Hay moro en el patio: “El Covid-19 nos alejó físicamente y nos acercó socialmente”

Por Miguel Ángel Cid Cid

Son pocas las personas sabedoras de que nací en el Cupey, Puerto Plata. Sobre todo porque salí siendo un niño de apenas 8 años de edad. Recuerdo, a la sazón, que me abracé con todas las fuerzas de mi alma y con todas las fuerzas de mi espíritu a la ciudad Corazón.

Santiago abrió nuevos horizontes a mi familia. A mí, en particular, me hizo hombre. Y la ciudad mantiene siempre la puerta abierta para que me convierta en un hombre útil y bueno. Y así aquí he vivido mis años felices, mis años de lucha, mis años de incertidumbre y mis años de esperanza; también mis amores contrariados y mis amores coronados.

Con el paso del tiempo he cambiado mucho, pero Santiago más. En realidad el mundo ha cambiado demasiado y demasiado de prisa. Ya hoy nadie es lo que ayer. En algún lugar de mis adentros sólo quedan los recuerdos de lo que fue. Recuerdos que se mezclan y confunden con la ilusión de lo que quiero ser.

Hoy vivo en el suburbio de Don Pedro, una apacible comunidad, enclavada entre Santiago, Tamboril y Licey al Medio.

El Cupey de entonces y el Don Pedro de hoy guardan cierta similitud. Allá como aquí las familias tenían conucos de subsistencia y los patios de las casas cuando no tenían sus hortalizas (tomatitos, berenjenas, orégano, etc.) tenían árboles frutales que, además de frutos, daban sombra.

En Don Pedro se cosechan los rubros de ciclo corto; es decir, habichuelas, arvejas, maíz, auyama y algunas hortalizas. También se cultivan otros productos de mediano y largo ciclo, como es el caso de la yuca, batata, plátano, guineo, rulos, etc. Los árboles frutales están en los patios ya que en los conucos, en vez de beneficiosos, son perjudiciales.

Mi casa tiene un pequeño patio. En ese patiecito se cosecha aguacates, mangos, guayabas, naranjas agrias, limón agrio y dulces, castañas, peras, coco y guanábanas. Esta cuarentena me ha puesto a pensar si, además de los frutos, no debo empezar a preparar un huerto, a fin de cultivar mis propias hortalizas. Algo que sin duda me conectaría a mis gratos recuerdos del Cupey de mi niñez.

Una de las costumbres en el Cupey consistía en que una familia no tenía que producir de todo. Lo que le faltaba a una le sobraba a la otra. Manos que dan, extienden. Era común el trueque.

En Don Pedro es igual.

A la producción en patios se suma la de los conucos que son la única fuente de trabajo y subsistencia de sus propietarios. En los alrededores de mi patio hay varios conucos.

Para salir lo menos posible durante la cuarentena me hice cliente de Walli y de Tony, dueños de los dos plantíos más cercanos a la casa. Ambos se han convertido en los principales proveedores de alimentos a mi familia, durante todo este encierro.

Las cosas están tan acomodadas que ya son ellos los que se acercan a la casa y preguntan:

¿Vecino, quieres que le deje unas habichuelitas de las que recogeré hoy?

Al rato se acerca el otro:

¿Miguel, cuántas mazorcas de maíz quieres? Ahora cortaré un buen poco.

Yo, como no domino los precios, les respondo: Walli, tráigame 200 pesos de frijoles. Tony, déjeme 20 mazorcas.

Como la cuarentena coincide con la cuaresma católica, las tradicionales habichuelas con dulce del viernes Santo saldrán del conuco de Tony.

El coronavirus, entonces, nos encerró. Pero el encierro estrechó, como nunca antes, la relación entre la familia, la tierra y los productores del lugar. De ahí que la cuaresma, que significa exactamente lo mismo: cuarentena, será un compartir entre buenos vecinos.

La lección está en que el Covid-19 nos mostró el moro en el patio de la casa, y “nos alejó físicamente y nos acercó socialmente”.

Comments are closed here.