Autócratas y monigotes
El autócrata llega a creer las fantasías que en torno a su persona y presuntas dotes de gobernante excepcional pregona su coro de aduladores. La primera consecuencia de este fenómeno es la disposición de perpetuidad en el poder de ese a quien han definido como “necesidad nacional”, “el ungido” o “el centro que cohesiona”.
El máximo efecto derivado de eso consiste en que el autócrata llegue a creer que sus niveles de control social y de los órganos de poder son tan absolutos, que le permiten gobernar a través de otra persona. Desde luego que un monigote, quien reconocerá siempre en el autócrata a un ser superior con derecho a impartirle instrucciones.
No son muchos los casos en la historia dominicana, pero resulta inocultable que durante la tenebrosa era de los Trujillo, la figura principal, Rafael L. Trujillo, cedió la presidencia de la República a cuatro individuos que firmaban decretos, usaban la banda presidencial y a la vez reconocían en el dictador a su jefe inmediato.
Estos monigotes ocupaban una oficina en el Palacio Nacional, y por igual el generalísimo Trujillo, quien tocaba una chicharra cuando requería en su despacho la presencia del presidente de la República o de otros funcionarios. El tono variaba según a quien quisiera llamar el autócrata, cuya voluntad era la suprema ley.
En elecciones sumamente cuestionadas, el general Rafael L. Trujillo fue elegido presidente para 1930-34. El candidato contrario, Federico Velázquez, se abstuvo. Cuatro años después Trujillo logró la reelección, sin oposición. Cumplido el cuatrienio 1934-38, se sentía dueño de la situación, ya era “el perínclito”, “el benefactor”.
Decide tomar unas vacaciones y demostrar que estaba por encima de todos y de todo. Hace elegir para el período 1938-42 a un hombre muy suyo: Jacinto B. Peynado, quien arbitró las primeras elecciones ganadas por Trujillo, pero su mérito mayor era haber colocado sobre su casa el ingenioso letrero “Dios y Trujillo”, luego lema oficial.
Peynado muere en 1940 y es sustituido por Manuel de Jesús Troncoso, quien “gobierna” hasta 1942, cuando asume de nuevo el autócrata, entonces con períodos de cinco años. Se mantiene tres quinquenios, es decir hasta 1957. Toma otro receso y llama al tercer monigote, su hermano favorito, Héctor Bienvenido Trujillo.
Gobernaría de 1957-62, pero la presión internacional lo hizo renunciar el 3 de agosto de 1960, cuando asume el más inteligente y dichoso de los monigotes: Joaquín Balaguer. En 1961 unas balas enfermaron al autócrata –son mortales- y Balaguer, tras meses de gobierno, huye al exilio. La autocracia es una expresión de la vanidad del poder, se esfuma.
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