POR  J. ESTÉVEZ ARISTY / Cómo escribir relatos cortos (1)

POR  J. ESTÉVEZ ARISTY

   La imaginación exagerada, pero bien racionalizada, untada de una milagrosa sagacidad, es la primera herramienta que debe tener en sus manos un buen escritor de relatos cortos.

    Se trata de resumir una historia en el espacio de un relámpago y acabarla antes de que llegue el trueno.

     A esto hay que agregar que esa luz cegadora y a la vez deslumbrante del relato debe mantenerse en la mente del lector por mucho tiempo llenándolo de conjeturas deslumbradas.

      El texto narrativo precario debe procurar permanecer en la memoria del lector hasta el día de su muerte.

     En el relato corto todo tiene que ser genial: el título, el comienzo sorprendente y el final sorpresivo o si no, vago. El título es una palabra o varias que no solo explica todo el contenido del cuento corto, sino que el contenido del cuento corto siempre debe verse

reflejado en su título.

    El encabezado de un relato mínimo puede estar conectado a él con un sentido aleatorio y dar un sentido cabal de lo restringido.

   El escritor de lo mínimo debe ser un ser especial ante el lector, pues logrará una hazaña lingüística que nadie nunca pudo ni pondrá lograr en la larga extensión de su vida.

   El lector debe preguntarse siempre: ¿cómo es que este autor dice un todo con tan pocos elementos? ¿Cómo es posible lograr esta racionalidad tan expansiva? ¿Cómo se logra un mar con una gota de agua o una torre literaria con un grano de arena? ¿Cómo explicar las ondas expansivas de esta bomba gramatical desde la manipulación de un puñado de átomos?

    Después de la lectura de un texto narrativo breve, el lector tiene que parpadear, admirar, elogiar y no olvidar jamás ni al relato ni al redactor.

    El más grande e ingenioso domador del lenguaje es él escritor de las historias minúsculas inadvertidas.

   El título de un relato corto no es su cabeza sino ésta, el tronco y las extremidades de un enano con estatura de héroe que se creó para no pasar desapercibido ante el lector ensimismado.

   Las mini narraciones deben procurar conjeturas infinitas.

   El relato corto es un imán del tamaño de un grano de mostaza que debe acaparar la atención de toda la humanidad.

   Es la gota de mar que contiene las propiedades químicas de todo su oleaje. Es el oleaje dentro de una gota de agua salada que moja las vírgenes playas del lector. El mar no queda afuera sino en la gota de agua marina que cae y vuelve a caer en la memoria del lector.

     Diríamos que el escritor de minirrelatos es un mago de un espacio y tiempo sintéticos.

     El escritor de minificcciones debe tomar en cuenta que dentro de sus bolsillos tendrá sólo un grupo de palabras precisas para comprar un contenido racional o irracional, pero ecuménico, aunque parta de costuras localistas. La brevedad es la consagración del estelar escriba.

   Se trata de un cosmos literario comprado con pocas monedas y diseñado en un espacio precario.

    El final de un relato corto no puede ser previsible para el lector. Ni necesariamente tiene que ser rotundo.

    Un final aparentemente vago puede prender el relato corto y de manera fija en la siquis del lector con pegamento inolvidable. Lo breve debe perseguir una ingeniosidad eterna. La eternidad es la consumación del gran impacto de lo breve.

    La fuerza creadora coexiste en toda creatividad literaria, pero en el cuento corto exhibe su mejor resplandor.

   Ante las minis narraciones, el lector está de frente a un trocito del mar lleno de incertidumbres, con ropa y zapatos puestos. El lector está justo ahí, pero no sabe a dónde irá a parar porque la carta de su breve ruta náutica está en manos del escriba que es el capitán que lo guiará a la maravilla oceánica circulando en un mismo punto.

      No hay que ir tan lejos sobre el océano si en la latitud donde estoy tengo todos los elementos marinos para lograr la trascendencia. Tengo ola, sal, viento, salitre, espuma, azul, horizonte, cielo, sin necesidad de navegar para otro lado ni cambiar de rumbo. No hay que recorrer otras leguas marinas porque en este punto del mar olfateo, tacto, veo y oigo todo.

      El cuentista de picadillos gramaticales tiene que desnudar a sus lectores y meterlos en ese trocito de mar desconocido para él, con el fin de darle un chapuzón, sacarlo de las aguas marinas y dejarlo con la piel llena de sorpresas húmedas.

    El gran redactor de lo nimio es la realidad austera de lo trascendente. Ese relato tiene que ser inimaginable e indecible por el lector y aún por los propios escritores del cuento.

    El cuento corto se concibe con el ingenio de la previsión, desprovisto de aventuras y disquisición gramatical, para plantar un árbol mágico en un círculo restringido de tierra.

    En el cuento corto no hay vaguedades lingüísticas, aunque el contenido de este pueda ser vago.

     Se piensa el inicio y el desarrollo ya con el final determinado. Las palabras matemáticas fluyen y precisan. El sol siempre se mete en un envase de compotas en fracciones de segundos o minutos. El espacio temporal de lo breve carece de días, semanas, meses, años. Y si hace referencias de una acción de un siglo debe ser en 100 palabras combinadas y sin desperdicios.

    En el relato corto cada sustantivo cuenta, cada verbo, cada adverbio, cada artículo, preposición o conjunción. No se puede extraviar el lenguaje ni dejar rotular el desorden de las letras y vocales. No es el cuento corto un largo frutero con todas las vitaminas del mundo. Es todas las vitaminas del mundo en una sola pastilla tomada una vez por cien años.

     El cuento corto se nutre de la austeridad y de lo metódico. Es como un acontecimiento telúrico o ecuménico que debe ser contado con tan solo un gesto, una palabra o uno o varios párrafos tejidos como puntales textiles sobre una tela uniforme o multiforme.

     Los adjetivos no deben abundar mucho pues contrarían el ritmo y el contenido de la narrativa.

 La historia narrada, los personajes y su acción tienen que desarrollarse en el espacio de una cabeza de alfiler.

 El objetivo del relato corto es envolver al lector en una especie de torbellino pasajero y deslumbrante. Nada, en fin, debe ser previsible para él. Nada, en fin, debe ser extenso para todos. La intensidad tiene que bullir dentro del envase de una píldora como un medicamento milagroso cuya eficacia en el lector es el estremecimiento. Debe curar al lector de la rutina corriente. Innovar es narrar breve.

    Relato breve que no sacuda al lector embadurnándolo de reflexiones nunca será un relato corto, porque es un simulacro o un croquis mutilado.

   El lector no solo debe saborear la grandeza del desarrollo de una peripecia literaria corta. Debe abandonar el cuento con la sensación de haber leído un texto minúsculo producido por un autor ingenioso e inobjetable.

   Los personajes de un cuento corto pueden ser uno, dos, tres, cuatro y hasta una multitud. La precaria movilidad de estos es el quid fundamental del asunto. Estos personajes no deben respirar hondo y largo sino transpirar dentro de una burbuja con medida cantidad de oxígeno.

     Sin embargo, las acciones de estos, sus diálogos y sus intrigas y desenlaces están llamados a ser resumidos con ingenio, con talento austero, con un hechizo de agujas nimias no sobre la cabeza de una rana, sino de un renacuajo.

    Si se trata de una multitud, sus acciones tienen que ser atrapadas por parpadeos concisos donde la multiplicidad no extravíe su rumbo definitorio. Las palabras en este tipo de relatos deben ir entre dos líneas, pero de escasa extensión. Las palabras solo caminan hasta la esquina. Desde esa esquina se tiene ya noción de la amplitud de la ciudad. Nada de islas, sino de islotes.

    En el cuento corto no caben las divagaciones sino las racionalizaciones. No caben los gigantes, sino los liliputienses. En una pluma están los hallazgos de un vuelo. En un pelo toda la piel de la fauna.

    Si se trata de un objeto –de una pluma, un árbol, un papel o un lápiz– su meollo y clímax no debe ser duradero, sino precario. Las descripciones, si las hay, tienen que ser resumidas, embadurnadas de precisión, insufladas por el ingenio, desconcentradas de la apabullante extensión gramatical.

    Se trata, a fin de cuentas, de darle vueltas al mundo en ochenta segundos sobre un barco de papel.

    El escritor de cuentos cortos posee al igual que el escritor de cuentos largos todas las palabras del mundo. El escriba extensionista precisa un contenido, mientras el exponente del cuento comedido contiene una precisión que produce en el lector el estremecimiento de un brebaje ingenioso. No se trata del té sino solo del fondo de mermeladas de la tasa de té.

   Observemos, como botón de muestra y en este relato de mi autoría, lo que se hace con un título de una sola palabra y tres pedestales gramaticales:

…………….

MASACRE

–Que nada respire.

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