Por J. Estévez Aristy / La lucha contra la corrupción no ha fracasado
Mirian Germán, Yeni Benerice y Wilson Camacho
Por J. Estévez Aristy
Cierto. De 400 expedientes corruptivos que encontró Doña Mirian Germán, actual Procurador General de la República Dominicana, solo un puñado muy reducido han sido llevados a la justicia con resultados no muy alentadores.
Cierto que hay jueces vulnerables y tribunales benignos donde la justicia es una ficción y el fallo una vergüenza de gran tamaño que enseña la caída de los pantalones, las faldas y los refajos de los pusilánimes y manejables del martillo justiciero.
Cierto que hay jueces supremos del PRM, del PLD y de la Fuerza del Pueblo que obran a escondidas para hacer bellaquerías jurídicas propias de sus entramados cómplices y subterráneos.
Cierto que los partidos ligados al gobierno y aquellos vinculados con los partidos opositores mayoritarios crean vínculos con la justicia parcial a través de la alta dirigencia de esos partidos representativos no del pueblo sino de sus propios intereses.
Cierto que mientras sea política la elección de los jueces y fiscales, no libre de esa contaminación arbitral, nada bueno y todo lo malo se ha de esperar de la justicia manejada por caprichos y mañas.
Cierto que los fiscales de carrera son por mayoría morados y poco contribuyen al adecentamiento de la administración pública pues no quieren enfrentar a los padrinos que les seleccionaron.
Cierto que será difícil, ante la soterrada complicidad jurídica y política, ver a un presidente o a un expresidente preso por cierto tiempo y más aún cuando hay alcaldes y alcaldesas, exsíndicos y ex síndicas, funcionarios electos menores, en falta legal que no son ni serán tocados ni con el pétalo de una flor de trébol.
Sin embargo, ante ese panorama sombrío de la justicia dominicana, avanzamos un poco, cierto que a paso de tortugas marinas de vieja y dura concha. En la noche oscura de la justicia del patio, se ven tres luceros –Mirian Germán, Yeni Benerice y Wilson Camacho–, junto a abogados jóvenes como el Lic. Collado, y esto es loable.
De golpe, entramos a un proceso judicial acusatorio donde lo trascendente no es el final decepcionante sino el intento y el muestrario público de los papeles alarmantes que dejan sin ropa moral a los a quienes sustraen los del tesoro del pueblo.
Del ciclo pasado de la justicia paralítica o de pocas acciones selectivas, pasamos a una justicia, expresada en el ministerio público con libertad de actuar sin intervención del Poder Ejecutivo, más diligente, eficiente, libre y valiente que la anterior, dispuesta a jugar su papel delator, aunque vislumbre desde el principio una crónica de sentencia anunciada, amañada e inducida.
Ese paso minúsculo en la justicia dominicana como el paso que dio Neil Alden Armstrong sobre la superficie de la luna en 1969, es gigante ante los ojos de la humanidad.
Se trata de un accionante público que ha ganado las batallas legales con su pulcritud y coraje en el legítimo tribunal del pueblo.
Se trata de una tríada ministerial indoblegable donde la prensa independiente y sensata valora su esfuerzo, pese a los traumáticos resultados de fallos benignos y actores delictuales libres o riendo en prisión domiciliaria otorgada ligeramente.
Antes, el acusador y el juzgador, salvo raras excepciones, estaban al servicio de los corruptos con nulas acciones legales o activándolas selectivamente solo para formar parte del pastel corruptivo y echar manos a la impunidad tranzada.
Ahora el acusador ejerce su papel honorable ante juzgadores que no armonizan con el latir justiciero de la República.
No estamos en la etapa de la satisfacción jurídica plena frente a los casos de corrupción administrativa sometidos ante los ojos de jueces cuya venda es transparente solo capaz de ver los intereses espurios.
Estamos en el ciclo de los intentos pulcros de tres ministeriales mayores, donde se tipifican como criminales los que eran intocables, revelándoles a la prensa y al pueblo el sucio trapero de su incursión en los fondos públicos que se atrevieron a malversar como si fuesen un patrimonio familiar conseguido sin bajar el lomo ni sudar la gota gorda.
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