Un adiós al maestro Claudio Pacheco, el que tiñó de colores el Quijote

La pluma de Miguel Cervantes, engendró «El Quijote de la Mancha», la más emblemática figura de la literatura hispánica. El pincel del maestro Pablo Picasso, parió las diferentes imágenes descritas por Cervantes en la legendaria novela de caballería. Siglos después, Claudio Pacheco, montado en un Rocinante bayo cargó con el cubismo y de esa simbiosis salió un Quijote colorido. El Maestro colmó de colores y alegría  al caballero de la triste figura.

El pintor santiaguero, impregnó toda la gama cromática característica del Caribe en la figura de Don Quijote de la Mancha. Los colores vivos e intensos del trópico, cobraron savia al amparo de Pacheco. Cervantes concibió la idea, Picasso le dio forma monocromática y Pacheco renovó la energía pura en la figura del Quijote. En Claudio Pacheco, ya no existe el caballero de la triste figura. Ahora cabalga un Quijote alegre y bailarín, borracho con el néctar de la caña, el azúcar y el alcohol.

El Maestro Pacheco, como le llamaban sus amigos, cabalgó por los «Tristes trópicos» cargando alegre la deuda que la sociedad contrajo con él y se negó a pagarle. Asumió el compromiso como suyo y la pagó con creces colores tras colores. Lo trópicos, saltaron de alegría y dejaron atrás la tristeza pregonada por Strauss al saberse pintados de «amarillo y colora’o«, negro, azul, verde, lila y blanco…

En suma, Pacheco era una caja cromática inagotable. Todo lo que tocaba se transformaba en alegría teñida de mil coloraciones.

En esa travesía, el Maestro Pacheco salpicó de matices a Don Quijote, la Ciudad Corazón y a sus personajes emblemáticos. Si bien El Quijote Caribeño es su obra excelsa, no menos grande es el Dionisio, el López Cabral, el poeta de Santiago. Así como el poeta vilipendiado fundió el ron con la poesía, Pacheco supo pintar de colores cañeros el rostro de Dionisio. En el retrato, Pacheco deja ver el alcohol que brota por los poros, la mirada y el pensamiento del poeta.

Es imposible que Cucharimba, el mago y bailarín de los Minas viejo recalado en Santiago escapara de los matices del pincel de Pacheco. La chaqueta negra y roída del viejo Cucha tomó renovado brillo, como si fuera una pieza salida de las pasarelas primaverales. En verdad, ver el lienzo donde Pacheco deslizaba la escobilla empapada de colores es como  percibir a la Cuchara danzando sobre el dugout de las Águilas Cibaeñas.

El Maestro Pacheco, debió pintar el momento en que el pelotero Nelson Norman bateó de línea sobre el dugout aguilucho y le fracturo tres costillas a Cucharimba. De ser así, veríamos conjugadas en la pintura, el batazo como un rayo y la energía exhalada por el viejo Cucha al ser golpeado por la pelota.

Y así era, porque Pacheco cultivó la virtud de fusionar los colores con su alegría característica, cual si se tratara de una obra de un solo tono.

El que pintó el arcoíris santiaguero, el Maestro Claudio Pacheco, expiró la madrugada del 5 de septiembre 2018, en el Hospital Regional Universitario José María Cabral y Báez, Santiago. La causa del deceso se debió a un fulminante infarto al miocardio.

Claudio sobresalió por sus obras pictóricas basadas en la figura de Don Quijote y los performance que realizaba en honor a los misterios. Realizó varias exposiciones, tanto en la República Dominicana como en distintos países caribeños.

Trabajó como gestor cultural en Casa de Arte en Santiago y en el Ministerio de Cultura. Los clubes y organizaciones culturales tenían en Pacheco un aliado y colaborador incansable.

El Maestro Pacheco, colmó de colores caribeños a Don Quijote y desde entonces, en vez de cabalgar por la manchega llanura anda al tropel por el Valle del Cibao. ¡El Quijote ahora es nativo del Caribe!

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