CHRISTIAN PANIAGUA / “Todo conviene”: ¡Mentiras son! Filosofía de consolación barata
POR CHRISTIAN PANIAGUA
“Todo conviene”. ¡¡Mentiras son!! Filosofía de consolación barata: frase simple para cumplir, para salir del paso, común como la verdolaga y a flor de piel, en oferta -al dos por uno- y, lástima. Se debe tragar cruda porque uno está obligado a digerir semejante bálsamo… sí o sí. Pero ¡cuidado-cuidado! La expresión se sirve de aliados poderosos -ahí reside su fuerza- ocho de cada diez “todo conviene” “el tiempo de Dios es perfecto” y retahílas de bobadas afines, brotan de labios cargados de la mejor intención -créalo uno o no- luego; qué dilema: la “intención” hace benigna la frase e indulta al amigo, al desconocido o al familiar que -en la mayoría de los casos- llega y mira piadoso y hasta aprieta la mano y/o abraza al condenado que, sufriendo, solo elogios y demostraciones de afecto desea.
Dicho eso, en ese orden, quien toca fondo y es sentenciado -por su culpa- o por una mala jugada de la vida, a bailar pegao’ con la tristeza, con la miseria o con la muerte; dígales -en nombre de todos- que el cumplido se acepta, pero, a medias, por prudencia y porque la mitad de algo siempre será mejor que nada.
Sobre el tema y esos encuentros, tan comunes en la sociedad gregaria que nos modela; el mortal que suscribe habla con total conocimiento de causa: sin ambages afirmo que “todo conviene” y “Dios sabe lo que hace” -a mí- que sentí, que fui y soy testigo de cómo la desgracia -ruin y maldita- barrió con mi Ser y con mi cuerpo disminuido las cloacas del infierno. Donde acepté vainas que jamás merecí y -ojo- denuncio que se me obligó a negociar vivir -retornar a la molienda- pero; yo taimado, por impertérritas ganas de volver a este mundo fenomenal, no sé si para seguir siendo el tonto que le temía al diagnóstico y a cómo huelen los hospitales y -vea usted- tanto nadar para morir en la orilla.
Vale entonces celebrar el heme aquí, listo para otro round. ¿Para joder el parto?, también, si me sale del forro. Pero -más que para ser incordio- para apostar por un mundo mejor: para servir y amar -en la medida de lo posible- si me dejan, si no interrumpen mis quehaceres la envidia y la perfidia que -vestida- de hipocresía asecha y persuade con cantos de sirenas y sonrisas plásticas al que -a veces- cae en desgracia…
Ya -al Cielo gracias- vuelvo, poco a poco, a ser yo -atrevido y parlanchín-. Hombre Alfa, que mira al frente y agradece -como antes- todo elogio. Toda expresión de ánimo, todo abrazo, incluso los “¡todo conviene!” que -a decir verdad- por ratos, muchas veces -¡rayos!- de esa caterva de filosofía de consolación -más de una vez- llegué a estar harto -hastiado- pero, con todo, digerí -sí o sí- cada llamada, cada texto de un amigo o el pariente que rogaba por mi recuperación y -lo máximo- todavía agradezco los decretos, las órdenes a Dios-Jehová de ciertos religiosos para que Yo Soy me sane, pleno, no mañana sino al instante y, yo, abierto a toda bondad correspondo. Como igual valoro los ratos de quienes dejaron sus quehaceres para departir una tarde conmigo, en el hospital, donde -escrito está- ahí identifiqué a los reales, a los de verdad. Y que bueno, porque la buena intención -ya afirmé- ese sentimiento noble que emana -natural- hasta del más ruin de los mortales, cuando se hace presente lo llena todo y hace fecunda la frase que lo proclama que, además; robustece. Sí, lejos de asemejar hipocresía, la devoción manifiesta será medicina para el alma.
Siendo así ¡viva la amistad! La que divierte y prolonga la vida… En todas sus formas la alabo, sin importar que duela, que uno lo entienda o no, a su tiempo maduran las uvas y toda unidad se reconcilia, sepultando suposiciones y plantando en los surcos del espíritu el fruto de lo deseado, el monto de la deuda de gratitud que sin más toca y estimula al desvalido. Así será. Sin importar cuántos y quienes ya pueblan los cementerios. Sepa usted que -a mi juicio- cada finado expiró a destiempo: lástima si sucumbió sin afecto, si no lo bañaron de los elogios de lugar: deseos francos que le hicieran más placentera la muerte…
Yo -a veces- recuerdo situaciones… Vainas a las que sobreviví -inconforme- y que ahora, con la anuencia del lector: lejos de cantarme víctima, recreo una de aquellas jornadas, como la padecí, y por qué en aquel acto sustento mi tesis:
De entre muchas, trasciende la vez que; …revolcándome sobre los mugrosos fondos de mi infierno, llorando mi desgracia entre los brazos infames de la miseria que me sofocaba. A veces miré hacia arriba, al cielo abierto que anhelaba y, cuando, contraluz divisé a un conocido, alegre le narré mis pesares, pero ¡rayos!: cuánto asco provocó el vómito de aquel insensato salpicando mi humanidad decaída con bla-bla-bla. Con “sufrir te hará más fuerte ¡aguanta Christian!” “¡Dios sabe lo que hace!” ¡Los procesos hay que vivirlos!” y, bye bye piojito. ¡Coño! ¿Dónde está escrito que a Dios le es placentero vernos sufrir?
“¡Mierda para ti, al diablo tus miserias!”, despaché para mis adentros, cada vez que vi el rostro de la falsedad; saludando. Caras que aún diviso, a veces, y que evado como al Sol, para que no me quemen. Luego, sigo esperando -como antes- esa frase, esa mano amiga que diga desde arriba “¡Hey, Christian, hermano mío, yo estuve ahí, donde tú convaleces y, aquí estoy para decirte cómo salir!” ¡Aleluya! ¡Eso es lo que espera el que sufre -en todas sus manifestaciones- y, semejante saludo es lo que oferto ahora; a mis amigos y a quien se me cruce en frente…! Sin importar que sucumba -alguna vez- y ya no pueda reprimir las ganas que llorar -de maldecir- que genera una traición…
Posdata: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
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