En la novia del atlántico: El embrujo cautivador de Casa 40

POR MIGUEL ÁNGEL CID CID:

Almorzar fuera de casa, siempre trae aderezos de sabores exóticos. Aunque, los efectos pueden producir otros resultados al momento de digerir los alimentos.  La aventura, puede tener iguales efectos, si está por casualidad en Puerto Plata. Aquí, en la novia del atlántico, se encontrarán la magia criolla-gourmet de “Casa 40”. El proyecto, es una iniciativa socioeconómica que conduce a los comensales hacia una navegación infinita por los mares de la sazón criolla y el sabor francés-europeo.

Cuando Misael Cirineo cruzó el umbral de la puerta principal de Casa 40, quedó sobrecogido. La fascinación dio paso a una catarsis que lo adentraba más y más, y mientras recorría el pentágono espacial parecía andar por los mundos de Antonie De Saint-Exupéry, en El Principito.

Aquí, todo acontece como en el básquet, cinco jugadores cubriendo sus respectivas zonas en una cancha de escasas dimensiones. Todos los participantes de uno y otro quinteto se entremezclan con movimientos rápidos y sincronizados. La emoción era de tal magnitud que sin quererlo, Misael mezcló deporte y gastronomía.

Es como si el Compadre Món dejara de andar la tierra para quedarse en el océano de una Casa y con ello descifrar la orgia erótica de sabores  que hay dentro de ella. Entonces, Don Manuel del Cabral diría que ahora anda la cocina en vez de la tierra.

Los contrastes están servidos a la carta en Casa 40, nada de mozos encopetados, desde la entrada hasta la salida, ¡si es que sale!, serás atendida por Alice. La Auradou, como me gusta llamarla, es una rubia bella, oriunda de Agen, comunidad rural ubicada al sur de  Francia, provincia Lot et Garonne. La cultura de Agen se resguarda a leguas de París,  a su pesar, en la gran metrópoli se degustan los vinos, tomates, ciruelas, y patos producidos aquí.

Contrastando con Alice está su socia Solanyi, dominicana, una morena descomunal, nativa de Constanza y  aunque ella no está perdida se crió en Sabana Perdida.

Los ojos verdes de la rubia se distinguen del azul intenso del atlántico enamorado. El pelo de Solanyi, rizado al natural se enreda con los rizos alborotados de la Auradou.

Pero dejemos de hablar de ellas. Antes, en esta misma columna decíamos que “Las entradas y entre mesas no son tradición en la cultura alimentaria dominicana. Nosotros no entramos, sino que pasamos directo al plato fuerte. Con todo y lo abrupta de la entrada, preferimos los “trozos” a los  bocadillos de la gastronomía nacional”.

En Casa 40 es diferente, usted decide si entra al estilo parisino-europeo o si quieres hacerlo a la mejor manera criolla. Puede ser a ritmo de merengue con un moro de guandules y un “chin” de “concón”, gallina vieja guisada y ensaladas verdes.

En los años 80 del pasado siglo, un amigo viajo por vez primera a New York, al regresar se notaba rebosado de emociones. Las historias no cesaban, hasta que hizo una pausa, se puso serio y dijo: “Yo, con este viaje me he ahorrado tener que leer más de cien libros”. En medio de las carcajadas de los presentes recalcó, “viajar fuera del país es como leer cientos de libros en tiempo record”.

En verdad, viajar es una manera placentera de producir conocimientos. Ahora, un viaje, pongamos de ejemplo, a Francia, requiere una inversión en dinero con la se pueden comprar cientos de libros.

En Casa 40, sus visitantes viajan de un lugar al otro sin tener que gastarse el dinero de comprar los libros. Atrapados emocionalmente por una sensación de omnipresencia, los clientes entran en una catarsis en la que sienten la finura gourmet parisina y el alborotado sancocho criollo.

En sí, la Casa 40 es un espacio de dimensiones ¿reducidas? Pero con amplios pasadizos que facilitan los cruces de un lugar al otro sin tropiezos. Con una simple mirada pasa a la pequeña tienda de artesanías, de aquí al bar y si volteas entras a la cafetería para luego estacionarte en el restaurante.

En medio de todo ellos, está la galería de arte alternativo. Nada como almorzar o picar en el centro de una exposición de artes plásticas.

Si quieres ver la cocina, “para que no te metan gato por liebre”, subes tres escalones junto al patio. Igual, puedes quedarse en la terraza y sentir la suave brisa del Atlántico que peina y acaricia con pasión pelo y cuerpo de los comensales.

¿Quieres transportarte al aquelarre para sentir el embrujo cautivador de Casa 40? Apresúrate, está en Puerto Plata, al final de la calle duarte #40, detrás de la Catedral.

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