POR J. ESTÉVEZ ARISTY | Más sobre la brevedad literaria

POR J. ESTÉVEZ ARISTY

Cuando abogo por cuentos cortos, poemas concisos y novelas de resumida duración, estoy planteando una literatura para el presente y para el futuro, de cara a los nuevos tiempos y ajustada a la imponente realidad social.

     El tiempo de la lectura es cada vez más precario, en virtud de que la sociedad de hoy es la de múltiples alternativas haciendo cada vez más difícil la aparición de lectores consagrados.

     La cápsula gramatical encaja mejor en este tiempo que un voluminoso frasco de palabras.

     Todo, en fin, incluyendo los textos literarios, tiene que ser dosificado. Justificamos esto por las siguientes razones:

     La brevedad es la abuela, la madre y la hermana del ingenio.

     En la síntesis, puede quedar atrapado un formidable universo literario.

     Menos palabras y mayores significados.

     Una gota de agua, con todas las propiedades marinas.

     Decir tanto, sin escribir tanto.

     Atrapar la reflexión en el espacio de un parpadeo.

     Ver la playa, en un grano de arena.

    (I)limitar la creatividad desde los espacios del límite.

     Sacar del límite, la libertad interpretativa.

     Sorprender, impactar, lograr una reflexión duradera.

     Ahorrar palabras para un derroche de contenidos y reflexiones.

     Un cuanto largo y bien logrado, bueno. Un cuento corto y bien logrado, excelente.

     Un poema largo y bien logrado, 100. Un poema corto y bien logrado, 200.

     En lo breve bulle la agilidad de un gran observador.

     Poemas y cuentos breves, ante un mundo abrumado por la prisa y la diversidad.

     La totalidad, está hecha de elementos. Cada elemento, puede ser una totalidad.

     Breve y bueno: total y excelente.

     Dime todo en pocas palabras.

     El resumen literario, es la bandera del ingenio.

     Sustantivos, precisos. Adjetivos puntuales. Oraciones justas. Versos idóneos. Prosa concisa.

 

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LA DECEPCION DE UN HOMBRE VALIENTE
(Cuento)
J. Estévez Aristy
El día siguiente de la continuidad de su peor desgracia, Luis Trucupey se levantó con el pie izquierdo.
Pisó queriendo la pata de un gato negro y una libra de sal en granos.
Pasó, silbando un bolero de Armando Manzanero, por debajo de una escalera.
En la casa de su compadre Juan Moquete, abrió una sombrilla y se metió, resuelto, debajo de su círculo de tela.
Al medio día pisó una brujería de hojas con 21 monedas de a pesos, tiradas en un camino por nadie sabe quién para matar a nadie sabe cuál.
Recogió las monedas con la mano derecha y las echó en el bolsillo derecho, así, como si nada.
Luego caminó al revés y llamó al diablo.
Al día siguiente comprobó que seguía vivito y coleando.
Su mayor desgracia era hacer todo aquello día tras día, provocar a la desgracia de la peor manera y seguir respirando el aire de un mundo al que ya no toleraba ni un céntimo, pero al que no quería abandonar suicidándose como el peor cobarde.

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