El académico Rafael Peralta Romero lee panegírico en el sepelio del acádemico Ramón Emilio Reyes
Queridos hermanos:
Mi nombre es Rafael Peralta Romero, he sido designado por el director de la Academia Dominicana de la Lengua, don Bruno Rosario Candelier, para decir unas palabras en este triste momento en el que asistimos a la difícil tarea de sepultar al escritor Ramón Emilio Reyes, y lo hacemos casi en intimidad, entre familiares y amigos, sin estruendos, como transcurrió su vida.
Otros académicos presentes son Manuel Núñez Asencio, miembro de número, y Miguel Solano, miembro correspondiente.
Hemos apreciado que unos funerales se acompañan de ruidos, bebidas alcohólicas y total ausencia de recogimiento y que otros difuntos llegan a la última morada revestidos de suntuosidades, visibles desde los vehículos que forman el cortejo hasta en los atuendos de los dolientes. En cada caso se manifiesta la intención de recordar al fallecido de acuerdo a como ha vivido y obviamente que se busca halagarlo, si es que cabe la expresión.
Como podemos ver, el funeral de Ramón Emilio Reyes se ha caracterizado por el recogimiento, la sincera compunción, y sobre todo por la humildad que caracterizó a este novelista, ensayista y poeta, cuya discreción lo llevaba a la timidez. Nadie puede asociarlo al tipo de escritor que gestiona, exige o cabildea premios ni reconocimientos, pues este autor se limitaba a escribir la obra, y lo hacía con suma meticulosidad, sin prisa.
El director de la Academia me ha sugerido que no deje de recordar en mi intento de panegírico, que el doctor Reyes fue un excelente colaborador de la Academia, y contribuyó eficazmente con sus conocimientos lingüísticos, pues estudió esa carrera en Colombia, al desarrollo de las tareas de esta corporación en el cumplimiento de sus responsabilidades.
Ramón Emilio Reyes se graduó de abogado, pero lo más importante para alcanzar la condición de académico numerario fueron precisamente su marcado interés por el estudio de la lengua española, y la finura de su obra literaria, la cual pulía con paciencia de sabio.
Reyes formó parte del grupo de jóvenes escritores que en la séptima década del siglo pasado crearon el ciclo de novelas bíblicas, a través de las cuales se valían de símbolos y personajes de los evangelios para criticar la dictadura de Rafael Trujillo. Entre esos autores destacan Marcio Veloz Maggiolo y Carlos Esteban Deive.
Su novela más conocida, “El Testimonio”, aparecida en la postrimería de la tenebrosa Era, vio una segunda edición más de cincuenta años después. Otra novela “La luz se ha refugiado en el sendero”, escrita en 1958, debió esperar también los cincuenta años para ser publicada. Esta obra ha sido considerada como “excelentísima” por el exigente crítico Giovanni Di Pietro.
Familiares y amigos, en esta mañana soleada y fresca, dejaremos aquí, en este panteón familiar, los restos físicos de Ramón Emilio Reyes, pero su espíritu no podrá ser encerrado en ningún nicho, su obra seguirá ahí viviente, para testimoniar la calidad de este escritor y de esta persona a quien hemos sepultado en medio de un silencio que parece brotado de su voluntad.
Quiero decir sin temor alguno que en algún momento, los dominicanos deberán saber que en la Navidad de 2017 han perdido a un gran intelectual, un cultor de la palabra y del pensamiento, no del espectáculo.
Para terminar, una información: al final de enero venidero, próximo a los treinta días de su partida, la Academia Dominicana de la Lengua tributará un reconocimiento a Reyes para ponderar el valor de su obra y su significación para nuestra literatura. Será la despedida formal de una institución a la que tanto amor dedicó. Descanse en paz este inolvidable dominicano, inolvidable hombre de bien.
Nota: Palabras de Rafael Peralta Romero en el sepelio del escritor Ramón Emilio Reyes, el 26 de diciembre de 2017, en el cementerio Cristo Salvador, Santo Domingo Este.
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