¿Por qué ese muchacho llamó la atención de Bosch?

Por Bernardo L. Sangiovanni.

Leonel tenía 17 años en 1970 cuando el profesor Bosch notó que ese osado muchacho de Villa Juana –con camisita de cuadros, afro, jeans y zapatillas tenis–, hizo una observación valiosa sobre la obra Cien Años de Soledad, que acababa de salir del horno literario para convertirse en el clásico que inmortalizó a Gabriel García Márquez.

Bosch acababa de retornar de un autoexilio de casi cuatro años.

Establecido en la costa de Benidorm, España, se había ocupado de restablecer sus vínculos afectivos de siempre con la literatura hispánica.

Por eso fue de los primeros en leer, y bautizar como un clásico de la literatura universal, la novela del nobel colombiano. Él y García Márquez eran buenos amigos y coincidían en ideología política.

Esa noche Bosch disertaba a casa llena sobre la magistral obra en el Centro Masónico de la Arzobispo Portes, en Ciudad Nueva, y Leonel, que ingresaba ese mismo año a la universidad, estaba en el fondo del salón, uno más de la concurrencia.

Al final de la charla se abrió espacio para preguntas… Sólo para preguntas. Y Leonel levantó la mano. Comenzó a hacerle una observación a la obra, pero fue interrumpido por el moderador: ¡Limítese a hacer su pregunta, joven…! -No… No… No… Intervino don Juan. Es demasiado interesante lo que está diciendo el joven…

¿Cómo dice usted que se llama? Leonel terminó su observación y al concluir, el charlista habló largo y tendido sobre el tema, explicó, desde el punto de vista literario, lo que había observado Leonel y le dio la razón en cuanto a la construcción de algunas frases atribuyéndolas a un estilo que aún se discute en el mundo de la literatura hispánica.

Al terminar su conferencia, el profesor Bosch preguntó “por ese joven tan inteligente” que estaba en el público, lo mandó llamar para conocerlo y le pidió que se mantuviera en contacto con él; cuando se marchaba le pidió que salieran juntos del recinto y que le acompañara hasta el vehículo…

Era la época del PRD.

Era la época en que don Juan lideraba todavía el Partido Revolucionario Dominicano. En la universidad estatal, Leonel se había hecho miembro del Frente Universitario Socialista Democrático, FUSD, hasta que en 1973 se produjo la división y formación del Partido de la Liberación Dominicana. Leonel Fernández entonces se organizó en el nuevo PLD y comenzó así su ascenso político desde la universidad y su barrio de Villa Juana.

Un mediodía del año 1974 salió del colegio donde era profesor, en compañía de uno de sus mejores amigos, profesor de matemáticas del mismo colegio, y se despidieron para almorzar y regresar juntos a la universidad dos horas después.

Minutos más tarde llegó a la casa un amigo común para decirle que el compañero había muerto súbitamente y que su cadáver estaba en el hospital Luis E. Aybar.

Llegó de prisa a la morgue hospitalaria y lo que vio lo marcó para siempre: su amigo y compañero estaba en medio de un enjambre de moscas, tirado como si fuera un animal…

Aquello no podía ser, era inhumano… ¡Cómo es posible! Conmovido por aquella escena, Leonel regresó a su casa y se sentó frente a su máquina de escribir. Lo que dijo en esas dos cuartillas le salió del alma. Y se lo entregó a Guaroa Guzmán sin firmarlo para que se lo llevara directamente al profesor Bosch con la intención de que se publicara en Vanguardia del Pueblo.

Cuando Juan Bosch leyó aquella crónica, se levantó sorprendido y preguntó: – ¿Guaroa, quién escribió esto? “Leonel, Presidente. El compañero Leonel”.

-Dígale que yo lo quiero ver… Tráigalo ante mí en cuanto él pueda venir. A partir de entonces Leonel Fernández pasó a ser uno de los principales colaboradores del periódico y de Juan Bosch.

Eran otros tiempos.

Mientras el Partido de la Liberación buscaba espacio en una población electoral bipolarizada entre el PRD y el Reformista, Leonel Fernández fue formándose como uno de los más agudos analistas internacionales.

Iba con frecuencia a los programas matutinos de televisión y su figura se fue haciendo familiar en el medio periodístico.

Era, además, miembro del personal académico de la escuela de Comunicación Social de la UASD y su temperamento respetuoso y gentil le abrió las puertas en el ingrato mundo del periodismo dominicano.

En esos años casi todos los periodistas éramos sus amigos, y llegó a ser asesor legal sin cobrar nunca un centavo, del Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales. Hasta que el proyecto de colegiación, de membrecía obligatoria, dividió a los periodistas en dos bandos. Leonel era abogado de los colegiados.

Su aparición en la boleta del PLD en las elecciones de 1994 como compañero de fórmula de Bosch, le descubrió al país a una de las figuras más descollantes de la política contemporánea, coincidiendo con un período de reflujo en la dirigencia política tradicional por la ancianidad biológica y el liderazgo agotado de Juan Bosch, Balaguer, Peña Gómez, Majluta y el resto…

¡…Y después dicen que fue la suerte!

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