por personas no alineadas

con organizaciones políticas adversas a la tiranía, a quienes les tomó casi tres años llevar a feliz término su

proyecto tiranicida. Tampoco fue un complot carente de fines políticos concretos, como han sugerido ciertos autores”, escribió.

Balcácer recordó que “el gobierno de Ramfis Trujillo y Joaquín Balaguer, diestro en el manejo de la desinformación, se ocupó de denigrar a los integrantes del complot acusándolos de ambiciosos traidores y desleales al dictador Trujillo. Esa campaña difamatoria rindió sus frutos y todavía es la época en que hay quienes descreen que los conjurados actuaron inspirados en ideales patrióticos”.

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