Por Karina Castillo

Estos versos, como capullos en flor, nos llenan con su frescura y candor.

En ellos, su autora nos cuenta historias condensadas como el rocío, acerca del mundo como ella lo ve, e invita al lector a también verse en ellas, como en un espejo, y a descubrir muchas más.

Y es que estos poemas nos llaman a “explorar”, sin importar la edad, en el jardín de la cotidianidad, de las cosas que damos por sentado, pero que esconden un mundo maravilloso y profundo, que con sus detalles despiertan nuestros sentidos.

Detalles, como que una mata de tamarindo puede ser “comparona”, o que la gardenia sabe “dar los buenos días”. Para Leibi, la sábila tiene brazos como diosa, y puede que también para nosotros,  el bambú susurra.

Podemos ver cómo la autora observa e interpreta el mundo que la rodea y nos entrega una llovizna de versos para el alma.

Los invito junto a Leibi, a explorar la vida en su jardín, y como expresa en el verso “un vendedor tiene en la cabeza toda la zafra de una cosecha”, que pueda germinar en nuestras mentes y corazones la dulce belleza de estos versos, y por qué no, crear también los nuestros