Sepultan esta tarde a doña Yolanda Reyna, hija de un yumero y una francomacorisana

 

  • Hoy se efectuará una misa de cuerpo presente en la  funeraria Blandino, a las 3:00 de la tarde, y el sepelio será a las 4:00 de la tarde en el cementerio Cristo Redentor.

Doña Yolanda falleció el miércoles 21 de julio de 2021, a la edad de 95 años. El deceso se produjo en el Centro de Medicina Avanzada Doctor Abel González de la avenida Abraham Lincoln, donde estaba en cuidados intensivos tras sufrir una recaída. Reyna Romero había sido intervenida quirúrgicamente el 8 de julio por una fractura de cadera.

Biografía de doña Yolanda

Yolanda Reyna Romero nació el 25 de agosto de 1925. Sus padres fueron América Romero Mateo, de San Francisco de Macorís y Manuel Reyna, de San Rafael del Yuma, provincia La Atagracia.

Doña Yolanda y su hermana mayor Elsa vivieron junto a sus padres desde muy pequeña en la provincia sureña de Barahona.

Manuel Reyna era chofer de carro público. Hombre de criterio progresista, llegó a tener dos carros del transporte público, uno lo rentaba y en el otro trabajaba.

No obstante, la Segunda Guerra Mundial complicó la situación económica de la familia. Luego de perder su medio de sustento a raíz de las restricciones dispuestas por el conflicto bélico de aquel entonces, se instalaron a Santo Domingo en 1942. Para ese momento, era una adolescente de 17 años.

En la capital, la familia Reyna Romero vivió por primera vez una pobreza extrema. Inicialmente, se mudaron en la avenida Braulio Álvarez, actual 27 de Febrero, esquina José Dolores Alfonseca, en el barrio San Carlos.

Doña Tata, como cariñosamente la nombró su nuera y exprimera dama, Margarita Cedeño, describió esa época como una de muchas precariedades y de enormes privaciones.

A sus 17 años doña Yolanda se vio forzada a trabajar para ayudar a sus padres. Como había iniciado estudios en la Escuela Nacional de Enfermería, en la calle Galván, frente a la Casa de Vapor, consiguió un trabajo de enfermera de segunda categoría en el hospital militar Marión, (actual Lithgow Ceara) que entonces se hallaba donde está hoy el Instituto Oncológico Heriberto Pieter, en la zona universitaria.

En el hospital Marión trabajaba Yolanda Reyna, donde le tocó laborar con el doctor Abel González durante ocho años, hasta que ella renunció en 1954 para irse a Nueva York.

Durante sus años de servicio junto al doctor González, ayudó a muchas personas enfermas y de escaso recursos que asistían al centro médico donde trabajaban. En entrevista concedida a este medio en el 2009, expresó que la gente se le acercaba todos los días con recetas que ella entregaba al doctor Abel González y éste le entregaba las medicinas en las noches.

Pero además de enfermera, se había hecho costurera por necesidad de confeccionarse ella misma su ropa.

Vida en Nueva York

Dalcio y Leonel, sus hijos, tenían cinco y un año respectivamente cuando abandonó República Dominicana en búsqueda de su mejoría económica.

A su llegada a Nueva York, primero vivió en casa de su tía en la calle 116 y Quinta Avenida, en Harlem, y más adelante se estableció con sus dos hijos en un pequeño apartamento de la calle 95 entre Brodway y Amsterdam, en Manhattan.

Trabajaba en el Cabrini Hospital como enfermera y en una factoría de judíos como costurera. Los martes, miércoles y jueves entraba al hospital a las 3:30 de la tarde y salía a las 11:30 de la noche. Los viernes, sábados, domingos y lunes entraba al hospital a las 11:00 de la mañana y salía a las 7:00 de la noche. Las restantes horas del día trabajaba en la factoría.

Tres días a la semana ella trabajaba de noche y madrugada y llegaba temprano en la mañana a la casa. Le daba tiempo para preparar el desayuno y dejar el almuerzo listo para cuando ellos regresaran de la escuela.

Leonel estudiaba en la Public School-75, que está en la calle 95 y en la avenida Western, y Dalcio estudiaba en una escuela muy distante de allí, pero tenía la misión de llevar en la mañana y recoger en la tarde a su hermano menor, para estar de regreso en la casa a más tardar a las cuatro de la tarde, cuando religiosamente sonaba el teléfono y uno de ellos tenía que responder el llamado de su madre para saber que todo estaba en orden. Doña Yolanda llegaba presurosa dos horas después a prepararle el almuerzo a sus hijos.

En incontables ocasiones el exmandatario Fernández acudió a ella en búsqueda de paz cuando estaba abrumado o confuso por algún problema.

 

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